Llega el día del Orgullo LGTBI+ y
resulta que ahora nos damos cuenta de la relevancia de la sentencia del Supremo
que impedía que ondearan en los edificios públicos otras banderas que no fueran
las oficiales. Muchos pensaron que era una medida que metería en cintura a los
independentistas catalanes y sus esteladas. Y ahora nos damos cuenta, bueno
algunos ya nos dimos cuenta, de que era una pendiente resbaladiza. También las
banderas que puedan conmemorar desde triunfos deportivos a eventos
eclesiásticos o a la celebración de días para concienciarnos de algo, como de
las luchas por el reconocimiento de gays, lesbianas, transexuales o bisexuales…
Así nos ha
pasado, una idea que parecía idónea, que nos parecía idónea para solucionar un
desaguisado, acaba teniendo consecuencias inesperadas, víctimas colaterales. No
nos engañemos, cuando el Supremo, o cualquier otra autoridad, dicta este tipo
de actuaciones lo hace pensando muy mucho lo que se expone y obliga. Por eso
hay que tener cuidado con lo que se pide, sobre todo cuando nos venimos arriba
y arreglamos cualquier problema con un par de actuaciones de “sentido común”,
contundentes e incontestables.
Es una de las
excusas “respetables” para aquellos que no se consideran homófobos pero que se
internamente se incomodan con estas reivindicaciones. Otras por el estilo son
las miserables que tienen que ver con los gastos que ocasionan, o el mal
ejemplo que se da en los desfiles del Orgullo, o la victimización. Sí
victimización ante “lo políticamente correcto”, como si hablar con respeto
fuera una opresión para nadie. Toda la historia de la humanidad intentando
reprimir, incluso con la muerte, la homosexualidad, y vamos a cambiar de acera
por una bandera, unos buzones y unos camiones pintados de arcoiris. La
reivindicación de las banderas no va dirigida a cambiar la tendencia sexual de
nadie, sino para que quienes sean del colectivo LGTBI+ comprueben que todos los
consideramos "nosotros". Desmarcarse de esta lucha por el
reconocimiento sí que especifica una distancia social. Unos lugares para
mostrar afectos y otros donde siga vedado.
Últimamente
estoy viendo demasiados reportajes de denuncia de okupas. Casos que claman al
cielo porque se aprovechan de familias “normales”, de pisos bien montados, de
chalés de lujo incluso. Todos clamamos por un cambio en la legislación. A ver
si va a pasar lo mismo y con la excusa de los caraduras, vamos a tener otro
caos desalojando o desahuciando a todos los que se retrasen con el alquiler.
Que cuando el demonio se aburre, mata moscas con el rabo y estos legisladores
no dan puntada sin hilo.
Para muchos no
importaron que los bancos desahuciaran familias en la crisis anterior de sus
propias viviendas y que tuvieran que seguir pagándola después de perderla.
Muchos han tenido que volverse al alquiler y, curiosamente, en esta crisis, que
todavía está intuyéndose, empieza a establecerse un estado de opinión contrario
a las ocupaciones. Escucho en televisión a una tertuliana sostener que este
gobierno no va a legislar al respecto porque eso iría contra los planteamientos
ideológicos de su electorado. Una manera muy sutil de sugerir que la culpa de
este desaguisado de caraduras que ocupan casas por la cara, con toda la
desfachatez, es del gobierno que opta por la inacción a causa de su ideología.
Otra manera de plantearlo hubiera sido situar el problema de tantas familias
que no pueden pagar el alquilar por los ERTEs o por los despidos a causa de la
pandemia y que no se puede legislar en un asunto delicado aprisa y corriendo.
(Los dos últimos casos que he visto por televisión tenían más que ver con mala
praxis policial que no expulsó a los ocupas en las primeras 24 horas.) Hay
también una distancia social en abanderar los problemas de vivienda, sobre todo
cuando solo nos acordamos de los narcopisos y las mafias.
También hay
que tener cuidado con las respuestas que damos ante los peligros, que pueden
ser peor que la propia enfermedad. Que enfrentarse a los mítines de
ultraderecha a pedradas no hace nada más que darles la publicidad que quieren.
Entendería lanzar una piedra contra un fascista durante la liberación de Italia
allá por la II Guerra Mundial, pero ahora, a los fascistas y a los que no
llegan ni a ser fascistas no se les debe, de ninguna manera, agredir
físicamente. No es de recibo lanzar piedras ni objetos. No digo que no se hagan
acciones de boicot o que se evite que tomen las calles como si fueran suyas
envueltos en sus banderas, pero la violencia está fuera de lugar.
Porque luego
llegan las escenificaciones. Porque, si lanzar piedras está mal, punible
judicialmente, no está bien fingir una pedrada. Ya es bastante grave que se
lancen objetos contundentes para que se tire una a la piscina y llene las redes
de sangre falsa. La distancia social entre los mítines de la ultraderecha está
muy marcada, insultos, descalificaciones generales, xenofobia… La respuesta
debe estar en la conciencia, en los votos y, en las calles, con el respeto
hacia las personas por mucho que nos repugnen sus ideas. La imagen del líder
fumándose un puro es provocación clásica, acusar a las fuerzas del orden de no
actuar es manipulación acostumbrada. No se debe hacerles el juego. Porque no
solo alzamos las voces en contra los que claramente nos posicionamos contra la
ultraderecha, también damos argumentos a los famosos equidistantes, esos que
ven la misma distancia entre lo razonable y la ultraderecha que entre lo
razonable y los progres, siendo mucho más lucido (sin acento) arremeter contra
estos últimos.
Contra estos
últimos sí que deberíamos utilizar la distancia social, y no la física de los
dos metros para no contagiarnos de coronavirus. Y, que no se nos olvide,
también la prudencia de no aceptar soluciones obvias que luego nos aten
pervirtiendo el sentido original.
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