lunes, 7 de marzo de 2022

Darle una oportunidad a la paz


La invasión de Ucrania por parte de tropas rusas ordenada por Putin ha conmocionado Occidente. Casi sin excepciones se han unido a la repulsa y a las sanciones la Unión Europea, Estados Unidos. Incluso países tradicionalmente neutrales como Suiza han optado por responder a Rusia. Muy pocos son los Estados que la han apoyado directamente, Venezuela, Cuba, tan dependientes de la economía rusa que no han tenido otro remedio que sumarse con entusiasmo a la denuncia del imperialismo norteamericano.

La opinión pública en un primer momento quedó en estado de shock. No parecía posible que en pleno siglo XXI tuviéramos en Europa una guerra tan evidente como esta invasión. Si hubiera sido en Siria, Etiopía, Libia, Afganistán… no nos extrañaría. De hecho, no solo lo aceptamos, sino que negamos la ayuda humanitaria y de acogida a refugiados que ahora nos enorgullece con la población ucraniana que huye.

Pasados los primeros días, los hacedores de discursos ya tienen preparados sus argumentos para las interminables tertulias televisivas y radiofónicas, sus instrucciones para los profesionales de los comentarios en las noticias y redes sociales. Hay casi unanimidad en el rechazo a la invasión y los matices vienen de qué cuerda tiran para arrimar la crítica a su sardina. Unos aprovechan para atacar al gobierno, a las naciones invasoras, al comunismo o a las feministas, que se ha dado de todo.

Pocas voces se han extrañado de cuántos ucranianos, sobre todo ucranianas, hablan español tan correctamente y se prestan a informar desde distintos puntos de la nación. Pocos son los que cuestionan las imágenes, a pesar de que deberíamos estar vacunados en el uso de las fotografías para la propaganda bélica. Ahora bien, cuando aparece alguna voz un poco discordante en los análisis televisivos, rápidamente saltan los contertulios a cortar de raíz la intervención. Mientras, el omnipresente coronel Baños nos ilustra con nociones de geopolítica, mucho más sosegado que cuando intenta atemorizarnos con las nuevas formas de guerra.

No se trata de justificar una atrocidad, pero es un despropósito basarla en caracteres meramente psicológicos de un lunático. Ningún país se embarca en una aventura tan costosa en vidas humanas y materiales sin tener detrás muchos intereses que la sostengan. Muy cortas deben ser nuestras entendederas si pensamos que ha fallado en los cálculos porque en menos de diez días no se ha hecho con la nación entera, como si ya supiéramos todos cuáles son sus objetivos últimos.

En este abrumador consenso hay algunas, pocas, pero significativamente ridiculizadas, que defienden la vía diplomática y enarbolan de nuevo el No a la guerra en lugar de mandar armas a un país que se dice tiene todo el derecho a defenderse. Es muy fácil ser pacifista en un momento en el que no hay conflictos. Los centros educativos se jactan de ser Espacios de paz, pero en cuanto surge un problema, a las armas, porque todas las guerras al final son legítimas.

Lo menos grave es lo de buenista, que es un eufemismo posmoderno para iluso peligroso. Evidentemente que con buena voluntad se solucionan todos los conflictos y si no la hay, es imposible. Pero recordemos que los problemas no los dan los buenistas, sino los malistas. Todos los conflictos acaban solucionándose todos por medios diplomáticos, incluso los que incluyen la derrota total del adversario y no sé quiénes son más ilusos, los que pensamos que mandar armas no soluciona sino que empeora la situación, o los que creen ciegamente que mandar armamento antitanque y munición va a derrotar al segundo ejército más poderoso de la tierra. Hay mucha ayuda que todavía podemos aportar a los ucranianos.

Dice el presidente Sánchez que diplomacia no ha faltado, y tiene razón. Al menos utiliza un tono menos agresivo que los tertulianos. Pero ese es el camino que hay que seguir, porque mucho me temo que cualquier ayuda de cierta envergadura puede ser considerada un acto de guerra y los países que participen, combatientes contra Rusia. Seguro que Macron y todos los que puedan intervenir para negociar el fin de la invasión lo están haciendo, aunque en televisión solo lleguen noticias que nos preparen para una paz armada o un enfrentamiento bélico. Y llegará el momento en que decidamos patrióticamente que ir a la guerra total es mejor que negociar con un enemigo tan poderoso como nuestros aliados.

No se trata de aceptar las imposiciones de Putin, pero hay que dejar de considerarlo un matón de patio de colegio. Y si vamos a hacerlo, deberemos recordar que los maestros en los patios no dan collejas a los alumnos abusones, sino que los educan en el respeto. Que acabamos utilizando las metáforas como nos viene en gana. Es muy posible que, como hasta ahora, Rusia no acepte ningún tipo de negociación que no sea la absoluta rendición, pero también es posible que queden mecanismos, como la intervención de Turquía y, sobre todo, China en la diplomacia. Durante la Guerra Fría pudimos estar al borde del final nuclear y se evitó un enfrentamiento directo, no puede ser que la ciencia diplomática haya desaprendido desde entonces.

Debemos evitar reducir la realpolitik al uso de la fuerza militar. Es también muy ingenuo pensar que enviando armas al pueblo ucraniano ya esté solucionado nuestro cargo de conciencia. No nos engañemos, es muy fácil desde el salón de nuestra casa, descargar la responsabilidad en la población civil del país invadido confiando en que, como en Vietnam con los franceses y americanos, en Afganistán con rusos y americanos, la persistencia de las guerrillas termine por agotar la paciencia y los recursos de Rusia en su intento de controlar Ucrania.

Hay mucho de mala conciencia en el apoyo al envío de armas, que si no podemos dejar solos al pueblo ucraniano, que si la OTAN y occidente les ha hecho promesas que luego no cumple, o que el imperialismo americano extiende sus tentáculos por el este de Europa. Mandemos armas a ciudadanos para que ellos solos se defiendan y recemos para que no acaben en el mercado negro dentro de un tiempo. O creándose y haciéndose con el control bandas neonazis al estilo de los talibán que controlen el Estado desde fuera.

Ah, y que no se nos olvide que todas esas armas llevan un albarán de entrega y un recibo que Ucrania deberá pagar antes o después, en efectivo o en recursos. Que no somos hermanitas de la caridad, que la guerra es siempre un negocio y no vamos a perder la oportunidad en Occidente de enriquecernos.

Sabemos que poner banderitas de Ucrania en los perfiles de Facebook o en otras redes sociales no acabará con la guerra, ni rezar con el Santo Padre o poner Imagine en la radio, pero seamos realistas, criticar las banderitas, los rezos o a John Lennon, tampoco acabará con ella.

En estos momentos más que nunca, demos a la paz otra oportunidad.

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