Aunque Boca de niebla sea su primer libro de poemas, Elena Sánchez Rodríguez no es la primera publicación, antes se dio a conocer en su faceta musical. Este volumen comienza con una cita de Francisco Brines: “Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia”, que tomamos como una invitación al territorio de la infancia, el punto de partida del poemario: “Los trenes de la infancia guardan / su desolación nocturna / como si nunca fueran a volver a la luz del día” (Trenes). Especialmente claro en el titulado Autobiografía: “Me crecieron con los ojos grandes, / como asombrados, siempre llena la boca / de preguntas como manzanas”.
El punto más reseñable de esta colección de poemas es su acercamiento al mundo de los sentimientos. Pueden ser aquellos que se gozan desde lo sensorial (“Bésame justo aquí, / donde la humedad esparce / vida, algarabía y tibieza, / como en un nido de pájaros, / como lluvia horadando la grieta / don el sol lanza su cansancio”, De óxido y ruido) hasta los que afectan directamente, los que duelen aun en el recuerdo: “Era entonces mi madre huérfana / y yo sin padre ni madre, / amaba y moría rápido, / con pena y ninguna gloria, / estrépito de besos y abrazos / antes de que llegase la hora de volver a casa” (Todo lo que amé). Precisamente esta dualidad la vamos encontrando alternativamente. Poemas de temática amorosa, donde el deseo es descrito desde cada poro de la piel y los labios: “Se mueven las bocas / porque las lenguas buscan / escapar de sus cárceles, / entre dientes las húmedas serpientes / lúbricas silban de los labios” (Movimientos) son continuados por otros donde la presencia de la muerte es imponente: “Para que yo exista / luminosa y embelesada / sin estos ojos torvos, / sin las manos que la muerte / tacha deprisa en mi espalda” (La risa y la vida)
“Cuando mueran nuestros testigos,
y las piedras, memoria inerme de pasos,
muden de piel o se fundan con el agua,
repetirán nuestros gestos otras manos,
seremos, al albur del tiempo, besos frescos
la lisura de la hierba verdeando al sol,
cualquier tarde, todos los veranos” (Lo que queda)
Atraviesa la poesía de Elena Sánchez también la tristeza, la melancolía y la nostalgia: “No soy más que palabras, / la tristeza que se une escurre / como gota desmayada” (No soy más que palabras); “rosas de arena, flores breves del olvido” (Rosa de arena). Una especie de sombra, un peligro acechante sobre la vida y el amor: “Allá, en la otra orilla, / clava el sol su cuchillo manso, / y se quiebra amarilla sobre el arpa, / la cintura de un rayo” (Herida, heridas, herida). Metáforas todas ellas del memento mori: “Llegará la noche, / seguro, / temprano” (En las mañanas). El lado luminoso del deseo vuelve a aflorar en unos poemas que celebran los encuentros y el amor: “La piel no miente, / cruje de contacto con los soles en julio, / cuando en el filo de tus dedos se columpia, / y, entonces, asomada a tu boca, / soy la mar que se enquista en el salitre denso / húmeda y cóncava” (La piel). Las relaciones aparecen teñidas con matices, y si por un lado “En tu mansedumbre se agota la ira y la pena” (Mansedumbre), también “Ya solo me queda este camino entre barro / y más palabras / para que no me venza la zozobra” (Camino ente barro); “Cada día en este silencio fiero / cansa lo mismo que un ladrido insomne” (Oído). Son penas desgarradas: “Ciega va la boca / sangrando besos sin carne” (Sentido); “En todos tus desvaríos, / en todas tus penas largas / hay una niña mirando, / hay una niña mirándome” (Tu imagen y semejanza).
El binomio entre el amor y la muerte es un tema universal que, en los versos de Elena Sánchez se actualiza: “Abrazo, compasiva, / las heridas de su cadáver, / lo entiendo todo, / nos quisimos tanto y tan mal, / que vino la muerte a juntarnos” (La quise tanto). De hecho, el lenguaje es una labor paciente de discernimiento, que nada como la poesía puede lograr: “Poner nombres es poner orden. /…/ Si no me nombre, / si no me escribo, / mi voz es un jeroglífico, / ciega de insomnio, / viuda de oído” (Todo espera su nombre). La poesía es un antídoto para el olvido y parecen los últimos poemas dedicados a rescatar esa función: “Sin ti, verso, laberinto santo, / las palabras como pájaros / me atraviesan el pecho / en un éxodo constante” (Laberinto santo).
Un libro intenso, de lírica cristalina y sombrías premoniciones, una escritura donde la sensualidad y la nostalgia se agarran de la mano y retoman el camino que la niña que aprendió a buscar las imágenes y las historias de los libros rescata y nos muestra.
“Y al sol tibio del amor añoso
tendremos la carne y los huesos,
obligados a doblar boca y cuello
y beber al ámbar denso,
la piel ofrecida con el dulzor
perfecto, como entonces,
cuando éramos dioses
carnívoros y dichoso” (Amado ámbar)
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