jueves, 3 de agosto de 2023

Reseña de Ana Castro: ‘La cierva implacable’. Editorial Cántico. 2023

La cierva implacable; XXX Premio de poesía ciudad de Córdoba (Doble orilla  poesía) : Ana Isabel Castro Valero: Amazon.es: Libros

Ana Castro es periodista, columnista. Una de sus preocupaciones esenciales es el sufrimiento. Su primer libro ya mostraba ese interés El cuadro del dolor (Renacimiento, 2022), al igual que la soberbia antología que coordinó con poemas escritos por mujeres Rojo-dolor (Renacimiento, 2021). La cierva implacable ha recibido el XXX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Córdoba ‘Ricardo Molina’. El jurado resalta que se enfrenta “al tema del dolor con un lenguaje lírico, fresco y subversivo que toma la tradición clásica desde la Odisea hasta Lorca pasando por San Juan de la Cruz y la fusiona con una intertextualidad postmoderna”.

Al margen de otras consideraciones, Ana Castro persiste en abordar el tema sin tabúes, una minuciosa disección que se alza sobre la desesperación que procura el dolor: “Creo que es el momento / de dejar descansar / el dolor / –y lo que hubo tras él– / entre jaramagos y encinas” (Anotaciones para un funeral improvisado). Esta es una suerte de desmitificación como manera de reducir el dolor a su expresión exacta: “Nos han educado mal: / la sangre tan solo es sangre. // Lo que importa es / el vínculo encarnado, / libre, / puro” (Apunte familiar).

El siguiente paso es adentrarse en el origen mítico o fundacional del dolor: “El primer grito es la historia de la tierra o de una guerra” (El primer grito); “Ayer vi llorar a mi madre como hará algún día cuando yo muera” (Hospital veterinario la victoria); “Al día siguiente era su cumpleaños. / La devastación se apoderó de la casa otro // M. / Nadie habló en todo el día” (11-M). En lugar de guiarse por las consabidas fases del duelo, el argumento que Ana Castro propone una historiografía, distribuir las posibilidades de sobrellevar el sufrimiento: “Hizo falta una muerte / -una trombosis, una cardiopatía, una insuficiencia / renal y una mamá, que no sufra más- / para alinear los astros de una galaxia paralela /.../ Incapaz de responder / -cómo gestionar el dolor de años / de negación de la condición de hermana-, / me ofrecí simplemente a hacerle una trenza” (Trenza a la hermana).

Un capítulo esencial, como vemos, es el dolor familiar, tan intenso que casi no puede ser nombrado: “Ahora que mamá no es mamá, / he perdido el nombre” (En busca del nombre perdido): “Ella, / que presenció juegos y gritos, / amenazas, / alergias, / vernos crecer, / la pérdida de un gato… / Estoy convencida de que la que era mi casa / llora” (La casa llora). Lo terrible del dolor, como bien lleva demostrando Ana Castro, es que adquiere múltiples facetas: “No hay una respuesta correcta al decidir / cuándo deja de respirar un padre / con muerte cerebral // Cuando enfrentarse a la plena orfandad, / esa es la que ya no hay casa / ni avíos familiares, / sino un testamento y dos DNI / de personas que ya no están /.../ Qué viendo hay que frenar lo que vendrá después: / dos hermanas que ya no sabes por qué ser hermanas” (Cisma). El panorama que queda descrito es desolador por absoluto: “Qué hogar tan pleno ese, / el que descansó en un papel en la nevera / antes de que llegaran el dolor y el desierto / y destrozaran todo lo que había / en mi piso de alquiler” (Dibujo infantil).

Es desgarradora la primera persona: “¿Cómo sobrevivir sin ti, Marta, / y mecerme sola en el vientre?” (Marta). Igual que la minuciosa capacidad de recorrer cada sutil detalle: “Y aquí estamos, / en el sofá de un piso de alquilar: / él, la gata, tu ausencia, mi dolor y yo, / como si nunca hubiéramos existido de otra manera, / como si fuera la única forma posible de existir” (La firma). La muerte, las ausencias, el dolor que te proporcionan los que más te quieren y deberían cuidarte: “Me usaron tantas veces uno contra el otro… /.../ Cuando era adolescente quise escaparme de casa. / Mamá me lo prohibió. / Dijo: Esto es lo que hay. // Años después, también gritos, insultos y amenazas en mi salón” (La calma).

Como bien señala el jurado, un rasgo de identidad son las referencias a los cómics de superhéroes, Batman, las series….: “Con 27 no puedo evitar llorar en el metro / porque el ciervo de mi libro va a morir” (La mamá de Bambi). Puede ser Bambi uno de los hitos para el sufrimiento infantil es el símbolo sobre el que pivota el poemario, así lo demuestra el título y el poema homónimo: “Me conocéis como esa cierva / que no para de llorar la muerte de una madre / aún no acontecida” (La cierva implacable).

A pesar de que el dolor es indecible y que la vivencia parece intransferible, Ana Castro es transformada por la experiencia: “Me habló de él por la no-Marta / y el no-padre que tendría, / porque él no quiere tener un hijo y yo sí, / a toda cosa, pronto, / ser una madre joven si mi vientre y el dolor lo permiten” (El papel pintado amarillo). La comunidad del dolor comparte los momentos de sufrimiento que se alternan con singularidades de destellos de luz sin culpabilidad: “Un día me mostraron su dolor. / También yo les enseñé el mío. // Y nos confesamos nuestros placeres más mundanos. /.../ No morimos porque la hermana teje raíces / y pasa una araña y desaparece el vacío” (Sisterhood).

El final del poemario vuelve la habitación del dolor, a la promesa inexorable de la muerte. “Últimamente tengo a la muerte” (Miedo a la muerte), confiesa para luego encomendarse a la memoria:

“Escribo para recordar, como Kate Millet.

Lo escribo porque sucedió.

Tuve que alejarme de lo que me dañaba

/.../

Es lo que hacemos para sobrevivir:

cargamos todo el dolor dentro

y seguimos

/.../ una cierva, superviviente implacable” (Primera conversación con Loki)

 

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