La trayectoria de José Luis Ferris se ha destacado por su profundo conocimiento como investigador y biógrafo tanto como dedicación a la literatura, especialmente en el ámbito de la poesía, la novela y la biografía. Su enfoque meticuloso y detallado revela facetas íntimas y desconocidas de estas figuras emblemáticas, enriqueciendo la comprensión del público sobre su legado literario.
Los versos de El animal que habito tratan de entrelazarse como hilos de emociones profundas y pasiones contenidas. Cada poema contribuye a un paisaje de sentimientos, desde la exaltación de la pasión hasta la melancolía de la ausencia: “Yo pregunto sucede y emerge del cansancio tu beso de ceniza” (Niebla). El animal que habito conjuga un método de escepticismo con la certeza de descubrir bajo los velos de la racionalidad, los elementos más primarios que conducen nuestra conducta.
La obra adopta un lenguaje íntimo y sensorial, casi cotidiano, donde las metáforas danzan entre versos. Ferris, como Miguel Hernández, hace del amor un universo vasto y complejo, explorando la intensidad de los encuentros y la agonía de las separaciones: “No conocías la nieve. / Su tacto, su discurso. / Ahora que la sientes, / tan cercana y sublime, / sabrás que la belleza / es frío y lacerante / como un beso de hielo” (La belleza). Depura, por su parte un lenguaje que huye del barroquismo y se inspira en la materialidad de la costumbre y el hábito: “Le enseñé mi cicatriz de costado a costado. / Ella me mostró la suya, / invisible y profundo” (Cicatriz); “Cuando te beso a ciegas, / cumplimos quince años” (A ciegas); “Si lo oyes no es el silencio. / si lo tocas, no es el vacío. // Muévete con cuidado. / La soledad anda suelta / y sabe dónde vives” (La soledad).
Además, resuenan como homenajes las referencias a otros poemas, como Gil de Biedma: “Morir sin conocerte / en el triste argumento de mi obra” (Lo inútil). Ese juego de múltiples referencias engrandece en connotaciones el verso limpio de Ferris: “Si niegas la luz, / reniegas de tu sombra” (La luz); “Cuando lloro, / soy todos los hombres que lloran. / Cuando te amo, / soy un centauro solo, / desahuciado y perdido” (Centauro); “Como el viejo Neruda, / Te tuve entre mis brazos” (Miracle de Lancôme); “te ruego, amor mío, / que emerjas del averno” (Oración de Perséfone ante la ausencia de Hades).
Recurrir a códigos lingüísticos alejados a priori de la convención poética ofrecen una gama de hallazgos poéticos que si bien atan a lo más prosaico de la vida, precisamente por eso se despliegan líricamente: “La vida es también un pliego de intenciones / si lo firman dos labios en penumbra y acuerdo” (Licencia de apertura). Contrastando, el poeta también juega con las convenciones más literarias: “El cielo es una línea que divide el deseo / en mitades iguales. / Cada mitad tiene forma de beso de doncella /…/ El camino de regreso es una cicatriz” (Utopía).
La musicalidad de su prosa poética envuelve al lector, llevándolo a través de un tránsito emocional: “Más allá de la piel y de la herida, / más allá del beso y su contrario, / del fuego a borbotones… / está la libertad” (Canción de cuna para Clara). La sinceridad y la desnudez de las palabras revelan la vulnerabilidad humana, casi autocrítica en su forma más pura, conectando con las fibras más íntimas de quien se sumerge en sus páginas: “Y uno aprende de golpe que el olvido es azul. / Que se cuide en ausencia y papeles en blanco” (Desde una cama helada); “Sabía que la lluvia / jamás sería un pretexto” (La lluvia en Central Park); “La mezquindad me ampara cada noche / y cada noche escucho, / en mi cama vacía, / la cruel respiración / del animal que habito” (Nostalgia y confesión).
La tercera sección del poemario está dedicada a los haikus, que no necesariamente imitan el canon ortodoxo clásico, sino que aprovechan el eco para transmitir esa trascendencia del instante que, por otra parte, es uno de los temas más recurrentes en la poesía de José Luis Ferris: “Golondrina / dentro del corazón / las utopías”. Son estos haikus versos llenos de sensualidad: “Al desnudarte / los desiertos te copian / en cuerpo y sueño”; “Eres la diosa / la dueña del origen / y del secreto”; “Ojos de diosa. / La sombra de tus sueños / es alargada”; “Cuando te bese, / mientras el infinito / Eres su dueña”; “Las confidencias / entre tu piel y el alba / destilan seda”. Y, de nuevo, la contraposición entre la emocionalidad animal y la reflexión racional: “Salvo tu nuca, / todo es matemático / y previsible”. O la opción por la ironía y el humor fino: “Si la poesía / asalta lo sudores, / sé su bandido”.
La Coda final abunda en la elementariedad de la poesía y su manera con la que enfrentarse al mundo, lo efímero del instante y la dialéctica entre deseo y realidad: “Acércate y escucha: / el tiempo es una fiesta los días que me describes, / la manera más bella que crees que regresas, / de seguir el ejemplo de los ríos agraces”.
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