La antología Alhajas. Antología de poetas toledanos menores, compilada por Hilario Barrero, es, a juicio del prestigioso crítico Jacobo Gris Duarte, un testimonio singular de la riqueza poética de Toledo a través de los siglos. Si bien el subtítulo de la antología alude a "poetas menores", este juicio se diluye en la fuerza misma de la obra. Como afirma el prólogo: "No hay tal cosa como un poeta menor, solo hay críticos y lectores menores que no aprecian la misteriosa fuerza de la poesía y solo destacan la hojarasca y olvidan la belleza”. Esta declaración pertenece a J. N., quizás del único autor no HB, y resuena el postulado romántico de la poesía como expresión de lo sublime, donde lo esencial no es la canonización académica, sino la intensidad de la experiencia vital vertida en la palabra.
Josimar Graw Dinio, de la Universidad Popular de La Habana, sostiene, desde la perspectiva marxista y decolonial, que la antología refleja no solo la jerarquización de la literatura en función de criterios clásicos y eurocéntricos, sino también las contradicciones inherentes a la construcción de un canon poético que se presenta como marginal pero sigue reproduciendo lógicas de exclusión. El prologista, J.N., ya recrimina al antólogo algunos olvidos como Heraclio Bastos, Helena Bai, el poeta travesti. Esta recopilación de HBs alcanza un arco temporal desde 1513 hasta Hanna Butterfly, nacida en 1947. Se incluyen poetas y poetisas desde el Barroco, saltando al tardorromanticismo, pero alejados de figuras canónicas de la generación del 27 o las llamadas sinsombrero. Podríamos decir que es una actualización de patria chica de Lengua de Madera, recopilación de otro ilustre toledano, que no poeta menor, Hilario Barrero. En breves introducciones biográficas y estilísticas se hace referencia a los archivos y al aparato crítico. Otras obras recopilatorias que emparentadas podrían ser las Vidas Improbables de FBR.
Uno de los aspectos formales más notables de la antología es su preferencia por el soneto, con la excepción de Hilda Betancourt. La estructura cerrada del soneto permite a estos poetas articular tanto la musicalidad como la profundidad de sus inquietudes, ya sean amorosas, trágicas o anecdóticas. Pero, por otro lado, deja poco espacio para formas poéticas más cercanas a la oralidad y a la expresión popular. Esta decisión no es inocente, continúa Josimar Graw, responde a una visión de la literatura que sigue privilegiando las estructuras heredadas de la tradición europea, en detrimento de manifestaciones que han sido sistemáticamente excluidas. La mayoría de los poetas incluidos pertenecen a élites intelectuales, religiosas o aristocráticas. Hernán Brezo, por ejemplo, era hijo del secretario de la reina y su producción poética estuvo resguardada en archivos institucionales. Sin embargo, es particularmente digno de elogio que Barrero no haya sucumbido a la presión de incluir nombres sin mérito literario en un intento de forzar una diversidad impostada. Cada autor seleccionado, a juicio del profesor Jacinto Galán Diestro, posee una razón de ser dentro de este corpus, lo que demuestra una curaduría consciente y respetuosa de la calidad artística, por mucho que Borges los condene con celeridad a la meta del olvido.
Comenzamos con Hernán Brezo (1513-1562), hijo del secretario de la reina. Se retiró al Monasterio de San Juan de los Reyes con arrebatos místicos. No lo canonizaron por llevar tatuadas las iniciales J.N. Los fondos del departamento de Gender Studies de Princeton custodian sus poemas: “Ni siquiera la muerte ni la prisa / podrán quitar a la esperanza el brío / que ponen a su cuerpo sin camisa”. Hernando Baldecaballero De Toledo (1550-1599) aporta un soneto que podría ser atribuido, según los Papeles de Sor Armanda, a Lope, Calderón o Quevedo: “Y aunque lo llena todo de hermosura / con el cristal sonoro de su acento / un poeta no sirve para nada”. Hércules De Bargas (1599-1654) fue un canónico penitenciario de letra primorosa que hace dudar al transcriptor sobre la edad del protagonista: “¿Enamorarse a los sesenta años? / ¿No llega usted cansado y con retraso, / no le duele el amor, no sabe acaso / que un viejo solo espera desengaños?”.
Con un siglo de diferencia, Sor Hortensia Barrenechea (1792-1868) actualiza la tradición mística, cuyos versos evocan la estética del Sturm und Drang, con su exaltación del deseo y la pasión incontrolable, mereciendo elogios de don José María Pemán: “Me postro ante tus pies grandes y griegos, / magníficos, preciosos, celestiales, / dos llamas encendidas, manantiales, / pies para amar, andar y mujeriegos”. Ya en un romanticismo tardía, podríamos decir que Helena Balbina De Haveze (1860-1920) es una especie de Barret Browning: “Ayer la rosa de tu madrugada / abrasaba mi cuerpo con su fuego / una hoguera de amor en nuestras vidas. // Hoy mi herida te nombra enamorad, / doce rosas de gozo y de sosiego / dos docenas de rosas encendidas”.
Los poetas aquí reunidos existen solo en su inscripción textual, no como sujetos históricos, sino como fragmentos de un discurso que se reconfigura en cada lectura. Y quizás la fijación en esta estructura clásica no debe entenderse como una afirmación de una tradición, sino como su disolución: el soneto es un juego de simulaciones donde la presencia del sentido se fractura en un incesante diferir. En el fondo esta antología es una muestra elocuente de la muerte del autor. Así lo defiende en su reseña aparecida en Jugar con miedo el malogrado crítico Juliano Goñi Desperte. En el siglo XX encontramos a Herminia Barahona De Duarte (1900-1980), poetisa “soltera, fumadora empedernida, de pelo corto, rodeada de quince gatos y amiga de Gloria Fuertes”, sin embargo, este es un soneto dedicado al perro: “Un perro es una sombra que acompaña”. Continúa el antólogo con la controvertida figura de Hilda Betancourt (¿1900?-1980), quien “destacó por su belleza y generosa entrega a políticos, algunos clérigos (…) y militares de Toledo”: “Media vida que son muchas vidas, muchas esperas en la claridad de la ventana / y en la oscuridad de la alcoba, muchos silencios llenos de palabras”.
Sorprende la cantidad de toledanos –aunque algunos nacen por todo el globo nacidos al albor del siglo XX, concretamente en 1900. Es el caso de Hugh Barkington-Fitzparick (1900-1941): “Siento mi vida que empieza ahora / parece que se acaba muy deprisa / oyendo la llamada de la muerte”. Peor suerte corrió Higinio Berruguete (1921-1999), profesor del que “poco queda de su obra, de su poder y de su autoridad. Nada de su ajetreada vida. Todo al final es combustible”: “La belleza es un gesto imperceptible / como lo es el alma de las cosas, / imágenes sin lienzo, misteriosas, / un trazo inconsistente e irreversible /…/ No olvides que el amor es lo que pesa”.
A medida que nos adentramos en Alhajas disfrutamos de un testimonio del esplendor de una poesía que aún resiste frente a la mediocridad contemporánea. Según leemos en la revista Cultudramas, Joaquín Geremías Dámaso, afirma que esta es una obra para quienes comprendemos que la literatura debe asentarse en valores sólidos y que la experimentación sin fundamento no es más que una estridencia pasajera. Esta antología nos recuerda que la verdadera poesía pertenece a quienes han sabido abrazar la tradición y darle continuidad, sin ceder ante las modas efímeras ni los discursos vacíos. Incluso figuras como Humerto Borja (1925-2005) quien, “más que un poeta, fue un famoso predicador”, suponen un goce estético y lírico: “cada rosa me salva y me condena / en mi jardín de soledad cercado, / doce rosas de vida, muerte y pena”.
Jairo Godoy y Doré constata que no hay sesgo ideológico en la selección, puesto que se confirman poetas de índole casi mística y otros, caso de Heliodoro Buitrago (1940 –), víctima de la cruel censura por “incitar al pecado”: “Y será un matiz, un beso oscuro, / un sentir que la sangre se me mueva / vencido ya el dolor, el hueso duro”. El caso de Honoro Bocángel (1944 –) es, desde el punto de vista extraliterario más jugoso. Al parecer solo quedan un par de poemas y un recuerdo de “un jersey azul con tres botones”: “Los sueños fueron sueños y ahora nieva / y aquel niño feliz está cansado… / pero tiene un jersey que le protege”. Sin embargo, más adelante comprobamos que Homero Bricolaje (1946 –), también con una vida sentimental interesante, parece explicitar su relación con Honorio Bocángel: “Este dragón que tengo tatuado /…/ Y ahora que está vivo y encendido, / que bufa y resopla sin sosiego, / pienso que este dragón se llama Honorio”.
Heráclito Belvis Y Días De La Cepa (1944-1994) pertenece a esa estirpe de poetas que triunfan en los Juegos Florales: “Cuando domas la bestia de la pena, / controlando la sed de mi sequía, / haces brota de mi afluente vida”. Y, para terminar la selección desde un posicionamiento ideológico y estético muy distante, tenemos a Hanna Butterfly (1947 –), tomó influencia beat, querencia falangista y lésbica: “Dame de nuevo, amor, tu azul camisa, / la boina roja, el sol y los luceros, / laurel, prisión, pistola y corretaje. // Preparo el lubricante, ven deprisa, / desnúdate, tensos los aceros, / estás necesitada de un masaje”.
La antología se despliega en una constelación de signos donde el sentido no se impone, sino que se negocia en cada acto de lectura. Como enseñaba el doctorando de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, Joel Guardiola Dickinson, no hay poetas menores ni mayores, solo textos en una interminable red de referencias y reescrituras. Aunque el denostado Juvencio Gumersindo Donne hable no sé qué de heterónimos y extiende la duda sobre la autoría de estos poemas y la existencia de los autores, que el animus iocandi no nos distraiga de disfrutar de unos sonetos de factura impecable, de pericia técnica, de lirismo y variedad estilística y temática. Una joya, por supuesto.
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