Hay una
costumbre curiosa entre los docentes. No sé muy bien por qué acabamos llamando
a los niños por el apellido y a las chicas por el nombre. No sé si es un rasgo
machista, o si la diferenciación se debe a que usualmente los nombres de chicos
eran más parecidos (Juan y algo, José y algo) y había más variedad entre las
niñas (Marías todas, pero Inmaculadas, Auxiliadoras, Rosarios,… ).
Podría ser para poner distancia con los chicos, que con las chicas no hace
falta, porque no temen la cercanía. Podría ser también por considerar a los
niños pequeños hombrecitos y a las chicas todavía como personitas inmaduras a
las que hay que proteger. Confieso que no lo sé. Pero el caso que a medida que
crecemos seguimos utilizando el apellido para apelar a los varones (Rajoy,
Zapatero) y empezamos a escuchar nombres completos para ellas como Ana Botella e
incluso sólo por el apellido, Cifuentes (por algo será).
Todo
esto viene al caso por el tratamiento que los medios de comunicación, de los
periódicos a las tertulias, están haciendo del caso de la auxiliar de
enfermería contagiada de ébola. Casi unánimemente se refieren a ella como “Teresa”.
Así, a secas. Sin apellido ni profesión. Lo he comprobado. Los misioneros
repatriados, los que importaron el virus eran nombrados con nombre y apellidos,
Miguel Pajares y Manuel García Viejo. Cuando fallece, muere García Viejo, nunca
Manuel ni Miguel.
Todos
los implicados tienen apellidos, Ana Mato, Javier Rodríguez, Soraya Sáenz, incluso
el marido de Teresa Romero es Javier Limón. ¿A qué viene este tratamiento?
Quiero pensar que no se trata de una decisión consciente, de una recomendación
enviada desde alguna alta esfera. Quiero pensar que es un resabio inconsciente,
pero el caso es que de denigrarla públicamente ha pasado a ser simplemente
Teresa, como si fuera una niña a la que cuidamos desde las instituciones. Creo
que Teresa Romero merece un respeto como enferma, como trabajadora, como
persona, sin familiaridades injustificadas, que resultan algo insultantes.
El caso
de la gestión del ébola desde España es miserable se mire como se mire. En
primer término, en lugar de enviar equipo material y humano necesario para
tratar la epidemia en el origen, nos limitamos a repatriar a dos misioneros
infectados. Muchos se han percatado de que otros enfermos españoles en el
extranjero no han contado con la misma deferencia. Y hay que tener en cuenta
que curar a cada enfermo cuesta unos dos millones de euros, mientras que
dedicar esas cantidades a África supondría evitar muchas pérdidas humanas. Aquí
y, sobre todo allí.
Porque
está claro que un muerto de ébola africano no cuenta, sólo importan los
europeos y americanos, y en todo caso, si los africanos llegan a Europa o
América, porque comprometen la salud de las personas de primer grado. Importan,
por supuesto, también los perros de los europeos.
También
es importante recordar que, para evitar con éxito el contagio, no hay nada peor
que hacerlo con improvisación y es entonces cuando nos acordamos de los
recortes. El Carlos III ha sido desmantelado y no contaba, ni cuenta, con los
medios ni el equipo humano preparado para hacer frente a una emergencia de este
tipo. Tampoco hay que insistir mucho en la externalización de la sanidad, con
servicios de ambulancias privados que aplican antes la máxima del ahorro que el
protocolo de seguridad.
Fallos
humanos los ha habido. Por ejemplo, el nivel crítico de fiebre no estaba
totalmente claro en el protocolo, porque la temperatura oscila si se toma en la
axila, con pistola o por mucosas. Seguro que algún despiste más se ha colado,
pero hay cosas mucho más graves.
Si los
misioneros eran héroes, para más impresión, religiosos, por su lucha contra el
ébola, Teresa Romero era una trabajadora chapucera y mentirosa. En lugar de
asumir la responsabilidad institucional y dar un margen de tiempo a la
investigación, se decidió que el único culpable era la propia enferma. Jiménez
Losantos cruzó el límite de lo escandaloso cuando sentenció que en el pecado
llevaba la penitencia.
Da la
impresión de que todos los medios de la derecha se decidieron a atacarla de manera
brutal. Después de la respuesta popular, siguieron haciéndolo. Sólo después de
comprobar que había otra manera de tratarla, la de EEUU que pidieron disculpas
y les salió bien, entonces cambiaron la estrategia.
Sin
embargo, las comparecencias de la ministra y de la vicepresidenta han
considerado que su misión, que la crisis del ébola es curar a Teresa Romero.
Obviando que el caso comenzó mucho antes, cuando se decidió repatriar a los
misioneros sin los medios ni la organización necesarios.
Ahí
podemos pararnos otra vez en las palabras. Me parece muy curioso que la
terminología usada para abordar el tema sea de carácter militar: luchar contra
el ébola. Entonces la táctica se convierte en evidente. Es normal que se envíen
soldados a Sierra Leona y Liberia (que luego descansarán aquí al ladito, en
Rota, que por supuesto tampoco tiene ni protocolo, ni medios, ni hospital de
referencia). Es normal que se apliquen tácticas de “trochas”, intentando evitar
el movimiento de la población. Las trochas fueron la táctica que el general
Weyler usó en la Guerra de Cuba, consistía en dividir el territorio en “trochas”
incomunicadas entre sí, y pacificar una a una (eso se traducía en
encarcelamientos masivos, y toda clase de atrocidades).
Lo
único que queremos es que no pasen a nuestros aeropuertos y somos capaces de
pagar todo el precio del mundo. Que además será inútil. Nos da igual que mueran
decenas de miles de personas mientras que sean africanos pobres.
Resulta
también curioso que ahora se utilice vocabulario militar para una enfermedad
cuando fue vocabulario de enfermedad el que se utilizó para abordar la crisis.
Había países que se contagiaban de otros, subía la prima de riesgo como la
fiebre que acompaña al ébola. Se recomendaban sangrías y amputaciones.
En
ambos casos está claro que se utilizan metáforas, pero de una realidad
trasnochada. No se curan las enfermedades con amputaciones ni sangrías, sino
con antibióticos y vigilancia. No se tratan las epidemias aislando a los sanos,
sino tratando a los enfermos. No se llevan soldados a una emergencia como si se
tratara de una guerra. Ellos no son el enemigo, el enemigo es la pobreza y las
condiciones que facilitan que una enfermedad vírica contagiosa se expanda y
colapse todo un sistema sanitario, que era insuficiente a todas luces.
No voy
a entrar en las conspiranoias que culpan a las farmacéuticas de inocular a
propósito el ébola, ni aprovechar el momento para hacer caja. Pero sí que hay que
depurar responsabilidades políticas. No somos todos culpables, o al menos, no
todos en la misma medida. La enfermedad tiene su propio ritmo, pero las
condiciones sociales ayudan a extenderla o previenen su extensión.
Mandar
médicos, personal sanitario, informado, preparado, dotado con las medidas y
medicinas, hacer hospitales. Evitar el sufrimiento innecesario. Se gastan más
dinero en trajes ahora, en acondicionar los hospitales del primer mundo, que
hubiera sido más fácil, barato y menos cruel haber atajado la epidemia en sus
inicios. Porque, además de evitar las muertes de inocentes, de paso nos
libraremos los demás y comenzaremos un mundo mucho más justo.
Que buen análisis: Seriedad, rigor, sensibilidad y denuncia. Gracias, por tu manera de ver las cosas y por la forma en que lo expresas.
ResponderEliminarGracias, Manolo. Intento ser honesto en cómo pienso y en cómo escribo. Se agradecen comentarios de apoyo como el tuyo. Un abrazo
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