domingo, 13 de septiembre de 2015

Refugiados



Estamos asistiendo a una crisis importante con los refugiados. Una crisis principalmente para todos los que desde Siria o Afganistán se ven expulsados por una guerra que dura ya demasiado. No son emigrantes, nos dicen, son refugiados. Como si huir de una miseria total desde Mali, país azotado por la violencia como el que más, fuera una categoría distinta a la de escapar de la guerra civil en Siria.
Nos recalcan que muchos son como nosotros, de una clase media, con sus trabajos, su vida cotidiana similar a la que podemos tener aquí, pero que la desgracia de la guerra los hace recoger lo poco que pueden cargar y aventurarse a cruzar medio continente para buscar seguridad. Y no falta quienes les acusan de codicia, de quererse aprovechar de la opulenta vieja Europa y sus ayudas. Hay que ser rastrero.
En el fondo, aunque no en la forma, es por lo que se han decantado la mayoría de los gobiernos europeos, comenzando por el nuestro. Para azuzar más el miedo siempre viene bien sacar a relucir la posibilidad del terrorismo, amenaza difusa donde las haya, la miseria económica, incluso la poca estética de estas pobres gentes que huyen, que afean las estaciones de tren. El caso de Hungría, por lo que nos cuentan, es especialmente duro.
A Grecia, que nació para martillo, del mar le caen más clavos, Turquía y el Líbano están más que saturados. No hubo problemas mientras que se apiñaban millones de refugiados en esos interminables campos del desierto. Ahora es cuando nos molestan en la conciencia.
Si te gustan los refugiados, métetelos en tu casa, gritaban algunos. Y eso han hecho. La ciudadanía ha estado por delante de las autoridades mostrando la solidaridad, ayudando a pasar fronteras, llevando comida, ropa, ofreciendo sus coches y sus casas. Esta lección queda muy por encima de rastreros como la famosa reportera húngara que pateaba y zancadilleaba refugiados.
Todavía se me encoje el corazón con la fotografía, probablemente preparada, del pequeño Aylan Kurdi. Mucha emoción en ese niño que parece dormido. Y como a mí, a muchísimos más les ha conmocionado la tragedia, aunque supiéramos que miles de niños estaban y siguen sufriendo en la guerra, ahogándose en pateras, muriendo de fiebre en campos de refugiados. Pero todo tiene un límite. Muestras de solidaridad a gran escala surgieron en toda Europa.
Y en ese momento las autoridades políticas cambian el discurso. Ahora toca el Welcome Refugees! De ayuntamientos a las más altas autoridades europeas la xenofobia torna solidaridad. Que Mariano Rajoy cambie y donde dije digo digo Diego es extraño, porque casi nunca dice nada, pero ahora acata responsablemente, sensatamente, las órdenes de los señoritos de la Unión Europea.
Siguen las voces que intentan camuflar sus miedos con discursos pretendidamente solidarios, que si hay recortes, que si hay pobreza en España, que si eso de acoger refugiados es postureo progre... que no se trata de abrir fronteras por abrir, que primero nosotros y luego ya veremos. Si tanto les importaban los recortes, ¿por qué no estaban en las calles protestando? ¿Por qué no han votado en contra de quienes realizan los recortes? Si no quieres guerras, no les vendamos armas, no nos encarguemos de crear y alimentar los conflictos, porque en Siria se aprovechó la Primavera Árabe, la necesidad de Rusia de contar con aliados en el Próximo Oriente con la necesidad de Estados Unidos de tener un enemigo tangible, en este caso el Estado Islámico, y una guerra que mantenga en marcha la industria armamentística…
Por lo visto hay que tener un certificado de residencia, unos genes en rojo y gualda para poder recibir las migajas de ayudas solidarias. Menos mal que los españoles nunca hemos tenido que emigrar, ni por causas económicas ni huyendo de una guerra civil…
Y los países árabes, ¿por qué no los acogen? Esta derivación es fantástica porque así pueden resonar los prejuicios contra la religión. La islámica, por supuesto, porque nosotros, los católicos somos mejores, más tolerantes y caritativos. Sinceramente, no tengo ningún aprecio a estos países gobernados por dictaduras teocráticas, a las que tenemos que adular para mendigar su petróleo. Lo que más me indigna de estos discursos es que vienen en su mayoría de sectores conservadores, de los que se quejan de que desaparezca la religión de los colegios, de quienes debían vender todo lo que tienen y dárselo a los pobres, coger su cruz y seguir al nazareno. Esos que hablan de caridad cristiana y no tienen la más mínima decencia humanitaria. ¿Qué pasaría tras una inundación o un terremoto, dejaríamos de conceder ayudas de emergencia porque hay que pagar el rescate a los bancos o los subsidios a los parados de larga duración?
Me asusta pensar que los políticos no digan lo que dicen porque lo piensen realmente, sino porque aspiren a ser aclamados por la multitud. Y así parece. Al principio, enarbolando la bandera de la xenofobia, luego la de la solidaridad. Manejando su política a golpe de encuesta.
No obstante es interesante que esto suceda, porque demuestra que los políticos nos necesitan, tienen que contentarnos, más allá de difundir mensajes canallas y miserables que nos enfrenten a unos contra otros. No creo que nadie, por mucho gabinete de prensa y muchas televisiones nacionales y autonómicas, pueda hacernos cambiar de idea sobre algo, pero sí que pueden despertar nuestros más bajos instintos o pueden apelar a nuestro corazón solidario y humanitario. No les dejemos que puedan subsistir alimentándose de nuestros miedos, de nuestros rencores y nuestro odio.

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