domingo, 27 de marzo de 2016

Europa ha muerto



Proféticos fueron, como en tantas ocasiones, los Ilegales cuando certificaron la defunción de Europa. La pintoresca vieja Europa, como decía aquel libro que muchos teníamos en los estantes y que describía un mundo lleno de historia, de una herencia cultural que merecía la pena conservar. Esa Europa que fascinó a Stefan Zweig ha vuelto a morir tras el nazismo y la reconstrucción. En esta semana dos hechos me han motivado a escribir sobre un tema que, normalmente, no me entusiasma. No soy precisamente lo que se dice un europeísta. Y no por una defensa de la soberanía nacional española, más bien al contrario, porque no me identifico con ninguna bandera.
Los bárbaros atentados en Bruselas desde luego conmocionan a cualquiera. Más aún si tienes recuerdos de aquel aeropuerto, si eres capaz de situarte en el lugar de los hechos. Y parte de eso hay en nuestra insensibilidad hacia los atentados que se perpetran fuera de los límites de nuestro mundo civilizado. ¡Cuántos muertos en Siria, en Pakistán, en Nigeria…! Es ya un tópico reflexionar sobre la discriminación eurocéntrica, racista incluso, de nuestra pena e indignación.
Los gobiernos europeos, juntos y por separado, se han visto desbordados por hechos que no saben cómo afrontar. La ciudadanía, hablando con el corazón en la mano, multiplica los gestos de apoyo y solidaridad. Me dan pena y me indignan todos esos machos-alfa que critican esas manifestaciones riéndose con un halo de superioridad. No, señores machos-alfa, las velas y las flores no van a derrotar militarmente a ningún terrorista, su misión es hacer sentir acompañados a las víctimas. Como las visitas en los entierros no van a conseguir revivir al fallecido, sino consolar a los deudos.
La respuesta de los dirigentes, en especial Hollande, me da miedo, como ya he comentado en alguna ocasión. Está hablando de guerra. No es un fenómeno de terrorismo, sino de un ejército frente a otro. Por eso prefieren la denominación Estado Islámico, ISIS o DAESH, porque los pueden bombardear de igual a igual. De esta forma consiguen que parezca lógico que si un yihadista salta por los aires en el metro de Bruselas se bombardee la población de Siria, como una cadena lógica sin tacha.
Otra de las falacias que se están escuchando demasiado a menudo es que los terroristas odian nuestro estilo de vida, nuestra democracia y nuestra libertad. No es cierto, los terroristas no luchan contra un modo de vida ni contra unos valores, luchan contra un enemigo. Así lo reclaman, atacan a los países que participan en la coalición internacional. La Europa que atacan no les significa democracia, ni secularización, ni el infiel. Es la Europa de los explotadores, de los invasores.
Además, ¡qué pronto se nos olvida que la inmensa mayoría de los atentados se perpetran en países islámicos! ¿Luchan contra la democracia dentro de Pakistán, de Nigeria, de Siria, de Irán, de Sudán?
La compasión y la extensión de derechos tendría que ser, por tanto, la marca de lo que debía significar Europa. Una Europa que apresuradamente identificamos con la Unión Europea, desdeñando lo que Suiza, por ejemplo, ha aportado a la construcción de nuestra herencia cultural, pasando por alto que hubo un tiempo no muy lejano en los que ni España, ni Grecia, cuna del concepto de democracia, estábamos dentro de lo que entonces era el Mercado Común.
El segundo hecho que marca la muerte de Europa es la actitud hacia los refugiados. Tenemos la memoria muy cortita en este ingrato continente. Nos hemos pasado los cinco últimos siglos invadiendo y poblando el resto, expoliando sus riquezas naturales y, cuando nos ha hecho falta, huyendo de las cruentas guerras del siglo XX. A Estados Unidos, a México, a Venezuela, a Argentina emigraron los españoles huyendo de la Guerra Civil. Otro tanto hicieron muchos alemanes, franceses o belgas para escapar de los nazis. ¿Pensaron estos países el perjuicio económico que les iba a pesar? Algunos lo hicieron y cerraron las puertas a los refugiados. Por eso admiramos a los gobiernos que abrieron los brazos y las fronteras. Es miserable plantearse el costo económico cuando estamos hablando de vidas de seres humanos.
Los refugiados están en su inmensa mayoría en los países de su entorno, que, obviamente son musulmanes. Muchos están intentando escapar lo más lejos posible, por eso no se contentan con llegar a Grecia, quieren Alemania o Suecia. Pero no olvidemos que el grueso está en Turquía, Jordania, Líbano… La democracia israelí los ha vetado. La autocracia amiga de Arabia Saudí, también. Intentemos parecernos a ellos.
La Unión Europea ha decidido contener la marea de refugiados echando mano de la valla. La misma que nos indigna cuando la sugiere Donald Trump. Les pagamos a Turquía para que no vengan, en lugar de repartir los refugiados entre los países miembros. Es una total vergüenza. Y se aprovechan los atentados, como hace la catolicísima Polonia, para negar la entrada a los refugiados. Para eso sirve la religión en los estamentos oficiales, para dar la compasión que niegan.
No se trata de defender la Unión Europea pase lo que pase. Quizás tuviera algunos aspectos destacables, pero si la deriva que toma no es la que los ciudadanos queremos, estamos en nuestro derecho, incluso en nuestro deber, de echar en cara a las instituciones su actitud. No vamos a ser hooligans de la UE, como lo somos de muchos equipos de fútbol, partidos o políticos manque pierdan.
Los terroristas no vienen de Siria, son franceses, son belgas, son europeos. ¿No habría que pensar mejor cuáles son las causas de esta radicalización? Ah, no. Eso es buenrollismo. Una de los insultos, junto con progre, que está de moda. El buenrollismo no causa muertos, los que prefieren la utilidad de la violencia, sí. Estos que critican las políticas de entendimiento y de solución pacífica de conflictos y mediación son mucho más listos que los demás. Ellos han entendido la vida y saben a ciencia cierta que no funciona y que eso es lo que provoca los atentados.
Estos clarividentes que nos miran por encima del hombro parten de la asunción de que hay, como dicen los americanos, chicos malos a los que no sirve más que la violencia. Hay chicos malos en las calles, y países, regímenes y religiones malas, intolerantes, violentas, terroristas. Es la lógica de ellos frente a nosotros. Ellos son los que son agresivos como el halcón o el escorpión de la fábula. Es su naturaleza. Nosotros somos los que nos vemos obligados a hacer uso de la violencia. Por eso tenemos que estar agradecidos a estos, de nuevo, machos-alfa, que se sacrifican por nosotros aplicando mano dura.
Por mí, y en mi nombre, que no lo hagan.
No estoy diciendo que no haga falta una policía o incluso un ejército. No es eso, es la estructura mental que lleva a la violencia. Luego nos extrañará el resurgimiento del racismo y la xenofobia, y no comprenderemos que es una espiral de violencia, que si beneficia a alguien, desde luego que no es a nosotros, los ciudadanos de a pie. La violencia engendra violencia y dará la razón a los violentos que sembraron vientos y recogen tempestades. Ya hemos empezado tirando bengalas contra una mezquita y golpeando con un puñetazo en una manifestación de Bruselas.
Si esto es Europa, razón de más para no pertenecer. Si ya prefería que se quitaran todas las banderas, la de la Unión Europea ha ganado, con mucho, el dudoso honor de ofrecer vergüenza.

PS. Vaya también en homenaje a Alejandro Espina, bajista de los Ilegales, fallecido recientemente.

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