Carmen Bretones (Almería, 1972) es
profesora de secundaria y doctora en Literatura Inglesa. Su campo de
investigación se centra en la narrativa post-victoriana y modernista así como
los estudios de género. Esta es su primera incursión en el campo del relato de
ficción.
La intención confesa de este
conjunto de relatos es ofrecer un abanico de retratos de mujeres
contemporáneas. Aunque las peripecias y las personalidades de las implicadas
son fácilmente reconocibles, Carmen Bretones ha querido huir del estereotipo,
de la conmiseración y del triunfalismo que a menudo se confunde con la defensa
del empoderamiento de la mujer. Lo
que encontramos en estos relatos son ejemplos de la dificultad para llevar una
carrera profesional y cuidar de una familia, de la soledad, independientemente
de la edad o incluso de la clase social.
Un factor clave que otorga la
verosimilitud esencial para estos retratos es el manejo del diálogo. Es sumamente
difícil lograr que las conversaciones cotidianas suenen reales, las
particularidades del lenguaje informal son muy difíciles de trasladar al folio
escrito y, a menudo, suenan frases huecas, impostadas. Carmen Bretones
consigue, además, imprimir un ritmo notable a los relatos a partir de esas
conversaciones.
La autora consigue demostrar un
oído especial para las historias cotidianas y, sobre todo, el olfato necesario
para ver una historia, un argumento en los fragmentos de vidas en el día a día.
No sólo se trata de dar valor a los detalles, sino montar un argumento a partir
de experiencias no especialmente excepcionales. A veces se trata de relatos
clásicos en los que hay una situación de calma inicial, un suceso provoca la
acción y acaba con un desenlace, pero, en otras ocasiones, no hay un algo que
desencadene el argumento, es el reflejo de lo cotidiano, como si nos asomáramos
por una ventana a unos seres que viven sus historias. Carmen Bretones consigue
resumir una vida a partir de pinceladas.
Otro de los aciertos principales
de estas historias son los personajes, a los que ha querido dotar de un
realismo muy cercano, procurando que los lectores vean reflejados a personas
que conocen, a la vecina cotilla, a la sufrida del trabajo, la que ha roto su
matrimonio, la que está sola, la hija que se enfrenta a su madre… Aunque, no
pretenda hacer una radiografía social con todos los detalles de la compleja
vida moderna, en cierta manera se podría decir que es una literatura
costumbrista, sobre todo por la intención explícita de mostrar fielmente las
actuaciones de una serie de personajes en determinados ámbitos.
Estos ámbitos incluyen, por un
lado el mundo laboral, como la historia de Montse, profesora de secundaria; o
la de Isabel, la enfermera algo cotilla. En el primer caso el trabajo es fuente
de frustraciones, como la del primer relato, Ana, que se enfrenta a la
“permanente disponibilidad” de los varones para el trabajo y consiguen así los
ascensos mientras que las mujeres tienen que “conciliar”. En otros casos, el
trabajo es fuente de satisfacciones:
“El hospital
era, sin lugar a dudas, su hábitat, su particular microcosmos. No es que no
tuviera vida más allá del trabajo, no, Isabel estaba casada y tenía dos hijos.
Pero en ningún otro lugar del mundo se sentía como entre batas, vendas y
pacientes. Conocía el hospital al milímetro: controlaba todas las habitaciones,
las plantas, mostradores y ventanillas” (p. 101)
El segundo mundo es el de las
relaciones sociales. Lucía nota el paso del tiempo en esas relaciones. Son
personajes que se cuestionan todo, especialmente a ellas mismas. Cecilia nos
cuenta una historia de solidaridad entre desconocidas a partir de la soledad y
el problema de la inmigración. Lucía habla de su flirteo, y cómo uno se puede
ilusionar con algo banal.
El tercero tiene que ver con las
familias, la amistad, el amor y las exigencias sociales. Como la eterna disputa
de Sole con su madre. El caso de Sonia ilustra la tragedia de una vida
“convencional”, sin estudios universitarios, casada, cuando pierde a su marido
que queda en shock tras un accidente. Ella procura por todos los medios ocultar
el sufrimiento a sus hijos. O Claudia, que se somete voluntariamente al varón
hasta que pierde su horizonte vital, la razón de vivir, sin que un suceso
concreto lo marque. La familia es siempre un campo de batalla, como las
rivalidades con las que tiene que lidiar Sandra.
Para narrar cada una de estas
vidas, Carmen Bretones utiliza la técnica que más se adecúa a la historia que
quiere contarnos, pueden ser más o menos trágicas, más dramáticas o más
cotidianas, y para eso utiliza el diálogo, el monólogo interior o el narrador
convencional.
Sin caer en el tópico bienintencionado
de la lamentación y la denuncia, las once mujeres del volumen luchan en un
mundo que es el nuestro, que puede serles grato o cercano y puede convertirse
en algo hostil y cruel. Todas ellas nos ofrecen un punto de vista para encarar
la vida, porque ninguna huye, ni acaso pudieran huir de unas circunstancias que
raramente han buscado, y en las que las reglas del juego les han sido
impuestas. Las once luchan por imponer sus reglas y que su experiencia y
prácticas cotidianas sean lo más llevaderas, intentan que el mundo sea un lugar
más amable para ellas y para los demás.
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