En muchos sentidos, la política es como una
guerra. Y a menudo, no por otros medios, sino por los mismos. Los
planteamientos metafóricos son claramente belicosos. Hay adversarios, aliados,
se atacan y se defienden, se plantean estrategias. En cierto sentido, es cierto
que los ciudadanos a veces nos podemos sentir como la carne de cañón en unas
guerras que no son las nuestras. El problema quizás, es tomar las metáforas
demasiado al pie de la letra.
Tanto en los enfrentamientos bélicos como en
los políticos parece habitual, que no justificable, recurrir a la guerra sucia.
Tienen, para más inri, el indecoroso nombre de “Inteligencia” y “Contrainteligencia”.
Los partidos políticos dedican muchísimo esfuerzo a buscar los trapos sucios de
los contrincantes con la intención de denigrar tanto a la persona como a la
causa. Lo estamos comprobando de una manera bastante penosa a través de las
filtraciones de las grabaciones del ministro de interior en funciones. Si ya es
bastante triste rastrear los tweets
antiguos de un concejal, es vergonzoso que se utilicen los poderes del Estado
para estos menesteres partidistas.
Pero no vayamos a pensar que todo es una
conspiración orquestada con claridad desde los despachos de los partidos.
Habida cuenta de la chapuza de los resultados, parece claro que hay legiones de
enfervorecidos voluntarios dispuestos a crear, difundir y comentar cualquier
aspecto que pueda servir a la causa. Las conexiones de los grandes partidos con
los grupos mediáticos también son motivo de alarma y seguro que hay muchos
internautas con contrato precario disfrazándose de troll para poner coto a cualquier opinión ajena.
En otras ocasiones me he preguntado por qué
hay tanta gente dispuesta a creerse cualquier maledicencia sobre su grupo
adversario preferido. Me interrogaba cuáles eran los motivos para tantas
páginas de anti-podemos, anti-Rajoy, anti-catalanistas, anti-españolistas,
anti-feministas, anti-lo que sea. Sigue resultándome curioso que haya tanta
gente que da a un me gusta o a un
compartir según quién y no según qué. Estafar millones de euros en
comisiones y mordidas nos deja impasibles mientras que contratar a un “asistente”
sin dar de alta nos altera.
Hay todavía algo más sangrante. La invención
de bulos. Es increíble la cantidad de bulos que circulan en internet, más aún
gracias a las redes sociales. Estos rumores demuestran varias cosas. En primer
lugar, la credulidad selectiva que tenemos. Hacer pasar noticias de El Mundo Today por ciertas puede
tener un punto de gamberrada y de descuido. La tergiversación de declaraciones
puede tener la disculpa de la torpeza del entrevistador, aunque de sobra
sabemos que un micrófono puede ser un arma de destrucción masiva merced a
preguntas capciosas como: “¿suprimirían ustedes la Semana Santa?”, o “¿desde
cuándo están recibiendo dinero de Venezuela?” Se responda lo que se responda ya
hay implícito un reconocimiento de culpabilidad.
Pero, ¿qué pasa cuando directamente se
inventan las declaraciones? Todos hemos podido ver ocasiones en las que se
atribuye a un obispo decir que las felaciones en nombre de Jesús no son pecado.
Una vez que se leen en algo que parece un periódico cobran visos de realidad,
se reifican y de ahí al rumor que se corre de boca en boca.
Ante este tipo de “noticias” es fácil tomar
precauciones, contrastar en internet es relativamente muy fácil y, aunque nunca
se está seguro y es siempre sano cierto grado de incredulidad, se puede uno
decantar por la falsedad o veracidad sin arriesgar demasiado. Yo tengo una
norma, quizás caprichosa, que es poner en duda todo lo que critique a la
izquierda, a cualquier izquierda, pero especialmente a Podemos, si viene de un
medio terminado en –digital. Hay
muchos otros que son de la misma ralea, pero esos, para mí, no es que sean
indicios de duda, son seguridades de falsedad. Lo mismo me equivoco.
Más difícil de comprobar son las cuentas de
las redes sociales. Hay muchos perfiles falsos que sueltan barbaridades para
crear un estado de opinión contrario a un grupo social. Dos ejemplos, el
feminismo o Podemos. Una vez que cualquier persona de buena fe lee
declaraciones de esas cuentas es normal que se indigne y que inmediatamente
exclame improperios contra el feminismo o la formación morada. Repito, cosa
distinta es que seamos proclives a creernos estas barbaridades. El caso es que
todas las ideas provenientes de esas ideologías se convierten en irracionales.
Lógico.
Lo que me pregunto es por la persona que crea
esos bulos. Quien atribuye a un círculo de Podemos un mensaje pro-islamista
sabe de sobra que no es cierto. Confía en que la mayoría de la gente lo va a
tomar por real, pero él sabe que no es así. Lo mismo pasa en la guerra. Los
servicios secretos se encargan de exagerar o de inventar barbaridades de los
contrarios para movilizar a la opinión pública. Pasó, por ejemplo, en la
primera guerra del Golfo cuando, ante las Naciones Unidas, una chica con el
corazón encogido, narraba cómo los soldados de Sadam habían sacado a los bebés
de las incubadoras y las habían destrozados. Luego nos enteramos que la joven
en cuestión era la hija de un embajador kuwaití que llevaba años sin pisar la
tierra de sus padres. El daño estaba hecho. Las famosas e inexistentes armas de
destrucción masiva pueden ser otro trágico ejemplo.
Los inventores de bulos deben de tener un
corazón dividido. Por un lado parecen ser personas totalmente entregadas a una
causa, tanto que son capaces de vulnerar cualquier ética inventando falsedades.
Por otro deberían de sentirse incómodos porque ellos sí que saben positivamente
que sus enemigos no son tan malos como ellos mismos pintan. Los que inventan
monstruosidades sobre Podemos tienen la certeza de que los secuaces de El
Coletas no tienen tantos trapos sucios, que no han cometido tantas
irregularidades y que sus declaraciones no son tan radicales. En cierta manera,
en su fuero interno, deberían concederles una altura moral mayor de la que van
a tener gracias a las fechorías que están inventando.
El que inventa un bulo reconoce que sus
enemigos no son tan horribles, aunque le gustaría que lo fueran. Quizás sepan
que no son tan distintos, que, en el fondo, no son malos chicos y que si la
gente conociera realmente lo que dicen o hacen, tendrían más éxito y ganarían
más votos. Aunque la fidelidad al partido hace caer en el abismo ético a estos
luchadores de las cloacas. A lo mejor sospechan que los enemigos son mejores
personas que ellos mismos.
Lo justifica el paradigma de la guerra, el
maquiavélico fin de mantener el poder. Deberíamos hacer imponer otro paradigma.
Quizás deberíamos ser el cliente al que deberían complacer los partidos. Y el
cliente siempre tiene la razón.
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