martes, 7 de junio de 2022

Reseña de Javier Rodríguez del Barrio: ‘Manía de la duda’. Monosabio 101. Ayuntamiento de Málaga. 2011


“La memoria es un instrumento de cuerda”

Este es el primer libro publicado del madrileño Javier Rodríguez del Barrio. Este periodista y gestor cultural ha publicado alguno de sus poemas en revistas como Aquarellen Revista Literaria de Chile, Tinta en la Medianoche, Álora, la bien cercada y en la publicación digital francesa oupoli.fr (en versión bilingüe). Participa en recitales de poesía y estudia la obra poética de Fernando Pessoa a quien pertenece la cita que da comienzo al libro.

La manía de la duda se organiza en ventanas numeradas. Desde la primera, desde el primer poema, se reivindica el poder casi mágico de la escritura: “Nunca llegó a ver el mar / el hombre que inventó la palabra, / pero pudo aprehenderlo / y hundir sus pies en la espuma / al pronunciar su nombre por primera vez”. A la vez que desconfía de la racionalización del mundo: “Y esta obsesión / por el origen de todo / persigue y mitifica el minuto cero de cada historia /…/ Quedan todas ellas –mariposas en el corcho– / atravesadas por alfileres. / Y entonces juego a observar sus letras aisladas vaciando su significado”. Existe una tensión patente entre la necesidad de escribir y ordenar el mundo y la fuera irracional de expresión: “Fuerzo a la belleza / si decido escribir de forma continua / y no guardo el silencio mínimo: / pastoso y necesario de la autocrítica”.

Pudiera parecer que comparte los presupuestos de la llamada poesía de la experiencia, entendiendo la lírica como un género de ficción: “Alberga la escritura una ficción / que tú y yo convenimos en aceptar, / arrojados como plásticos en cualquier playa: / ni desierta, ni desnudos, ni melancólicos”; “Se trata de jugar / para escapar de mis poemas, / tan gélidos e inacabada calle”. Y, por otro lado, subsiste el impulso juanramoniano de exigencia en la búsqueda de la palabra exacta, de la imagen más esencial (“A cada mar, su océano: / primera metáfora”), porque en cierta forma, las palabras poseen el poder de convertir en realidad lo nombrado: “Pruebo a dibujar una mano para sentir la piel”; “También llovió el primer día del Universo / y tras decir agua, / el barro creó una acequia de papel /…/ Por eso, / las horas, / la lluvia / y el amor manchan la ropa”; “El dolor, / el odio / y el amor / son esencialmente literarios / para recordarlos. // Como la lista de la compra: / leche / pan / detergente”.

En la Ventana II encontramos referencia tanto a Rosalía de Castro como a los Panero. Continúa el poeta su tránsito de la realidad a la palabra: “Abandonada la idea / de entender el mundo, / decidimos reducirlo /…/ Abandonando la idea / de entender el mundo: / la muerte de los padres, / el horror”. Ese es el primer riesgo, pero luego, avisa, está la interferencia que efectuamos al transcribir, por ejemplo:  “Modificar levemente el curso de un riachuelo, / aunque sea con una pequeña piedra / y obligan a una fila de hormigas / a variar su camino, tan solo por un instante, / coincidan en un tiempo / –indeterminado y similar– / cuando leo libros de Historia”.

Más que un juego conceptual, lo que Javier Rodríguez del Barrio está planteando es un cuestionamiento existencial, que afecta a la comprensión del mundo. Heredero de una tradición crítica más que de la hermenéutica posmoderna: “La existencia que transcurre aquí, / en el primer mundo, / tiene de todo menos la ausencia de límites. // Es todo tan medido y previsible…”. Se advierte sobre todo en las descripciones más realistas de la realidad concreta donde se desarrolla la vida: “Cuando salgo de las calles de mi barrio, / hay un dragón verde / que en su día fue juego de niños, / alameda de botellas, jeringuillas y preservativos”. En fin, lo que pasa en la calle.

Partiendo de la base, como dice, de que “La ternura no caduca”, hay un poema en el que se reivindica la labor constante y apenas advertida, salvo por los espejos, de la mujer en el ámbito más próximo: “Las mujeres de mi familia se han mirado en el espejo / no solo para corregir el mechón desordenado, / pasar la yema de los dedos por el rostro / –ajustar el maquillaje– / o sonreír diciéndose: ya estoy lista. / También lo hicieron / para tragar saliva tras el azogue / como único espacio del mundo, / contener lágrimas, todo está bien”. Así se cierra la sección más social del poemario.

La Ventana III mira hacia las relaciones, hacia los afectos: “He amado a demasiadas mujeres / como para no reconocer en cada una de ellas / el rayo fugaz de las anteriores”. Una poesía más confesional, de amores correspondidos y no correspondidos, de amores que pasaron y de la dificultad para el olvido: “Hoy pacté con el silencio de tu ausencia”. La complejidad de la intimidad se expresa, como pocas veces, precisamente en los silencios: “El silencio / –entre amantes– /…/ Es el pensamiento tras el beso, aunque lo acompañe una sonrisa”. Habría, como se advierte en otro poema, que ir más allá, a los que subyace tras el contenido de los actos y de las frases: “Corren ríos subterráneos bajo estos versos / para disimular el rumor de mercurio / con el que se hablan, entre sí, las palabras”.

Juega también el poeta a nombrar a Dios como –permítaseme la expresión– una especie de convidado de piedra en el banquete del amor: “hay amor en el sexo, si amor: Dios llega tarde; “Quizá Dios sea solo eso: la marca del agua, / pan de oro, cita previa; / terreno ganado al mar, // lluvioso postigo”. No es Dios quien proporciona el amor, el amor mismo puede ser Dios. La pasión se va a expresar con la fiereza de los elementos: “Alivio leve en tu labio / –no oclusivo– / del que roba agua; / a veces lava, fuego vivo /…/ No tengo dios / pero remata mi fe el paño con un pequeño bordado: tu boca”. Igual que el desencuentro y la distancia: “Vivo lejos del mar y pido río”.

Un excelente debut el de Javier Rodríguez del Barrio. Me quedo con la constatación de que:

“Amar o vivir me obliga a hacerlo

como si fuese para siempre

sabiendo que no es así”

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario