sábado, 6 de agosto de 2022

Reseña de Isabel Bono: ‘Brazos, piernas, cielo’. Baile del Sol. 2012

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Isabel Bono acaba de publicar Los secundarios para Tusquets, pero no me resisto a comentar este libro de poemas que publicó hace diez años. Quizá sea el capricho personal de comprobar en el título una referencia al estribillo de la canción Heaven del excéntrico cantautor británico Robyn Hitchcock y que la banda que inauguró el indie patrio, los Surfin’ Bichos, versionó en castellano. Un motivo como cualquier otro para acercarse a la extensa obra poética de Isabel Bono que se dio a conocer en el final de la década de los 80.

La característica más sobresaliente de su poesía ha sido siempre el laconismo, la capacidad expresiva de eliminar lo superfluo, puntuaciones, mayúsculas, cualquier término que no incida en lo esencial. Brazos, piernas, cielo se divide en dos partes, la primera se titula La chatarra del silencio. Se incluyen poemas en los que la perplejidad y el asombro se combinan con la certeza y el recuerdo: “desde el principio lo sabes / vas a caer // la luz / el paisaje / dejan de importar”. Precisamente en la propia labor de escritura se da cuenta del proceso de depuración léxica y conceptual: “anotó en un cuaderno / hombres de piedra / niños de cal // no confiaba en su memoria // ¿El miedo nos hará fuertes? / Se preguntaba”; “todos queremos un nombre / yo inventé el tuyo // tan lejos estabas” (¿no es un verso de los nunca bien ponderados Golpes Bajos en su Cena recalentada?).

Se detecta la reticencia al abismo de las relaciones humanas: “tenemos derecho a equivocarnos // sin defensa / sin móvil / sin coartada”; “seremos antenas de insectos // se acumula el trabajo / de pasear / más juntos y doloridos que nunca”. La relación de pareja parece suponer una fuente de conflicto íntimo una dialéctica de la cercanía y el olvido, de la necesidad y la autonomía: “lo que me falta ahora / no es compañía ni silencio / es la voz que dice / ve y arriesga tu fortuna / camina sobre el agua / olvídate de sus manos / del tiempo perdido / y de este agosto sin tormenta”; “cuando él me mira / todo pasa // la falsa ficha / los falsos desmayos / las falsas despedidas”; “quiero saliva y sudor / no lo dudes”; “bésame sin amor mi venganza / como si solo sintieras / hambre”.

Una necesidad de libertad (“señales de humo / a través de los bosques // el arte de la paz el devenir de la compañía”; “respirar otra vez salitre / tomar aire / nunca suficiente / en los pulmones”) y de conciencia cierta de lo que es real: “al calor del sol / la única verdad / a través de las hojas”, en especial entre el sueño y la vigilia: “me dijo caer en la mentira del insomnio”; “qué suerte poder soñar / qué suerte poder recordarlo”. Y, en ocasiones, espigamos aforismos entre los versos como estos tan certeros: “entretener el miedo / se convierte en superstición”; “poca luz / ninguna mentira // toda la vida por delante” o “dormido o despierto / la vida no se detiene”.

Distrito rojo es la segunda parte que comienza con una cita de los Surfin’ Bichos. Hay momentos en los que se traducen momentos duros: “está en mi casa / una piedra / y el puño cerrado en cada bolsillo”. La traducción llega a lo fisiológico: “Cuatrocientas orugas desfilan / mi esófago tocado y hundido / calentar leche no es suficiente / ranitidina / omeprazol / cosméticos alternativos lanza llamas / y cada llama un refugio / y cada dragón en su tumba // como dante / lejos”. Isabel Bono valora la pesadumbre con lucidez (“no es culpa de la luz / es la piel seca pálida descosida / no me quedan más adjetivos”) y sabe que “el dolor se irá con los pájaros / volverá en octubre con los pájaros”. Es consciente de que el sufrimiento es recurrente, “ya he pasado por esto // ya tuve un deseo irreprimible / por ser otras personas / por tener otra edad y otro domicilio”. Y que es inevitable por mucho que se busquen rendijas, pócimas, soluciones: “si el secreto fuera arrodillarse / y escuchar el trajín de las lombrices / los topos los escarabajos /.../ o si el secreto fuera cada rincón / o sus sombras / a la velocidad de la luz”; “si fuera verdad / el olor a barro / el olor a fuego / y vivir así encendido / incendiado /.../ si fuera verdad / que lo importante es saber / no hacer // si algo fuera verdad”. Sin embargo, sabe que “son estos pájaros / como la pena // alas negras cosidas al miedo”, y, a pesar de todo, aspira a “otra vida igual / sin cambiar ni una letra de tu nombre”. Una brisa de esperanza en este libro intenso, doliente, lúcido, de una poética híper depurada y casi confesional.

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