domingo, 19 de noviembre de 2023

Reseña de Marina Casado: ‘Otros sabrán de mí’. Fundación Valparaíso, 2023

Otros sabrán de mí | Marina Casado

La solidez en la trayectoria de Marina Casado es patente. Este poemario ha recibido el Premio Paul Beckett de Poesía 2022. Dentro de un abanico de registros, la autora presenta una de las voces más personales de su generación. En todos sus libros, incluso los de narrativa y ensayo, subyace una manera muy esencial de comprender la poesía y el compromiso literario. Otros sabrán de mí pertenece a lo que llama el “ciclo de Carabanchel Bajo”. Uno de los topoi en los que se enraízan los poemas. Otros van de Villafranca de los Barros a la playa de Conil. De igual forma se sustenta en la familia, más que como unidad temática, como eje central de la vida y concepción lírica.

La primera parte, Todo cuanto supe, refiere la memoria más antigua, la que tiene que ver con la infancia, con la familia, con el peso de la historia pequeña: “Yo no sé qué decirte. / La historia escondida extraños laberintos / detrás de las pareces. / Nacemos, caminamos, nos recoge la tierra / (La tierra guarda muertos que nunca creerías). / Cruzarán una puerta, la llamarán ‘futuro’ / y no podrán seguirte los que tanto te aman” (Hablo a la niña que un día fui). Son los pequeños detalles los que funcionan como disparadores de la memoria, los que simbólicamente nos transmiten el paso del tiempo y el paso de nosotros por el tiempo: “Sobre el teclado beis de una Olivetti. / no sabía escribir mucho más que mi nombre / con pulso tembloroso, con el feroz empeño / de dominar el territorio de la página en blanco” (Avecilla, número 2). Una nostalgia anticipada por un tinte de Peter Pan: “No quería crecer / y fue todo tan rápido” (San Lorenzo).

Lo apasionante de este periodo que se describe en la primera parte es el descubrimiento de la literatura y de la vida, de la cultura. El recurso al cine es básico, ya sea el de Buster Keaton tan del gusto de la generación del 27 hasta Hugh Grant: “Habrá alguien que llora una vez más, / se apagarán las luces de la sala / y seré como el canto último de un cisne” (Cine Avenida). Es el momento de nacer al mundo, de mirar el afuera, con ilusión adolescente y cierta precaución; “Todas las sombras se proyectan / desde algún cuerpo, / pero el fuego no existe y, sin embargo, / veo tu sombra inmóvil” (Física elemental). Desde el presente se advierte cómo el paso del tiempo ha desdibujado la viveza de los colores del recuerdo: “El tiempo ha desgastado la realidad, / los recuerdos se esconden entre ninfas y cíclopes / agitando mi sueño, plantando fogonazos de ternura / en la mitología azul de nuestra historia” (Mitología).

Si la infancia es la patria del hombre, no sin razón la segunda parte se titula Destierros: “Qué vacíos se quedan los paisajes / y qué ferocidad la de los pájaros / irrumpiendo tras otra madrugada en vela. / Hace siglos, fui joven sin saberlo /..,/ El mar fue todo aquello / que hoy no me pertenece” (Toda la noche el mar en mi ventana). Un desarrollo dialéctico entre la necesidad de avanzar y el ansia hacia el recuerdo, una búsqueda de una identidad en la que se integren el pasado y el futuro, la memoria y la utopía son los elementos que van desgranándose en los versos, por eso “Pero la huida no implica necesariamente el abandono; /…/ La costumbre es un lobo / que aúlla en el silencio / recordando que un día / tú / aquí / fuiste feliz” (La costumbre). O con el uso del oxímoron: “Busco algún tiempo inmóvil” (Invierno en Praga).

Entre las referencias localizamos los elementos identitarios de Marina Casado que ya pueblan sus anteriores poemarios: Cernuda, Von Sternberg, Blas de Otero, Jim Morrison, la sirenita, Peter Pan, el mar, los cisnes… Igual van surgiendo los retazos de aventuras como Capitanes intrépidos: “Llámame por mi nombre / cuando rompa la lluvia, / ayúdame a cruzar este violento océano. // No quiero ser testigo el naufragio”; o la tristeza sublime de Albinoni: “mientras me mimetizo inútilmente con el frío / y sé que no soy joven, que no puedo ser joven / con toda esa nostalgia colgando de los ojos”.

Perpetuar la memoria es la última parte, la que intenta conjugar el pasado dentro del futuro, como señala el propio título. La emoción más intensa es la que surge tras la pérdida: “Mi padre ya jamás podrá ser viejo, / ni enterrarán sus huesos firmes / bajo esta tierra rota en la que no nació. /…/ Ahora vuelve la primavera y me pregunto / por qué mi madre todavía es joven, / por qué su voz resuena azul y blanca”. La familia, la madre y el padre (Crónica de estos años) son los protagonistas de una sensación de desgarro: “Algunas noches siento también / me voy deshilachando y que en el mundo / existen cada vez menos personas. / Y sin embargo, amo desesperadamente / esta herida en el pecho / que el tiempo me ha dejado” (Esta herida).

Igual que se abre la herida personal e íntima, se reivindica el pasado común con la memoria histórica: “Dicen que no importa. / Que los gustos de entonces y las lágrimas, / las despedidas secas sobre el barro, / los muertos en la noche, con sus ojos abiertos, / son parte de una historia que atardece” (Nos dicen). Y así, los ecos de Pavese y Cernuda describen la intuición del final: “Me vestirán con la edad exacta de los muertos” (El Oeste).

Para terminar Otros sabrán de mí, un soberbio poema que concluye la tesis y la búsqueda:

“Nadie quiere reconocerse en el silencio.

La ciudad es un grito que ahoga la derrota

/…/

Y cuando el día ya decrépito

hunda el cabello rojo en el crepúsculo,

nos callamos al fin, miramos nuestros cuerpos

y no reconocemos más que otra larga sombra,

otra voz que no puede arañar las paredes

y muerte como un triste campanario olvidado” (Meditación para el fin del día)

No hay comentarios:

Publicar un comentario