domingo, 10 de noviembre de 2024

Reseña de la revista Ítaca. Nº 11. Otoño 2024


Isabel Marina en cada uno de los números de Ítaca consigue una mayor ambición tanto en los temas como en la calidad de los participantes. En este caso, además del inicial artículo en el que se vincula la poesía con la rehabilitación psicológica a cargo de Andrés Calvo Kalch, de la Universidad del Ruhr, contamos con una interesantísima entrevista que la propia Isabel Marina hace a un lacónico Luis Alberto de Cuenca. También entresacamos la imprescindible utilidad de la poesía tanto para nuestro ilustre entrevistado como para quienes disfrutamos de ella. Un cuestionario bien elaborado por parte de quien demuestra conocer a fondo al personaje y su obra. Acompaña una selección de poemas siempre notables del poeta madrileño deudores de una herencia clásica, llenos de melancolía incluso en la celebración (“…Que tu ejemplo en la vida / sea siempre lo que gozaste, no el sufrimiento”, Optimismo; “Cuando la realidad era el deseo / y nuestro reino no era de este mundo”, In Illo Tempore).

Reyes García Burdeus nos acerca a la obra de Marina Tsvietáieva, una de las grandes figuras de la literatura rusa del siglo pasado. “Vivir-escribir o escribir-vivir” es el acertado título para el artículo que pone de manifiesto el compromiso vital entretejido con el literario de esta autora que, a juicio de Todorov, bulle en sus cartas, “porque están tan trabajadas como los poemas, pero contienen, además, una imagen más viva de su autor”. Cuenta, además, con ilustraciones de la propia Reyes García Burdeus, quien selecciona y traduce alguno de sus poemas, entre los que no faltan referencias a España (“¡Relucen los bulevares de París! /…/ ¡Las guitarras de Madrid resuenan!”, Para allá).

“Con delicada mano apartando la cruz no besada,

tras el último saludo, me lanzaré hacia el magnánimo cielo.

Despunta el alba y una sonrisa por respuesta…

Y en la agonía de la muerte seguiré siendo poeta” (Sé que moriré en el crepúsculo)

Willnet de Rokha es la autora chilena a la que Carmen Yáñez dedica una antología y unas palabras introductorias. “Domador de los últimos símbolos, / domador de la palabra, / domador de la materia, / como el temible Dios de Moisés” (Balada de la arquitectura única).

En el apartado de poemas inéditos tenemos a Ángel Alonso (“cifrados mensajes de arcanos dioses / apenas comprensibles para aquellos / que están en el secreto y que lo callan, / que aprenden a mirar sin preguntarse”); Yolanda Aller (“Espero / en el subsuelo / disuelta en moléculas / Esenciales”); José Luis Argüelles (“Habrá que darse prisa / y levantar los diques, / los refugios / frente a las avenidas del invierno, / guardarse de las horas grises y sus pozos”); Nicolás Corraliza (“Sea un incendio la pena: / una lumbre mayor / en la llama de los días”).

Irma García (Disólvome nas espumas, / sumérxome / nas llagúas oscuras, / sécome al sol / con a pegañosa viscosidá / dun anfibio que sobrevive / oteando a lontananza”); Juan García Campal (“Y ahora, / aun esta experta en yerros / sabiduría que los años forjan, / sabiendo el futuro mermado e incierto”); María Esther García López (“El mar l.lamábame, / con insistencia, / cola mesma bravura qu’agora pronuncio mar, / cola mesma emoción cola qu’agor anomo / a mia ma, / a miou pa, a mia güela”); Cani Guardado (“Hoy quise decir: / no brotaron palabras // Quise oír: / tan solo escuché ecos”); Matilde Gutiérrez Martínez (“La luz tibia permite / escuchar el sonido de la melancolía”).

Faustino Lobato (“Mi hijo tiene / arena en el pelo, / en sus ojos nace / un mundo infinito de algas”); Chechu López (“Tal vez yo sea un enfermo / un psicópata del verso / un traidor a la verdad”); Félix Maraña (“Tan solo, dicen, hay otra piedra / que bogue rumbo al fuego, / aunque se ignora / y acaso no se sepa nunca / que, dentro de ambas, de las dos, / está escrita la última parte / de la fórmula final del mundo.”); Inés Marful /Construiste una matria al abrigo del viento / y guardaste en un cofre la primera réplica de ti / para que no te echara de menos durante el invierno”); Juan Francisco Quevedo (“La luz del mediodía / acomoda su rastro / a la espalda de un tiempo, / perdido en la memoria, / que se añora y extingue”).

Ángela Serna (“El Huerto del cura es la distancia que existe entre tu casa y mi casa: vieja y niña frente a frente”); M. J. Romero (“No es un juego escribir en las fisuras / relacionar los saltos con las caídas”); Cani Vidal (“no puedes poner puertas al mar, / y corríamos felices entre grasa y alquitrán, / barcos en desguace / y basura en la arena”); Juan Suárez (“Cuántas veces esperaste a que el mundo / te trajese momentos diferentes. / Pero el tiempo ha pasado, y es seguro / que te traerá lo mismo [...]”) y Ricardo Virtanen (“Serás la piedra que se endurece en la arena, / la luna que hierbe en el pensamiento, / la alta delicadeza de la nada, / la luz serena del invierno”).

Por último, las reseñas que Ángel Alonso hace de Hilo de lluvia, de Ricardo Virtanen; Ángeles Carbajal de Oficio de difuntos de Luis López Suárez; Jesús Cárdenas del último libro de Gerardo Rodríguez Salas, Los hijos de la infancia. Un servidor comenta el debut de Mercedes Márquez Bernal, Humano invento y el último hasta ahora de Isabel Marina, Donde siempre es de día. Precisamente esta última se encarga de La rosa de Xericó, de Ángeles Carbajal, y Tarja, de Hilario Barrero.

Ítaca se va confirmando número a número como una cita imprescindible para abrir horizontes y repasar la poesía que nos ayuda a vivir. Enhorabuena.

 

 

 

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Reseña de Hilario Barrero: ‘Tarja’. Renacimiento. 2024

TARJA | HILARIO BARRERO | Editorial Renacimiento | Casa del Libro


Con el prólogo José Luis García Martín, Tarja es la última entrega poética de Hilario Barrero desde Brooklyn. Y es, en última instancia, una celebración de los recuerdos y una meditación sobre la inevitabilidad de la pérdida. Hilario Barrero siempre ha escrito desde la memoria, con una poética de deseo urgente que equilibra la belleza y el dolor, permitiendo que cada poema sea una introspección honesta y conmovedora. Sus versos, a menudo oscuros, pero también luminosos, invitan a enfrentarse con sus propias cicatrices, sus propias “tarjas.” En estos poemas, el tiempo y el amor se combinan para formar un mapa de vida, donde cada línea es a la vez un lamento y un recordatorio.

La poesía de Barrero se sustenta en la experiencia personal y en la universalidad del sufrimiento y el amor, y logra una conexión inmediata y visceral. El libro está estructurado en tres secciones principales, cada una abordando temas recurrentes en su obra como el amor, la pérdida y el envejecimiento. A través de una narrativa poética que nos transporta de la niñez a la vejez, el poeta examina cómo cada experiencia deja una marca indeleble en el alma. Una tarja es una señal, una muesca, pero también la marca de reconocimiento, la contraseña que debe completarse. En su poema homónimo, introduce el concepto de la primera herida, el primer encuentro con la muerte, que se convierte en un recordatorio constante de la fugacidad de la vida. Esta experiencia inicial es el preludio de otras “tarjas” que se irán acumulando a lo largo de los años, marcando el paso inexorable del tiempo y la inevitabilidad de la pérdida: “A veces vuelve el susto a latir dentro del corazón / y sé que es la pasión que va por dentro” (Tarja).

La presencia de la muerte cada vez está más presente, pero no es sino la seña que completa el amor: “La muerte es, sobre todo, la que oxida el amor, / los dioses los culpables de tanta adversidad” (Lamento de Dido); “Lo llamabas Amor y no lo era: / era una forma torpe de celebrar tu asombro /…/ Y llegando la hora te queda todo claro: / el amor cuando abrasa es destrucción” (Los turistas de Nemeror); “Eres un muerto cuando estás enamorado /…/ Cada vez más cercano al frío de la noche / dormir por siempre y a tu lado es todo lo que pido” (Volviendo al cementerio de Green Wood). En tantas ocasiones Hilario Barrero ha descrito la pérdida como el gemelo del deseo que ahora la connotación va un paso más allá hacia el infinito: “Sobre los vidrios rotos del olvido resbala el sol / como quien se desliza a un precipicio” (The day after); “Como este miedo que tiene de perderte / ahora más que nunca: abril, amor, sombra, diciembre” (Narcisos). En fin, el miedo a que “y al leer los nombres de los muertos se encuentran con el suyo”.

Los recuerdos doloridos como en Penélope son el complemento de un balance en el que el dolor junto con el deseo han puesto su magisterio en las huellas de la vida: “todo nos iba enseñando lo que ahora sabemos: / que la vida son gestos cotidianos, recordar una calle, / las madrugadas rozando el deterioro, doce arras de piedra, / dos manos que desgastan un cuerpo de tanto acariciarlo” (Danny Boy). A pesar del tono crepuscular, Tarja es, como toda la poesía de Hilario Barrero, un canto al deseo más desgarrador: “Caminó entre explosivos, / arropó la cama para cubrir el fuero, / trazó el otro nombre es la piel del frío, / enterró a sus muertes y destruyó secretos” (Objetos perdidos). Quizás el recuerdo que todavía escuece es el de tantos amigos perdidos en la epidemia del sida, en ellos, “En el torso de aquellos ángeles apareció la contraseña” (Testigos).

En la segunda parte, El deterioro, el autor progresa y profundiza, con un lirismo hermoso y desgarrado, en esa evidencia que nos acompaña desde la cuna y de la que empezamos a ser conscientes a medida que la vida nos va hiriendo y dejando cicatrices. Esa certeza se vuelve una hoz en el cuello cuando se vislumbra una vejez, a la que acompaña un deterioro doliente, que nos conduce hasta esa última muesca que nos llevará al olvido por el desagüe de las pequeñas historias de cuantos han sido. Pero es, sobre todo, la hoz en el cuello del amor: “Sí, no lo niego, / después de la primera noche, pensé que también sería la última” (I); “Sintiendo el frío de la madrugada / como un aviso que nos llega de pronto” (VI).

El amor fue la primera herida, una tarja en el calendario de la existencia que se adhiere a la piel y que nos acompañará en el tránsito vital como una indeleble señal que permanentemente nos recordará lo inevitable, una nube de dolor que se irá extendiendo con los años a medida que se van imprimiendo en nuestro ser las sucesivas tarjetas o poemas con que la vida nos obsequia:  “Ahora somos dos sombras / que tropieza con muebles y recuerdos / esperando que llegue la ambulancia / que se lleve a uno de los dos / y que vuelva la noche” (II). Habla el poeta de cómo el amor envejece, a la vez que echa la vista atrás y confirma que es amor precisamente porque envejece, porque no es eterno, porque es fugaz, porque tendrá un final: “De lengua en juglaría a régimen incompleto; / ese último beso que no tendrá respuesta” (II). Y ante esa certidumbre solo queda aguardar: “Y yo en la ventana esperando / que llegara la noche y tú con ella, /…/ Fue un milagro que te quedara para siempre” (VII).

La universalización de estos poemas tan introspectivos quiebran esa cuarta pared de las páginas. Aquel que salió de Toledo no solo descubrió la muerte, también la acompañó hasta a ese inmenso oasis de sosiego que es Prospect Park: “De joven encontraste un dolor / y desde entonces vive con él. // Ahora de viejo acierta / la imborrable contraseña de la muerte // Cuando llega la noche y están solo te pregunta: / ¿quién llena el huego que deja un dolor en el pecho?” (El vacío). No le ciega a los milagros, al  latir acelerado que aflora al observar un cielo estrellado o al estallido de una palabra que nos hace felices y que se parece a la mordida del amor. Esas serán las Muescas, título de la tercera sección de Tarja. Se acumulan las referencias y las imágenes que identifican el paso del tiempo, o del amor, tanto da, con la erosión del propio cuerpo, del alma: “estás mucho de amor y no lo sabes” (II); “sin olvidar que el fuego / siempre toca madera” (Elementos). La verdad, la triste verdad asoma, aun en el amor más constante, “Después del fuego y la navaja fría, / de la certeza de un amor seguro / sientes llega la muerte de puntillas” (I). Lo que cabe es la esperanza última, la que culmina el último poema, Blending: “Al final, la pregunta: / ¿cuál de los dos ganará la partida?”.

Tarja es, en cierta manera, en una sucesión de pequeños autorretratos en los que la voz poética se refleja, con crudeza y sin ambages, en el azogue desgastado de los años pasados. Es el tiempo, con su aspereza, quien ha cincelado y quien terminará de cincelar la obra y al poeta, hundiendo más en la urgencia que acecha. El amor se ha convertido, siempre lo fue, en el élan vital y a su vez ha servido de combustible Este es un diálogo luminosamente dolorido entre el individuo y el tiempo, en el que el miedo y la certeza se hermanan en confesión sincera y lúcida.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Reseña de Rafael Fombellida: ‘Devagar’. Cuadernos de Humo Cuarenta y Dos. Brooklyn. prólogo de Álvaro Valverde. Ilustraciones Álvaro Fombellida


El número especial de Cuadernos de Humo que con mimo preparan Hilario Barrero, Jesús Nariño y Luis P. Suárez, está dedicado a Rafael Fombellida, unas “hojas portuguesas”, tal como el autor las denomina escritas entre 1989 y 1992. Álvaro Valverde en el prólogo aclara que no se trata de un diario, ni un libro de viajes meramente descriptivo, es, “al mismo tiempo, un viaje al interior de sí mismo”. Temas como el mar, en su aspecto más paisajístico o como símbolo, el amor… Tampoco extraña encontrar el tono melancólico, la saudade característica del país vecino. Álvaro Valverde resalta también las referencias culturales, especialmente cinematográficos, pero sobre todo, el compromiso exigente con el lenguaje.

Tras unos versos de Eugénio de Andrade, comienza el viaje con el mar: “La vida del abismo / se afila en cortaduras / que no ves, pero clavan / su labio entre los tuyos” (Medianoche del cabo). En Cabanas velhas llega el “Calor a dentelladas, calor a contrasombra, / calor en los teatros, / en la pequeña luna / tatuada en tu muñeca”. Como decía el prologuista, el mar y el amor.

Setúbal es el primer poema dedicado a un lugar propiamente dicho, aunque la perspectiva desvela un argumento: “Tu imagen no es teórica, apunta a la carencia. / Tendrá su declinar, igual que el día de hoy. / La acaricias honesto y honesta se te ofrece. / La despiertas, excitas con imprudente asedio. /…/ Ya te has apaciguado. La inocencia te abraza. / Cuerpo que, sabio y solo, te protege de ti”).

La siguiente escala es ya en la capital con un poema lleno de carnalidad: “leer un cuerpo ajeno lo mismo que una carta / o el callejero urbano. El tendón de la ingle / tirante como el cable de acero de un viaducto, / las líneas de la mano, / ambiguas como el nudo de un poema. /…/ Y otra vez vuelvo a verte, Lisboa y Tajo y todo, / porque salgo a leer tu cuerpo de ciudad” (Leyendo Lisboa desde la Pensâo «Prata»). El barrio de Graça es el protagonista del siguiente poema: “Doy gracias a ese lloro suplicante. / Si esta noche no hubiera de apagarse / no existiría para mío otro día / ni podría creer que sigo siendo nadie” (Mensajes desde Graça).

Acompañan al viaje a Coimbra las reflexiones que el paisaje y el poeta por antonomasia sugieren: “La vida pasa al margen, y fingimos vivirla. / Pero echa sus dados y al azar nos expulsa. / Allá de Santa Clara, donde los chopos negros, / he llorado la muerte de Fernando Pessoa, / capaz, desconocido, vasto, ingente, / inventor de sí mismo y de nosotros mismos” (Coimbra, 3 de diciembre de 1935).

De nuevo es el mar el protagonista: “Bébete su pulmón, agótalo. Y en tu serenidad sea contigo” (Mar de Furadouro). En Vilanova de Cerveira relata con detalle los paisajes: “Pisamos aquel castro, hollamos con las suelas / el hueco de una tumba antropomorfa. / No quedaba ni brizna de lo que fuera un rostro / de piedra o de madera de carballo/… / Recorrimos kilómetros, / pasaron días, fechas que he olvidado. Tenía la cabeza en otro pensamiento”. En Oporto “Refresca al sol el río desde el puente de hierro. / Y el sol se lo agradece con un ligero ardor. / De miradores altos hay rostros que se apartan. /…/ Mi lengua son recuerdos de una rúa portuense. / Tanto quanto me lembro, esta é a primeira vez” (Porto).

El último poema, Rente ao dizer, próximo a decir, es el título de un poemario de Eugénio de Andrade, cerrando el círculo de este cuaderno de viajes: “Cuanto fui y jamás fui va separándose / de aquello que seré, que no seré. / No debes demorarte. Ampara ya / mi desengaño con tu compasión”.

El poeta recuerda la aventura de estos versos que fueron casi un secreto hasta que han vuelto a juntarse. Y aprovecha para dedicar unas palabras de agradecimiento a editor, prologuista e ilustradores. Rafael Fombellida reconoce también su portuguesismo, la influencia de la poesía portuguesa en la suya propia: Eugènio de Andrade, Miguel Torga y alguno de los heterónimos de Fernando Pessoa como Álvaro de Campos, Ricardo Reis o Bernardo Soares.