domingo, 8 de marzo de 2015

Presos y presas



Seguimos con las dudas y seguimos hablando del sufrimiento. Hay distintos tipos de dolor, por diversas causas, de diferente intensidad, con muchas formas, hay penas físicas, pesares del alma, hay torturas infringidas, sufrimientos involuntarios. Hay una forma muy especial que nos hace mucho daño. Tiene que ver con la indignación y la impotencia.
La indignación es un sentimiento que nos hace humanos, sufrimos cuando nos ponemos en la piel de otra persona y vemos que se ha producido una injusticia sobre otro. Sufrimos esa injusticia como propia y nos duele en nuestra propia piel. Sentimos una rabia interior hacia esa situación que no vivimos realmente, pero que realmente sentimos como personal. Para muchos es el inicio del juicio moral y de la ética humana.
La impotencia tiene algo que ver con la indignación. Abarca la sensación de incapacidad para poner fin a una situación, bien injusta, bien dolorosa. No encontramos la manera de superarla, de acabar con las raíces del problema e incluso con los síntomas de él. La impotencia es una forma de frustración que hacemos nuestra. Ese es el rasgo en común que veo entre la indignación y la impotencia.
La impotencia puede acabar en lo que los psicólogos llaman indefensión aprendida. Se da en los casos en los que es inútil cualquier rechazo, cualquier revuelta es inútil y aprendemos a resignarnos a ese sufrimiento, a esa injusticia, a ese sometimiento. Pero no sólo es una resignación pasiva, llega a ser una aceptación, a veces incluso gozosa del sometimiento. Los perros que han sido apaleados sin piedad y sin motivo aprenden a ofrecerse como hembras antes incluso de recibir nuevas palizas.
Cuando no podemos cumplir nuestros deseos, por muy generosos que éstos sean, podemos sufrir por la frustración, esa sensación de incapacidad para no lograr nuestros objetivos. ¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo reaccionamos ante esa acumulación de frustraciones que es la vida diaria?
Normalmente solemos recomendar que hay que descargar esa frustración, que si acumulamos demasiada se puede desbordar y entonces estalla. Normalmente en el peor momento posible. Por eso se recomienda no guardarse las cosas, ir soltándolas poco a poco.
Esos sentimientos negativos se comportan en nuestro interior como veneno que emponzoña nuestras venas y que tenemos que expulsar. No podemos permitir que se acumulen porque nuestra salud corre peligro. La frustración y la ira se comportan como una presa, como un gas comprimido en un recipiente relativamente frágil. Parece que este es el paradigma más reconocido. Miles de libros de autoayuda y coaching insisten en la importancia de no guardarse nada y así impedir que estalle la furia. Como Michael Douglas en una memorable película.
Tengo que decir que me surgen dudas con este paradigma. Lo veo muy claro. Entiendo perfectamente, incorporo –en el sentido de que lo hago cuerpo- la sensación de que la frustración se acumula como el agua en una presa. Tiene sentido, como para Freud cuando hablaba de la sublimación. Si el agua no puede tirar por un cauce, busca otro. Pero no me fío.
Intentaré explicarme. Las palabras, creo, tienen una fuerza mágica. Todas las palabras son mágicas pronunciadas de una manera concreta. Si esa indignación, si la frustración, si la impotencia las siento como una energía interior que pugna por salir, procuraré ir teniendo conversaciones que me calmen, soltaré comentarios que me descarguen, daré patadas inofensivas. Así iré aliviando la presa y evitaré un desbordamiento emocional, agresivo y violento.
Pero creo que con cada conversación que rumie mi indignación, con cada invectiva que suelto o con cada patada a la pared, estoy estableciendo un patrón de conducta. Pienso, como mi maestro Luis Castro, que una fuerza fundamental del hombre es la imitación. Imitamos lo que se supone que debemos hacer cuando estamos iracundos, deprimidos, frustrados. Y no sólo imitamos a los demás, podemos imitarnos a nosotros mismos. La costumbre hace el hábito.
Quizás lo que hacemos no es acumular energía de la frustración, sino que modelamos nuestro comportamiento hasta que se hace estable. La fuerza más importante es la fuerza de la costumbre.
No sólo digo que por repetirnos que la ira es una presa a punto de estallar, se convierta la agresividad en un desbordamiento, lo que estoy poniendo en cuestión es si a base de rumiar nuestras frustraciones estamos moldeando nuestra conducta. Si hablamos para descargar nuestra presión interna, ¿no estaremos marcando el camino para estar siempre quejándonos? Si corremos para evitar un golpe en la cara a nuestro adversario, ¿no estaremos construyendo un patrón de agresividad?
En realidad no lo sé, pero es una duda que me está carcomiendo. Sé de la potencia de la indignación compartida como motor de cambio social. Sé de la indefensión aprendida como una conducta que se instaura. Sé que hay personas que están siempre rondando sus problemas y aburriendo a quienes les escuchan. Y por eso me cuestiono si la solución es hablarlo todo, descargarlo todo, aliviar la presa.
Quizás la solución sea crear otras rutinas, aprender a olvidar ciertas pasiones, ordenar nuestra vida siguiendo otros patrones, en lugar de repetir una y otra vez como Sísifo, pero en vez de subir y bajar una roca, llenar y vaciar una presa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario