domingo, 15 de marzo de 2015

Todos los días son 8 de marzo



Soy feminista. Aunque la palabra cada vez tenga una connotación más peyorativa. Creo que es necesario serlo. Aunque haya muchos tipos de feminismos. La verdad es que el tema me tira la lengua. Y como suele pasar en los eventos, siempre acaba escuchando o leyendo cosas que le sacan de quicio. Pero prefiero tomarme mi tiempo más que demostrar urgencia.
El origen de la conmemoración del 8 de marzo tiene que ver con la reivindicación de la mujer como asalariada –trabajadora es siempre–. Y tiene que ver también con la discriminación de clase. La fractura de clase, como en casi todo, tiene más importancia a veces que la de género. A menudo sólo las clases altas pueden permitirse igualdad de derechos.
Las mujeres sufren peores condiciones laborales, su acceso al mundo laboral está más entorpecido, es más precario, más discontinuo y limitado a un cierto tipo de trabajos y a unas escalas subalternas en la jerarquía. Y, además, por el mismo trabajo cobran menos. Los datos oficiales cuentan que un 16% de media en la Unión Europea.
¿Cómo se llega a esta situación? En primer lugar hay que considerar que los números no cantan, ni cuentan, ni dicen. A los números hay que interrogarlos con cuidado. 16% es la media, entendiendo que hay países como los escandinavos cuya diferencia es sensiblemente menor y otros más al sur o al este donde la diferencia es muchísimo mayor. Lo que sí podemos sacar en consecuencia es que determinadas costumbres y determinadas políticas pueden hacer que las diferencias de salario puedan aumentar o disminuir. La naturaleza no es explicación para las diferencias de sueldo.
En segundo lugar hay que tener en cuenta las diferencias entre el sector privado y ciertas esferas del sector público al que se accede por oposición. En estos casos las diferencias de género son mucho menores que para el resto de la sociedad. Cada vez se está comprobando cómo hay mayor número de mujeres que acceden al funcionariado. Simplemente porque el acceso no tiene tanto sesgo, no hay tanta discriminación.
La explicación de por qué las mujeres cobran menos acaba tropezando con el número de años trabajados en un puesto. Los hombres ascienden más rápidamente y no se encuentran con el llamado techo de cristal que hace prácticamente una rareza encontrar mujeres en puestos de decisión en empresas importantes. Los empresarios, como nos confesó impunemente una directiva de la confederación de éstos, prefieren hombres antes que mujeres en edad reproductiva. Porque saben que no sólo éstas parirán y tendrán su baja –menos mal, que por ellos ni siquiera–, sino que se harán cargo del cuidado de su prole. En realidad la prole es de hombre y mujer, pero se da por supuesto que al médico va la madre, a las reuniones del colegio también. No hablo demagogia. Yo me he tenido que enfrentar hace años con un director de instituto por llevar a mi hija al médico. ¿Y su madre?, me dijo. Y yo le contesté que era mi hija y punto.
Cuidar a la prole y a los ancianos son tareas femeninas que se realizan en todo caso después de la jornada laboral, o en lugar de la jornada laboral. Si los horarios estuvieran pensados para la salud mental de los trabajadores y pudieran hacer compatibles la vida familiar con el trabajo, otro gallo cantaría. Pero no, se prefieren hombres sin lazos familiares o que puedan descargar esas labores en sus mujeres. Reuniones intempestivas, turnos irracionales… Salimos todos perjudicados, pero se busca lealtad en la empresa.
Además hay un proceso de precarización y depauparerización de los trabajos considerados femeninos. Son considerados femeninos no tanto porque sean los que eligen las mujeres sino porque son a los que su acceso no está vedado. Por supuesto, legalmente… ahora, porque de vez en cuando sí que sabemos que hay denuncias de colectivos femeninos que no pueden acceder a la mina o a las cofradías de penitentes.
Detengámonos en esos trabajos feminizados, por ejemplo, limpiadora. El empleador sabe que puede ofrecer un salario más bajo porque supone que el trabajo femenino es complementario al del varón de la casa. Y si ahora todos los trabajos se están precarizando, los considerados femeninos, aún más. Son femeninos porque los han ocupado las mujeres tradicionalmente. Por eso están peor pagados. Y como están peor pagados, no los quieren los hombres y los ocupan mujeres. Y si en un matrimonio hay que dejar un trabajo para ocuparse de la familia, siempre se dejará el femenino porque es el que aporta relativamente menos a la economía familiar. Con lo cual se convierte en la pescadilla que se muerde la cola.
Desarrollar un mismo trabajo significa estar en la misma ventanilla, en la misma aula, en el mismo laboratorio, en la misma oficina. Si hay un hombre que cobra un trienio más en esa oficina, en ese laboratorio porque su compañera se cogió una excedencia para cuidar de los hijos, esa discriminación salarial no es natural por el sexo y condición. Es una artimaña que controla las reglas del juego para que pierdan siempre las mujeres.
Criar un hijo es mucho más que parirlos y darles de comer. Y ahí podemos entrar en igualdad de condiciones hombres y mujeres. Es también costumbre achacar a la falta de funcionalidad de un hogar los problemas de una familia. Falta de funcionalidad que a menudo se corresponde con que los dos progenitores trabajan y alguien debería quedarse con los niños, atendiéndoles, preguntándoles la tarea… Y ese alguien es, por supuesto, la madre. Que haya familias en las que el padre se encargue de estos menesteres no merma el análisis. Los árboles no deberían ocultar el bosque y las excepciones confirman la regla.
Una pregunta flota en el ambiente, ¿por qué hay tan pocas chicas que eligen carreras de ciencias o ingenierías? ¿Por qué prefieren otro tipo de roles? Permítaseme que me salga del tema hablando del velo islámico. A menudo escucho decir que se les obliga a las chicas musulmanas a llevarlo mientras que las susodichas siempre dicen que es una decisión personal. Es que se les come el tarro, dicen entonces. ¿Ven? No hay excepción que confirme la regla. ¿No será también, aunque sea de manera sutil, que influimos para que haya un sesgo en la elección de los adolescentes?
Los anuncios o los roles de las figuras públicas se miden por un doble rasero. Las mujeres tienen que ser eternamente jóvenes, guapas, competentes y delgadas. A los hombres se les exige menos en ese sentido. Se miden con lupa hasta los modelitos de Angela Merkel mientras que a nadie le preocupa si Rajoy repite corbata.
En el caso de un robo no conozco nadie que dude del delito, mientras que en cualquier violación siempre cabe la duda. ¡Claro que hay robos falsos!
La discriminación positiva, las cuotas, las ayudas… todo son parches necesarios para equilibrar demasiado tiempo de desequilibrio. Es harto improbable que las mujeres sean en conjunto menos inteligentes, menos audaces, menos certeras en sus análisis, menos trabajadoras. Si hay un evidente sesgo de género habrá que obligar en un primer momento a que la paridad sea un hecho. Hay mujeres, pienso en Esperanza Aguirre y similares, que están en contra de este tipo de medidas argumentando que hay cierta condescendencia, que lo que tendría que existir es un acceso libre a los cargos directivos. ¿Realmente sucede así? Precisamente lo suelen defender mujeres que se comportan como machos alfa. ¿Es eso lo que queremos? Mientras que el momento de la verdadera igualdad laboral no llegue habrá que usar estas herramientas con sensatez y moderación, pensando que son como antibióticos o vacunas.
El tono de condescendencia en las discusiones, como la que protagonizó Cañete, no son casos únicos ni excepcionales. Cualquier amabilidad de una mujer se considera una insinuación, ¡y es que van provocando! Por eso resulta todavía provocador la explicitación jocosa de la sexualidad femenina. Como se suele citar, no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro.
Por eso hay que tener cuidado con lo que se dice y cómo se dice. El lenguaje tiene una capacidad mágica para hacer reales ciertas cosas y nos asombramos al leer obras clásicas y las barbaridades que aparecen. No estoy diciendo que haya que repetir cansinamente el masculino y el femenino de cada sustantivo, eso es una pesadez, a no ser que tengamos la intención de sobreabundar en el tema. Pero hay diferentes formas de evitar el masculino genérico. No es mucho más difícil que evitar neologismos o préstamos del inglés.
Y también se escucha a menudo que feminismo es el machismo al revés, o se inventa el hembrismo, o peor, el término feminazi. No hay posible vuelta ni viceversa, por mucho que haya misóginos y misandria entre algunas mujeres o algunos hombres, la posición de poder del varón hace inaceptable la consideración de espejo. Pueden ser estupideces, pero no son equivalentes. Por mucho que haya teóricas que propugnen la extirpación del miembro viril lo cierto es que la mutilación femenina sí que se practica en la realidad.
Estas palabras no son, ni con mucho, todo lo que me gustaría decir sobre un tema en el que nos jugamos demasiado. Nos jugamos la dignidad de la persona, la igualdad entre los individuos y una sociedad mucho más “vivible”, más humana. El machismo mata y la broma, el silencio cobarde son cómplices de un terrorismo que asesina mucho más que algunas bandas de infausto recuerdo.
Pero sobre todo hay que tener cuidado con estos temas, de la misma forma que se cuida uno de contar ciertos chistes en según qué ambientes. La cuestión sobre el feminismo es que no se puede mantener una postura equidistante. Si no eres parte de la solución sueles ser parte del problema.

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