Soy
feminista. Aunque la palabra cada vez tenga una connotación más peyorativa.
Creo que es necesario serlo. Aunque haya muchos tipos de feminismos. La verdad
es que el tema me tira la lengua. Y como suele pasar en los eventos, siempre
acaba escuchando o leyendo cosas que le sacan de quicio. Pero prefiero tomarme
mi tiempo más que demostrar urgencia.
El
origen de la conmemoración del 8 de marzo tiene que ver con la reivindicación
de la mujer como asalariada –trabajadora es siempre–. Y tiene que ver también
con la discriminación de clase. La fractura de clase, como en casi todo, tiene
más importancia a veces que la de género. A menudo sólo las clases altas pueden
permitirse igualdad de derechos.
Las
mujeres sufren peores condiciones laborales, su acceso al mundo laboral está
más entorpecido, es más precario, más discontinuo y limitado a un cierto tipo
de trabajos y a unas escalas subalternas en la jerarquía. Y, además, por el
mismo trabajo cobran menos. Los datos oficiales cuentan que un 16% de media en
la Unión Europea.
¿Cómo
se llega a esta situación? En primer lugar hay que considerar que los números
no cantan, ni cuentan, ni dicen. A los números hay que interrogarlos con
cuidado. 16% es la media, entendiendo que hay países como los escandinavos cuya
diferencia es sensiblemente menor y otros más al sur o al este donde la
diferencia es muchísimo mayor. Lo que sí podemos sacar en consecuencia es que
determinadas costumbres y determinadas políticas pueden hacer que las
diferencias de salario puedan aumentar o disminuir. La naturaleza no es explicación
para las diferencias de sueldo.
En
segundo lugar hay que tener en cuenta las diferencias entre el sector privado y
ciertas esferas del sector público al que se accede por oposición. En estos
casos las diferencias de género son mucho menores que para el resto de la
sociedad. Cada vez se está comprobando cómo hay mayor número de mujeres que
acceden al funcionariado. Simplemente porque el acceso no tiene tanto sesgo, no
hay tanta discriminación.
La
explicación de por qué las mujeres cobran menos acaba tropezando con el número
de años trabajados en un puesto. Los hombres ascienden más rápidamente y no se
encuentran con el llamado techo de cristal que hace prácticamente una rareza
encontrar mujeres en puestos de decisión en empresas importantes. Los
empresarios, como nos confesó impunemente una directiva de la confederación de
éstos, prefieren hombres antes que mujeres en edad reproductiva. Porque saben
que no sólo éstas parirán y tendrán su baja –menos mal, que por ellos ni siquiera–,
sino que se harán cargo del cuidado de su prole. En realidad la prole es de
hombre y mujer, pero se da por supuesto que al médico va la madre, a las
reuniones del colegio también. No hablo demagogia. Yo me he tenido que
enfrentar hace años con un director de instituto por llevar a mi hija al
médico. ¿Y su madre?, me dijo. Y yo le contesté que era mi hija y punto.
Cuidar
a la prole y a los ancianos son tareas femeninas que se realizan en todo caso
después de la jornada laboral, o en lugar de la jornada laboral. Si los
horarios estuvieran pensados para la salud mental de los trabajadores y
pudieran hacer compatibles la vida familiar con el trabajo, otro gallo
cantaría. Pero no, se prefieren hombres sin lazos familiares o que puedan
descargar esas labores en sus mujeres. Reuniones intempestivas, turnos
irracionales… Salimos todos perjudicados, pero se busca lealtad en la empresa.
Además
hay un proceso de precarización y depauparerización de los trabajos
considerados femeninos. Son considerados femeninos no tanto porque sean los que
eligen las mujeres sino porque son a los que su acceso no está vedado. Por
supuesto, legalmente… ahora, porque de vez en cuando sí que sabemos que hay
denuncias de colectivos femeninos que no pueden acceder a la mina o a las
cofradías de penitentes.
Detengámonos
en esos trabajos feminizados, por ejemplo, limpiadora. El empleador sabe que
puede ofrecer un salario más bajo porque supone que el trabajo femenino es
complementario al del varón de la casa. Y si ahora todos los trabajos se están
precarizando, los considerados femeninos, aún más. Son femeninos porque los han
ocupado las mujeres tradicionalmente. Por eso están peor pagados. Y como están
peor pagados, no los quieren los hombres y los ocupan mujeres. Y si en un
matrimonio hay que dejar un trabajo para ocuparse de la familia, siempre se
dejará el femenino porque es el que aporta relativamente menos a la economía
familiar. Con lo cual se convierte en la pescadilla que se muerde la cola.
Desarrollar
un mismo trabajo significa estar en la misma ventanilla, en la misma aula, en
el mismo laboratorio, en la misma oficina. Si hay un hombre que cobra un
trienio más en esa oficina, en ese laboratorio porque su compañera se cogió una
excedencia para cuidar de los hijos, esa discriminación salarial no es natural
por el sexo y condición. Es una artimaña que controla las reglas del juego para
que pierdan siempre las mujeres.
Criar
un hijo es mucho más que parirlos y darles de comer. Y ahí podemos entrar en
igualdad de condiciones hombres y mujeres. Es también costumbre achacar a la
falta de funcionalidad de un hogar los problemas de una familia. Falta de
funcionalidad que a menudo se corresponde con que los dos progenitores trabajan
y alguien debería quedarse con los niños, atendiéndoles, preguntándoles la
tarea… Y ese alguien es, por supuesto, la madre. Que haya familias en las que
el padre se encargue de estos menesteres no merma el análisis. Los árboles no
deberían ocultar el bosque y las excepciones confirman la regla.
Una
pregunta flota en el ambiente, ¿por qué hay tan pocas chicas que eligen
carreras de ciencias o ingenierías? ¿Por qué prefieren otro tipo de roles? Permítaseme
que me salga del tema hablando del velo islámico. A menudo escucho decir que se
les obliga a las chicas musulmanas a llevarlo mientras que las susodichas
siempre dicen que es una decisión personal. Es que se les come el tarro, dicen
entonces. ¿Ven? No hay excepción que confirme la regla. ¿No será también,
aunque sea de manera sutil, que influimos para que haya un sesgo en la elección
de los adolescentes?
Los
anuncios o los roles de las figuras públicas se miden por un doble rasero. Las
mujeres tienen que ser eternamente jóvenes, guapas, competentes y delgadas. A
los hombres se les exige menos en ese sentido. Se miden con lupa hasta los
modelitos de Angela Merkel mientras que a nadie le preocupa si Rajoy repite
corbata.
En el
caso de un robo no conozco nadie que dude del delito, mientras que en cualquier
violación siempre cabe la duda. ¡Claro que hay robos falsos!
La
discriminación positiva, las cuotas, las ayudas… todo son parches necesarios
para equilibrar demasiado tiempo de desequilibrio. Es harto improbable que las
mujeres sean en conjunto menos inteligentes, menos audaces, menos certeras en
sus análisis, menos trabajadoras. Si hay un evidente sesgo de género habrá que
obligar en un primer momento a que la paridad sea un hecho. Hay mujeres, pienso
en Esperanza Aguirre y similares, que están en contra de este tipo de medidas
argumentando que hay cierta condescendencia, que lo que tendría que existir es
un acceso libre a los cargos directivos. ¿Realmente sucede así? Precisamente lo
suelen defender mujeres que se comportan como machos alfa. ¿Es eso lo que
queremos? Mientras que el momento de la verdadera igualdad laboral no llegue
habrá que usar estas herramientas con sensatez y moderación, pensando que son
como antibióticos o vacunas.
El tono
de condescendencia en las discusiones, como la que protagonizó Cañete, no son
casos únicos ni excepcionales. Cualquier amabilidad de una mujer se considera
una insinuación, ¡y es que van provocando! Por eso resulta todavía provocador
la explicitación jocosa de la sexualidad femenina. Como se suele citar, no es
noticia que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro.
Por eso
hay que tener cuidado con lo que se dice y cómo se dice. El lenguaje tiene una
capacidad mágica para hacer reales ciertas cosas y nos asombramos al leer obras
clásicas y las barbaridades que aparecen. No estoy diciendo que haya que
repetir cansinamente el masculino y el femenino de cada sustantivo, eso es una
pesadez, a no ser que tengamos la intención de sobreabundar en el tema. Pero
hay diferentes formas de evitar el masculino genérico. No es mucho más difícil
que evitar neologismos o préstamos del inglés.
Y
también se escucha a menudo que feminismo es el machismo al revés, o se inventa
el hembrismo, o peor, el término feminazi. No hay posible vuelta ni
viceversa, por mucho que haya misóginos y misandria entre algunas mujeres o
algunos hombres, la posición de poder del varón hace inaceptable la
consideración de espejo. Pueden ser estupideces, pero no son equivalentes. Por
mucho que haya teóricas que propugnen la extirpación del miembro viril lo
cierto es que la mutilación femenina sí que se practica en la realidad.
Estas
palabras no son, ni con mucho, todo lo que me gustaría decir sobre un tema en
el que nos jugamos demasiado. Nos jugamos la dignidad de la persona, la
igualdad entre los individuos y una sociedad mucho más “vivible”, más humana.
El machismo mata y la broma, el silencio cobarde son cómplices de un terrorismo
que asesina mucho más que algunas bandas de infausto recuerdo.
Pero
sobre todo hay que tener cuidado con estos temas, de la misma forma que se
cuida uno de contar ciertos chistes en según qué ambientes. La cuestión sobre
el feminismo es que no se puede mantener una postura equidistante. Si no eres
parte de la solución sueles ser parte del problema.
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