El feminismo suscita una serie de
cuestiones que dejan patente mucho del imaginario social de las personas que
participan en los debates, bien a favor, pero, sobre todo, en contra, lo que
acaba dando la razón al feminismo. Por ejemplo, el nombre, ese runrún que
practican quienes no quieren parecer feministas y dicen que ellos (y ellas)
defienden al ser humano, a la persona. Para una vez que se instaura el femenino
genérico, hay que ver las resistencias que provoca, lo que confirma que el
masculino genérico también puede implicar la exclusión de un sector importante
de la población, pero, en este caso, son las mujeres. Prácticamente cada una de
las acciones o propuestas termina por generar una polémica, por muy sensatas
que puedan parecer y por muy evidentes que sean. En este caso, la vía de escape
del machista suele tender a recalcar que hay cosas más importantes a las que
atender. Y así pasan los días. Yo pregunto cuándo, cómo y dónde y tú
respondiendo quizás, quizás, quizás.
Ya
he comentado muchas veces la tristeza que me produce ver un sector de mujeres
que se encuentra a gusto con la dominación masculina y boicotean desde dentro
cualquier avance, deslegitimando las reivindicaciones que afectan a la mitad de
la población. Muchas veces, el rechazo proviene de que se cruzan dos fracturas
ideológicas, por un lado, está el conservadurismo / progresismo, y por otro
lado la defensa del género. Quizás en muchos casos pueda más el carácter
conservador que ve en las feministas una amenaza revolucionaria, estéticamente
chocante y con un componente de lesbianismo. Son aquellas que son “femeninas”,
no “feministas”.
Otros
que también entran al trapo cada vez que pueden son los varones asustados por
el mundo tan complicado que dejan las feministas. Partidarios de una división
estamental de la sociedad, consideran que hay cosas de hombres y cosas de
mujeres. Unos tendrán Soberano y las otras se dedicarían a las labores propias
de su sexo y condición. Y ambos vivirán en armonía, como siempre se ha hecho. Las mujeres deben ser mujeres, y los
hombres, hombres. Son, evidentemente, personas razonables que ven una
monstruosidad los crímenes contra las mujeres, pero sienten una compasión comparable
por aquellos divorciados que son atormentados por sus ex. Están a favor de la
no discriminación en ningún ámbito, por eso se declaran en contra de las
cuotas, porque no hay que contratar a una mujer sólo por el hecho de serlo si
hay un hombre mejor preparado. ¡Cuánta presunción! Por lo visto, la naturaleza
nos ha dotado a los varones de unas cualidades superiores a las mujeres para
los ámbitos directivos y los cargos más altos de la administración y los
negocios. Los resultados académicos suelen ser parejos, incluso quizás a favor
de las mujeres, pero sólo un 10% de los cargos directivos de las mayores
empresas están ocupados por mujeres. Con esos datos cualquiera se escamaría y
sospecharía que hay un sesgo en la elección de gestores cuando se alcanza un
cierto nivel. Y sobre todo cuando miramos la eficiencia de muchos varones en
esos puestos.
Estos
conservadores, se convierten en paladines de la mujer, pero paladines a la
antigua. Como decía María Dolores Pradera, no hay nada mejor que ser un señor de
aquellos que vieron mis abuelos. La caballerosidad se está acabando, nos dicen
estos conservadores, pero es porque las feministas están cargándosela. Un
caballero siempre defiende a las damas, está a su servicio, acarrea las
compras, arregla el hogar y está dispuesto a cualquier altercado contra quienes
cuestionen la integridad o la moralidad de su acompañante. Y eso lo agradecen
las mujeres, nos confiesan orgullosos. Olvidan que son esos seres enamorados de
las mujeres los que las utilizan como amas de casa, como trofeo o como
desahogo. Porque esos caballeros de los tiempos de los abuelos se iniciaban en
el sexo en burdeles, con profesionales, porque respetaban a sus santas esposas.
No todos, evidentemente. Pero era un pack de caballero español completo.
Esta
caballerosidad de la que hacen gala no es sino tratar a los demás con
urbanidad, con el respeto mínimo. Estamos en un mundo en el que abrir la puerta
para que pase alguien antes que tú se tiene por un gesto extraño, propio de
antiguos. Estos caballeros antiguos no sé si dejan pasar a sus compañeros de
armas cuando llegan a la vez a una puerta, si escuchan con respeto o salen en
su defensa ante un ataque.
La
caballerosidad no es sino un respeto paternal, como si las mujeres necesitaran
protección en la vida diaria, como si necesitaran, débiles ellas, que alguien
las tutele. Para que, después, se muestren agradecidas y coquetas. Es evidente
que muchas mujeres están satisfechas con esto, que las mimen como niñas
pequeñas, que tengan consideración hacia ellas y que les faciliten las cosas. Y
es verdad que, en el mundo del pasado, cuando las normas sociales tenían reglas
estrictas, las mujeres tenían la sabiduría de escapar a la dominación y usaban
lo que se daba en llamar “armas de mujer”. Tenían sus resistencias y sus
fracasos, por supuesto. En la actualidad las cosas van cambiando, eso es
evidente, y más que deberían haber cambiado, lo que hace que muchos se vean
despistados, incrédulos ante las acusaciones de machismo. ¿Cómo voy a ser machista yo, si soy un caballero y me encantan las
mujeres?
Detestan
estos caballeros la tutela de las leyes para las mujeres, en especial, todas
las relacionadas con la violencia de género. Prefieren ser ellos los paladines
de sus señoras y abrirles las puertas reales y metafóricas. Proteger a sus hijas
hasta de sí mismas, para que no se aproveche de ellas ningún desalmado que
pueda calmar sus deseos sexuales (los de él y los de ella). Educación segregada
para que no se contaminen de esos brutos que son los hombres porque son hombres
(nótese la incoherencia), puestos específicos en la cadena productiva que no
deben ocupar las mujeres por el decoro, deportes concretos que arruinan su
femenino encanto, indumentarias que no les hagan parecer mujeres fáciles (que
todavía se puede decir, nos asegura el diccionario de la Real Academia) y
puedan casarse con el hombre de sus vidas. Que canten, al final, que a ellas
les gustan mayores, a los que llaman señores, de los que mandan flores.
Nonecesitamos caballeros, sería suficiente con personas que trataran a las demás
personas con respeto, sin considerarlas inferiores.
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