domingo, 11 de febrero de 2018

No más caballeros



El feminismo suscita una serie de cuestiones que dejan patente mucho del imaginario social de las personas que participan en los debates, bien a favor, pero, sobre todo, en contra, lo que acaba dando la razón al feminismo. Por ejemplo, el nombre, ese runrún que practican quienes no quieren parecer feministas y dicen que ellos (y ellas) defienden al ser humano, a la persona. Para una vez que se instaura el femenino genérico, hay que ver las resistencias que provoca, lo que confirma que el masculino genérico también puede implicar la exclusión de un sector importante de la población, pero, en este caso, son las mujeres. Prácticamente cada una de las acciones o propuestas termina por generar una polémica, por muy sensatas que puedan parecer y por muy evidentes que sean. En este caso, la vía de escape del machista suele tender a recalcar que hay cosas más importantes a las que atender. Y así pasan los días. Yo pregunto cuándo, cómo y dónde y tú respondiendo quizás, quizás, quizás.

            Ya he comentado muchas veces la tristeza que me produce ver un sector de mujeres que se encuentra a gusto con la dominación masculina y boicotean desde dentro cualquier avance, deslegitimando las reivindicaciones que afectan a la mitad de la población. Muchas veces, el rechazo proviene de que se cruzan dos fracturas ideológicas, por un lado, está el conservadurismo / progresismo, y por otro lado la defensa del género. Quizás en muchos casos pueda más el carácter conservador que ve en las feministas una amenaza revolucionaria, estéticamente chocante y con un componente de lesbianismo. Son aquellas que son “femeninas”, no “feministas”.

            Otros que también entran al trapo cada vez que pueden son los varones asustados por el mundo tan complicado que dejan las feministas. Partidarios de una división estamental de la sociedad, consideran que hay cosas de hombres y cosas de mujeres. Unos tendrán Soberano y las otras se dedicarían a las labores propias de su sexo y condición. Y ambos vivirán en armonía, como siempre se ha hecho. Las mujeres deben ser mujeres, y los hombres, hombres. Son, evidentemente, personas razonables que ven una monstruosidad los crímenes contra las mujeres, pero sienten una compasión comparable por aquellos divorciados que son atormentados por sus ex. Están a favor de la no discriminación en ningún ámbito, por eso se declaran en contra de las cuotas, porque no hay que contratar a una mujer sólo por el hecho de serlo si hay un hombre mejor preparado. ¡Cuánta presunción! Por lo visto, la naturaleza nos ha dotado a los varones de unas cualidades superiores a las mujeres para los ámbitos directivos y los cargos más altos de la administración y los negocios. Los resultados académicos suelen ser parejos, incluso quizás a favor de las mujeres, pero sólo un 10% de los cargos directivos de las mayores empresas están ocupados por mujeres. Con esos datos cualquiera se escamaría y sospecharía que hay un sesgo en la elección de gestores cuando se alcanza un cierto nivel. Y sobre todo cuando miramos la eficiencia de muchos varones en esos puestos.

            Estos conservadores, se convierten en paladines de la mujer, pero paladines a la antigua. Como decía María Dolores Pradera, no hay nada mejor que ser un señor de aquellos que vieron mis abuelos. La caballerosidad se está acabando, nos dicen estos conservadores, pero es porque las feministas están cargándosela. Un caballero siempre defiende a las damas, está a su servicio, acarrea las compras, arregla el hogar y está dispuesto a cualquier altercado contra quienes cuestionen la integridad o la moralidad de su acompañante. Y eso lo agradecen las mujeres, nos confiesan orgullosos. Olvidan que son esos seres enamorados de las mujeres los que las utilizan como amas de casa, como trofeo o como desahogo. Porque esos caballeros de los tiempos de los abuelos se iniciaban en el sexo en burdeles, con profesionales, porque respetaban a sus santas esposas. No todos, evidentemente. Pero era un pack de caballero español completo.

            Esta caballerosidad de la que hacen gala no es sino tratar a los demás con urbanidad, con el respeto mínimo. Estamos en un mundo en el que abrir la puerta para que pase alguien antes que tú se tiene por un gesto extraño, propio de antiguos. Estos caballeros antiguos no sé si dejan pasar a sus compañeros de armas cuando llegan a la vez a una puerta, si escuchan con respeto o salen en su defensa ante un ataque.

            La caballerosidad no es sino un respeto paternal, como si las mujeres necesitaran protección en la vida diaria, como si necesitaran, débiles ellas, que alguien las tutele. Para que, después, se muestren agradecidas y coquetas. Es evidente que muchas mujeres están satisfechas con esto, que las mimen como niñas pequeñas, que tengan consideración hacia ellas y que les faciliten las cosas. Y es verdad que, en el mundo del pasado, cuando las normas sociales tenían reglas estrictas, las mujeres tenían la sabiduría de escapar a la dominación y usaban lo que se daba en llamar “armas de mujer”. Tenían sus resistencias y sus fracasos, por supuesto. En la actualidad las cosas van cambiando, eso es evidente, y más que deberían haber cambiado, lo que hace que muchos se vean despistados, incrédulos ante las acusaciones de machismo. ¿Cómo voy a ser machista yo, si soy un caballero y me encantan las mujeres?

            Detestan estos caballeros la tutela de las leyes para las mujeres, en especial, todas las relacionadas con la violencia de género. Prefieren ser ellos los paladines de sus señoras y abrirles las puertas reales y metafóricas. Proteger a sus hijas hasta de sí mismas, para que no se aproveche de ellas ningún desalmado que pueda calmar sus deseos sexuales (los de él y los de ella). Educación segregada para que no se contaminen de esos brutos que son los hombres porque son hombres (nótese la incoherencia), puestos específicos en la cadena productiva que no deben ocupar las mujeres por el decoro, deportes concretos que arruinan su femenino encanto, indumentarias que no les hagan parecer mujeres fáciles (que todavía se puede decir, nos asegura el diccionario de la Real Academia) y puedan casarse con el hombre de sus vidas. Que canten, al final, que a ellas les gustan mayores, a los que llaman señores, de los que mandan flores.

            Nonecesitamos caballeros, sería suficiente con personas que trataran a las demás personas con respeto, sin considerarlas inferiores.

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