“¿Cuál es la realidad?
¿Quién imprime a los ojos esta
especial manera
de ver otra corriente a lo que miran?”
Corriente
El extenso y clarificador prólogo
de Jesús Moreno Sanz convertiría en inútil cualquier reseña, realizando un
pormenorizado y atinado estudio de la escritura de esta extraordinaria poeta;
de no ser por la imperiosa necesidad de compartir la honda emoción que me
transmiten los versos aquí contenidos. Califica Jesús Moreno Sanz a Efi Cubero
de poeta a contracorriente, “con voluntad de mantenerse en cierta penumbra”.
Debo
reconocer que este libro me ha golpeado con fuerza, por su hondura, por su
belleza, por la musicalidad de sus palabras, por las imágenes que se van
derramando entre los versos como una sutil melodía, un tenue rayo de luz que
ilumina los estanques. ¿Cómo no admirar un verso donde se habla de “la avidez
de urdir las geografías” (Viento)? ¿Por
qué un poeta escribe conociendo mi interior más íntimo?: “Íntimas disidencias
guardan siempre las formas, / los fondos son en cambio la intrahistoria / que
sabiamente asume el pensamiento / donde late este magma, rebelde y combativo, /
de todo aquello que te identifica” (Disidencias).
Uno necesita encontrar las palabras que navegan por su mente y que no aciertan
a desembarcar y así: “Navego con el lastre / de todo lo soñado” (Lastre). Efi Cubero describe la
geografía de un lugar particular que me acoge: “En este lugar que no ha
existido afuera, / vela en secreto cuanto reconoces” (Disidencias).
Se destacan
en su universo poético los lugares de paso, los márgenes, de exilio que la pone
muy en sintonía con María Zambrano (“el secreto, el exilio, del eterno
retorno”, Búsqueda). Su desarraigo
más que biográfico es esencial y vital del ser humano (“Naufrago arrastrado /
al abrazo que ahoga”, Calma). Un
vivir sin vivir en mí que la acerca tanto a San Juan de la Cruz y otros
místicos: “El yo desarraigado se cura las heridas / al beber de la tierra como
un renacimiento / … / Nada basta a esta sed irrefrenable / cuyo límite jamás
alcanzaremos” (Creación), que es el
poema que comienza el libro. Continúa con el que da nombre al volumen: “Sin
pisar el extraño no desea / la exactitud perdida en el camino, / de vector a
vector vive el presente, / transporta la memoria fragmentada / y aplaza siempre
todo; el encuentro, / el abrazo, la amistad perdurable o pasajera” (Condición del extraño). Lo interesante
del pensamiento que sostiene la poesía de Efi Cubero es que el límite, los
márgenes no significan un aislamiento vital, antes al contrario, “el errático
busca reflejarse en los otros” (Diálogo).
En este volumen,
como en el resto de su producción poética, hay emoción contenida y, aunque hay
algunos motivos que son persistentes, no hay un acorde que predomine y calle a
todos los demás, no se encuentra monotonía en los temas, pasando de la
serenidad y la nostalgia (“Sé que sólo hay adiós”, Sombra) a la templada alegría y al gozo de vivir (como en el
homenaje a La Lupe, “descifrar el secreto de lo que escamoteas”). De la misma
forma que se asoma al abismo, “El sitio es atrayente” confiesa en Suicidio, compartimos la contemplación
de la belleza de la naturaleza, el corazón y los afectos. “Y que acaso es
posible, / el naufragar en ojos como un mar encrespado, / ser prisionero en las
vastas llanuras, / o ser libre en la cueva, ensimismados. / A merced de las
sombras” (Al amanecer), entre el Deseo de ser piel roja de Kafka y la
caverna de Platón. Siempre profunda en sus reflexiones, esta Condición del
extraño lo es sobremanera: “Sobre un gran vaso limpio / de luz atormentada /
asumo la certeza / de ser sólo ceniza” (Eterno).
Florencia, Botticelli,
Rafael, el arte siempre presente, como el precioso homenaje a Eduard Carbonell
i Estella, quien fue director del Museo Nacional de Arte de Cataluña. O las
ruinas de Pompeya, prueba del paso del tiempo. “Sobre el dolor y el grito / han
crecido amapolas” (Amapolas).
Paisajes principalmente de la naturaleza, el bosque, pero también el mar, real
y mítico (Nadie). Y, en
contraposición, la ciudad, el asfalto, centros de la geografía poética de Efi
Cubero: “Busqué sobre las calles y el paisaje / esa marca del tiempo los pasos
que se pierden” (Búsqueda); “A
menudo, desde este corazón insatisfecho, / cada vez que atraviesa las ciudades
/ abraza a esa atmósfera lo humano” (Cantos).
Encontramos
siempre una poesía sabia que conjuga con naturalidad la contemplación y la
sensualidad, la reflexión y la pasión como en el soneto Abrazo: “Esta pasión de madurez de ahora / después de tanta y larga
travesía, / vuelve en vértigo azul a la osadía / de su abrasada luz
perturbadora”.
La segunda
parte comienza con una cita de Wittgenstein que cuestiona la percepción como
espejo de la naturaleza, lo que nos hace dudar de la realidad de lo que creemos
percibir en las cosas. Así, este segundo capítulo nos brinda la ocasión de
atender al detalle, de perdernos en detalles (Sed) para dar rodeos que sean el verdadero camino, y celebrar los
pasos en él. Detalles en la ciudad ciudad, gotas, la lluvia, un árbol, el
vino…: “La eternidad fue un trozo de cielo / en las encinas” (Huella). Más allá de que puedan servir
de símbolos, Efi Cubero nos advierte, “Con materiales puros / se persigue la
esencia, / logra alcanzarse el núcleo / pero no se desdeña la envoltura, /
obrando como el agua, también por erosión, / sedimentado” (Agua).
El paso del
tiempo es una realidad radical que se trasluce en este volumen, pero, “Como yo
no soy nada melancólica / me curan muchas cosas de la melancolía, / por ejemplo
el verano.” (Mélanos). Sabe el poeta
que “a pesar de la ausencia, todo ríe con ganas de nosotros” (Voces). Nos asomamos a los momentos
trascendentales (“La muerte son los brazos que saben de derrotas”, Lumbre) y apreciamos una sensación de
fragilidad: “Te engañas al sentir; nada es lo mismo” (Vínculo). Es una poesía liminar, de límite: “nunca ningún exilio ha
sido inútil” (Aristas). “Ya no puedo traspasar sus umbrales / ni mirar
esa bóveda que era el techo del mundo” (Existir).
“Me abrazaré a tu luz de
enredadera
bajo el malva del cielo,
en la olorosa claridad del
tiempo,
sobre el verde pasión de la
esperanza
efímera y fugaz como la vida,
tan dolorosamente sensitiva,
que debe ser gozada,
que puede ser transitada
sin maleta que asfixie,
sin boscajes que oculten
transparencias.
Por los renglones amplios
donde la tierra extiende su
desnudo secreto,
sentir ese rocío de la sombra
bajo el árbol sagrado
con ramas como brazos
que cobijan los sueños,
que destilan su savia
en la escritura
de lo no dicho al fin,
de los silencios.” (Árbol)
Paseamos por
sus loci amoena (Equilibrio, Lumbre, sobre
todo Higuera), donde intuimos que lo
que vemos es sólo la excusa para lo que realmente está pasando y existe. “En
los lugares ciertos que habitamos, –distancia en la distancia– /cruje bajo los
pies lo que perdimos… Pero siempre, el corazón anima al pensamiento, logrando
hacer legible la andadura” (Lugares).
“(Lo que se sabe derrotado siempre
vocifera victorias)” (Higuera)
La parte
tercera está bajo la “irrealidad del tiempo”, expresión de Hermann Hesse que
aparece en la cita que abre la sección. De nuevo aparece esa dualidad del
espacio en la que la nos encontramos “En la ciudad que algunos llaman jungla” (Tigres). La desorientación simbolizada
en sus calles, “Mapas sin descifrar que se perdieron, / en otras latitudes que
cristalizan siempre, / sobre la urbanizada desmemoria” (Cerradura). Una necesidad más patente en esta última sección de “Cierta
forma de huida” (Café). Por eso es
imprescindible la vida retirada cuando “Tan familiar y ajeno lugar de la
costumbre, / los pies pisan asfalto. Muchas veces, / cuando no pueden más
reclaman hierba” (Costumbre); “De
toda la impureza que el asfalto propone / lo mejor siempre es sorprender su
olvido” (Asfalto).
Una huida no
sólo geográfica, una imperiosa necesidad de retirarse “Hay días tan aciagos, que a propósito dejas /
cerradas las persianas / para no saber nada de ti, / ni de tu mundo” (Persianas). si la poesía es palabra en
el tiempo, Efi Cubero advierte sabiamente que “Tú sabes que no existe este
presente” (Corriente). En la
eternidad nos hallaremos.
“Ha llovido esta noche.
Llovió con fuerza en la ciudad
que vivo,
amanece de nuevo con deseos de
impaciente frescura,
como si limpiamente reflejara una
luz habitada
por pájaros y nubes. No siempre
nace así.
las ciudades tan grandes se
parecen
las unas a las otras,
como los hombres al quedarse
calvos,
como algunas mujeres
cuando tiñen las canas a cierta
edad madura
al apagarse la mirada externa que
pierde brillo
seducción y fuerza, lo mismo que
el cabello.
Y la sonrisa.
Calles de igual trazado, diseños
similares,
enormes avenidas de vida en
movimiento
por donde se deslizan idénticas
pasiones.
Amo el silencio del corazón viejo
del laberinto donde late el alma;
los recintos secretos que
acumulan la historia
que nunca alcanzaremos.
Llaves que clausuraron
cerraduras,
abren espacios nuevos para los
iniciados.
Nunca sabrás por mucho que lo
intentes
qué existe tras los muros del
desconocimiento,
ni tras el interior de la
apariencia, de la ciudad,
del alma, del tiempo o de la vida.”
(Apariencias)
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