jueves, 4 de octubre de 2018

Reseña de Efi Cubero: ‘Condición del extraño’. La isla de Siltolá. Col. Tierra. 2013


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“¿Cuál es la realidad?
¿Quién imprime a los ojos esta especial manera
de ver otra corriente a lo que miran?”
Corriente

El extenso y clarificador prólogo de Jesús Moreno Sanz convertiría en inútil cualquier reseña, realizando un pormenorizado y atinado estudio de la escritura de esta extraordinaria poeta; de no ser por la imperiosa necesidad de compartir la honda emoción que me transmiten los versos aquí contenidos. Califica Jesús Moreno Sanz a Efi Cubero de poeta a contracorriente, “con voluntad de mantenerse en cierta penumbra”.
Debo reconocer que este libro me ha golpeado con fuerza, por su hondura, por su belleza, por la musicalidad de sus palabras, por las imágenes que se van derramando entre los versos como una sutil melodía, un tenue rayo de luz que ilumina los estanques. ¿Cómo no admirar un verso donde se habla de “la avidez de urdir las geografías” (Viento)? ¿Por qué un poeta escribe conociendo mi interior más íntimo?: “Íntimas disidencias guardan siempre las formas, / los fondos son en cambio la intrahistoria / que sabiamente asume el pensamiento / donde late este magma, rebelde y combativo, / de todo aquello que te identifica” (Disidencias). Uno necesita encontrar las palabras que navegan por su mente y que no aciertan a desembarcar y así: “Navego con el lastre / de todo lo soñado” (Lastre). Efi Cubero describe la geografía de un lugar particular que me acoge: “En este lugar que no ha existido afuera, / vela en secreto cuanto reconoces” (Disidencias).
Se destacan en su universo poético los lugares de paso, los márgenes, de exilio que la pone muy en sintonía con María Zambrano (“el secreto, el exilio, del eterno retorno”, Búsqueda). Su desarraigo más que biográfico es esencial y vital del ser humano (“Naufrago arrastrado / al abrazo que ahoga”, Calma). Un vivir sin vivir en mí que la acerca tanto a San Juan de la Cruz y otros místicos: “El yo desarraigado se cura las heridas / al beber de la tierra como un renacimiento / … / Nada basta a esta sed irrefrenable / cuyo límite jamás alcanzaremos” (Creación), que es el poema que comienza el libro. Continúa con el que da nombre al volumen: “Sin pisar el extraño no desea / la exactitud perdida en el camino, / de vector a vector vive el presente, / transporta la memoria fragmentada / y aplaza siempre todo; el encuentro, / el abrazo, la amistad perdurable o pasajera” (Condición del extraño). Lo interesante del pensamiento que sostiene la poesía de Efi Cubero es que el límite, los márgenes no significan un aislamiento vital, antes al contrario, “el errático busca reflejarse en los otros” (Diálogo).
En este volumen, como en el resto de su producción poética, hay emoción contenida y, aunque hay algunos motivos que son persistentes, no hay un acorde que predomine y calle a todos los demás, no se encuentra monotonía en los temas, pasando de la serenidad y la nostalgia (“Sé que sólo hay adiós”, Sombra) a la templada alegría y al gozo de vivir (como en el homenaje a La Lupe, “descifrar el secreto de lo que escamoteas”). De la misma forma que se asoma al abismo, “El sitio es atrayente” confiesa en Suicidio, compartimos la contemplación de la belleza de la naturaleza, el corazón y los afectos. “Y que acaso es posible, / el naufragar en ojos como un mar encrespado, / ser prisionero en las vastas llanuras, / o ser libre en la cueva, ensimismados. / A merced de las sombras” (Al amanecer), entre el Deseo de ser piel roja de Kafka y la caverna de Platón. Siempre profunda en sus reflexiones, esta Condición del extraño lo es sobremanera: “Sobre un gran vaso limpio / de luz atormentada / asumo la certeza / de ser sólo ceniza” (Eterno).
Florencia, Botticelli, Rafael, el arte siempre presente, como el precioso homenaje a Eduard Carbonell i Estella, quien fue director del Museo Nacional de Arte de Cataluña. O las ruinas de Pompeya, prueba del paso del tiempo. “Sobre el dolor y el grito / han crecido amapolas” (Amapolas). Paisajes principalmente de la naturaleza, el bosque, pero también el mar, real y mítico (Nadie). Y, en contraposición, la ciudad, el asfalto, centros de la geografía poética de Efi Cubero: “Busqué sobre las calles y el paisaje / esa marca del tiempo los pasos que se pierden” (Búsqueda); “A menudo, desde este corazón insatisfecho, / cada vez que atraviesa las ciudades / abraza a esa atmósfera lo humano” (Cantos).
Encontramos siempre una poesía sabia que conjuga con naturalidad la contemplación y la sensualidad, la reflexión y la pasión como en el soneto Abrazo: “Esta pasión de madurez de ahora / después de tanta y larga travesía, / vuelve en vértigo azul a la osadía / de su abrasada luz perturbadora”.
La segunda parte comienza con una cita de Wittgenstein que cuestiona la percepción como espejo de la naturaleza, lo que nos hace dudar de la realidad de lo que creemos percibir en las cosas. Así, este segundo capítulo nos brinda la ocasión de atender al detalle, de perdernos en detalles (Sed) para dar rodeos que sean el verdadero camino, y celebrar los pasos en él. Detalles en la ciudad ciudad, gotas, la lluvia, un árbol, el vino…: “La eternidad fue un trozo de cielo / en las encinas” (Huella). Más allá de que puedan servir de símbolos, Efi Cubero nos advierte, “Con materiales puros / se persigue la esencia, / logra alcanzarse el núcleo / pero no se desdeña la envoltura, / obrando como el agua, también por erosión, / sedimentado” (Agua).
El paso del tiempo es una realidad radical que se trasluce en este volumen, pero, “Como yo no soy nada melancólica / me curan muchas cosas de la melancolía, / por ejemplo el verano.” (Mélanos). Sabe el poeta que “a pesar de la ausencia, todo ríe con ganas de nosotros” (Voces). Nos asomamos a los momentos trascendentales (“La muerte son los brazos que saben de derrotas”, Lumbre) y apreciamos una sensación de fragilidad: “Te engañas al sentir; nada es lo mismo” (Vínculo). Es una poesía liminar, de límite: “nunca ningún exilio ha sido inútil” (Aristas).  “Ya no puedo traspasar sus umbrales / ni mirar esa bóveda que era el techo del mundo” (Existir).
“Me abrazaré a tu luz de enredadera
bajo el malva del cielo,
en la olorosa claridad del tiempo,
sobre el verde pasión de la esperanza
efímera y fugaz como la vida,
tan dolorosamente sensitiva,
que debe ser gozada,
que puede ser transitada
sin maleta que asfixie,
sin boscajes que oculten
transparencias.
Por los renglones amplios
donde la tierra extiende su desnudo secreto,
sentir ese rocío de la sombra
bajo el árbol sagrado
con ramas como brazos
que cobijan los sueños,
que destilan su savia
en la escritura
de lo no dicho al fin,
de los silencios.” (Árbol)
Paseamos por sus loci amoena (Equilibrio, Lumbre, sobre todo Higuera), donde intuimos que lo que vemos es sólo la excusa para lo que realmente está pasando y existe. “En los lugares ciertos que habitamos, –distancia en la distancia– /cruje bajo los pies lo que perdimos… Pero siempre, el corazón anima al pensamiento, logrando hacer legible la andadura” (Lugares).
 “(Lo que se sabe derrotado siempre
vocifera victorias)” (Higuera)
La parte tercera está bajo la “irrealidad del tiempo”, expresión de Hermann Hesse que aparece en la cita que abre la sección. De nuevo aparece esa dualidad del espacio en la que la nos encontramos “En la ciudad que algunos llaman jungla” (Tigres). La desorientación simbolizada en sus calles, “Mapas sin descifrar que se perdieron, / en otras latitudes que cristalizan siempre, / sobre la urbanizada desmemoria” (Cerradura). Una necesidad más patente en esta última sección de “Cierta forma de huida” (Café). Por eso es imprescindible la vida retirada cuando “Tan familiar y ajeno lugar de la costumbre, / los pies pisan asfalto. Muchas veces, / cuando no pueden más reclaman hierba” (Costumbre); “De toda la impureza que el asfalto propone / lo mejor siempre es sorprender su olvido” (Asfalto).
Una huida no sólo geográfica, una imperiosa necesidad de retirarse  “Hay días tan aciagos, que a propósito dejas / cerradas las persianas / para no saber nada de ti, / ni de tu mundo” (Persianas). si la poesía es palabra en el tiempo, Efi Cubero advierte sabiamente que “Tú sabes que no existe este presente” (Corriente). En la eternidad nos hallaremos.
 “Ha llovido esta noche.
Llovió con fuerza en la ciudad que vivo,
amanece de nuevo con deseos de impaciente frescura,
como si limpiamente reflejara una luz habitada
por pájaros y nubes. No siempre nace así.
las ciudades tan grandes se parecen
las unas a las otras,
como los hombres al quedarse calvos,
como algunas mujeres
cuando tiñen las canas a cierta edad madura
al apagarse la mirada externa que pierde brillo
seducción y fuerza, lo mismo que el cabello.
Y la sonrisa.
Calles de igual trazado, diseños similares,
enormes avenidas de vida en movimiento
por donde se deslizan idénticas pasiones.

Amo el silencio del corazón viejo
del laberinto donde late el alma;
los recintos secretos que acumulan la historia
que nunca alcanzaremos.
Llaves que clausuraron cerraduras,
abren espacios nuevos para los iniciados.
Nunca sabrás por mucho que lo intentes
qué existe tras los muros del desconocimiento,
ni tras el interior de la apariencia, de la ciudad,
del alma, del tiempo o de la vida.” (Apariencias)

          

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