Elsa Veiga estudió Filología Hispánica y se ha
especializado en Literatura Española e Hispanoamericana. En 2009 recibió el
primer premio de relato corto de Binéfar (Huesca) y ha sido finalista en el
XXXVII Premio Ana María Matute de Relato. Este es su primer libro de poemas.
El uso
de la primera persona y la interiorización del imperativo marca el tono de voluntad
para el poemario: “manejemos” como un deseo sobre la dolorosa realidad. El agua
inunda cada página de este poemario, resume Cristina Oro Otero en el preámbulo.
Este es poemario descarnado, en el que se pueden mezclar la ternura con la
dureza, como en la estación más presente en los poemas, el otoño. Poemas que
atraviesan la piel. Y, sorprendentemente en los tiempos que corren, son poemas
que remiten a la rima. No puedo dejar de confesar que la cita inicial del gran
Ángel García López me tiene ya ganado: “en poesía lírica lo que no es
autobiografía es sólo plagio”.
La
primera parte, ‘La vida se desliza’ es un canto a la fugacidad de la vida, a la
lucidez que llega tras el paso del tiempo: “Renuncia a la existencia / sin
temer esa muerte / que dicen prematura. / Ser cadáver en vida / nunca ha sido
tan triste /… / Quisiera ver las cosas / como las ven los niños, / mitades
alegría / y mitad asombros” (A enfermedad
me elevo). La vida, como las embarcaciones, sobreviven y llegan a puerto
aprovechando los vientos (“Aproveché la vida / le saqué los colores, / ahora
grita a escondidas”, Esperanzas mundanas),
sorteando las dificultades (“Erramos y soñamos / manejamos la pena”, Despierta, sueño el mundo), por mucho
que los materiales sean frágiles y perecederos: “Llevo un siglo de tiempo /
hundiendo mi barquito / y su papel aguanta / porque lo seco, / y sigo” (Barquito de papel). La autenticidad es
otra de los conceptos problemáticos que Elsa Veiga maneja dentro de las
contradicciones: “Soy una personita / de mentira” (Barquito de papel); “Como algo. Lo vomito. / Veo algo. Lo asimilo”
(Cómeme); “Mi rastro es el espejo /
es leve pero intenso” (Sigo mi rastro).
Para ello, recurre al diálogo: “Yo, cuando decepciono, / me retiro. / Agacho la
cabeza, / la meto bajo tierra // Tú, cuando decepcionas, / te haces grande. /
Gigante del orgullo, / me persigues. / Yo hundo la cabeza. / Lentamente” (Y veo lo que queda). Diálogo con la
muerte, una muerte enamorada: “Quiero magia, tormento, / vivir y ser notada /
por un aliento muerto. / Tu vida no interesa. / La mía ya es historia” (Arranca lo que puedas).
La
segunda parte, De otoños y de inviernos y
un verano, toma el punto de vista del paso del tiempo. Las emociones, las
experiencias se cuentan desde el paso
del tiempo: “La protección de cunas y algodones / la cambié, sin querer, por el
vacío” (El cruce de caminos); “Aunque
pongas / candados a las puertas / los domingos son listos / y saben cómo
entrar” (Mi pícaro domingo). Escribir en noviembre es un poema que
pivota sobre el paso circular del tiempo, inesperadamente distinto, a la vez
que se repita, hay cosas que no vuelven. También Noviembre por noviembre y De
pronto soy diciembre).
La
labor de la escritura como lucha contra el tiempo y contra las adversidades: “El
escritor se excita / ante listones tan tristes” (Escribir en noviembre). Una soledad que añora la inocencia de la
infancia, su capacidad de esperanza, “Dónde fueron las hadas / que velaban sus
sueños” (Sonrojo y embarazo) da paso
al desasosiego, “La llama en la cintura / y el pecho en la garganta / no
quieren nada bueno. / Me protegen, me espantan, / me ayudan a estar viva” (Miremos si hay detrás algo); “No hay
nieve, / ni habrá brillos / ni nariz zanahoria, / sólo un cuerpo dormido /
quedará en mi memoria” (De pronto soy
diciembre); “El viento que se enreda / siempre a la misma hora / espera con
paciencia, / no entiende / ¡Y cómo llora!” (Noviembre
espera o regreso imposible). Algo inasible, un poco naif y terrible (Pobrecita, buscaba) como sólo los
cuentos infantiles lo son: “Querrás volver a verme. / Me pudro en tu dolor” (De veranos y otoños).
Le
sirve la tercera parte, Observo y
rememoro, como recapitulación: “Qué pena no empezar / lo que estaba
empezado” (Qué pena no empezarlo); “Después
del placer traigo / más ansia, más deseo. / Lo paseo imprudente / con temor a
perderlo” (Recuerdo tu recuerdo). Lo
cotidiano esconde el deseo: “sólo son esas cosas / que te hacían feliz” (De los objetos devueltos tras un amor
frustrado). Consciente, como es, de las trampas que pretende: “Me clavo en
la madera / y hace tiempo que observo, / adivino y presiento / ese amor
verdadero / que me corta las alas, / es real y no da miedo” (El amor verdadero no vuela ni se hace). El
amor duele, ¿por qué duele el amor?: “Hay días en que todo es paisaje de
domingo. /…/ Hay días en que reclamo mi derecho a quererte” (Espero otra palabra); “María ya no es la
misma, se enamoró del aire” (María ya no
es la misma).
Otros
deseos, otras nostalgias pueblan el universo de Elsa Veiga, como la añoranza de
la casa del abuelo (De la casa que quise)
y otros recuerdos: “A las tardes ociosas / se unió la pesadumbre / de tener que
pensarlas. // No valía con sentirlas / –sentirte era otra cosa–. / Había que
contenerlas / en frascos de memoria.” (Recuerdos
enfrascados).
“Mañana
que cogía tu espalda inabarcable
son
ahora tiempos muertos en que falta un espacio.
Ya
no ocupas lugares, vacíos sin sentido,
llenas
de pensamientos que huelen a óxido y frío
/…/
querías
que te quisiera para ver si crecías.
Yo
alimenté ese sueño, regué noches y días.
Ahora
siento la pena que manda las entrañas
porque sí que te quise como arena en la playa.
Las
olas van y vienen y yo soy los granitos
de
ese terreno húmedo que guarda caracolas.
Peces
vivos, tiempo muerto.
Dame
un respiro a veces,
que
soy llama y recelo.
Deja
que me acostumbre a ese tiempo sin miedo.
Deja que me acomode, hazme un hueco en tu pecho.” (Intentando acoplarme)
Elsa Veiga con estos versos nos embarca en un viaje
alrededor de la emoción, de la pena, del paso del tiempo, de la enfermedad al
amor no correspondido, incluso al correspondido. Un manual práctico de gestión
emocional y poética.
Yo, cuando decepciono, / me retiro. / Agacho la cabeza, / la meto bajo tierra // Tú, cuando decepcionas, / te haces grande. / Gigante del orgullo, / me persigues. / Yo hundo la cabeza. / Lentamente” Me ha encantado. He abierto los ojos a mi propia realidad.
ResponderEliminarYo, cuando decepciono, / me retiro. / Agacho la cabeza, / la meto bajo tierra // Tú, cuando decepcionas, / te haces grande. / Gigante del orgullo, / me persigues. / Yo hundo la cabeza. / Lentamente” Brutal. Y yo sin enterarme de lo que me pasaba.
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