Emilio J. Lafferranderie es uruguayo, vive en Perú y ha publicado algunos de los mejores poemarios de los últimos años que se recopilan en este Un intervalo. Un término: incluye Lugares prácticos (2004), Caracteres (2009), Líneas mediaciones (2015) y Modos parciales (2024). Pocas veces se puede uno encontrar con una coherencia temática y estilística en un autor de poesía. La poesía de Emilio J. Lafferranderie se despliega como un mapa conceptual en constante transformación. La topología de su escritura no responde a estructuras convencionales; más bien, parece orbitar en torno a una lógica del desplazamiento, donde los versos son coordenadas efímeras de un espacio en perpetuo rediseño. Prescinde de la puntuación. Los versos son cortos, fragmentarios, con abundancia de infinitivos.
En el primer libro incluido, Lugares prácticos (2004), el autor nos sumerge en un territorio sin anclajes definitivos: “trata sobre una parte común / y un espanto distinguible”. Las referencias espaciales se deslizan entre lo tangible y lo evanescente: "persona que carecen de escenas / arman un espacio ileso". Aquí, el espacio es una construcción inestable, un intersticio que se habita en la fugacidad del enunciado. La noción de "espacio ileso" evoca la idea de un paisaje que no se solidifica, un punto de tránsito donde la geografía no es sino una acumulación de trazos efímeros. En términos del filósofo Michel Serres, el poeta parece sugerir un espacio "liso", sin las marcas fijas de un territorio previamente delimitado: “eliminar detalles / mencionar episodios”; “mapas reservados para otra vida”; “resúmenes humanos sobre otros / lugares sinceramente de paso”. Deleuze y Guattari distinguían entre el espacio isométrico, liso y el estriado. Uno representa las rutinas, la secuencia, la causalidad. El otro, preferido de la poesía de Lafferranderie, el azar, el deseo, la emoción: “la cura / el vidrio / el pliegue”.
La labor poética consiste en la selección: “preferible seguir el aspecto / destacar una mirada”; “juegos seguramente // omitir una estatua / adoptar órbitas abandonadas”; “nada serio por coleccionar”. Precisamente este aspecto contrario a lo formal se interpela en varios momentos, es porque “el efecto es un juego”; “experiencias jamás adheridas / incapaces de finalizar /…/ hechos que suceden y no designan / cosas tan próximas que no graban”. El observador y el poeta intuyen paisajes móviles: “dar lugar a una mudanza / y a otros medios de traslado // no adherir a un soporte / no fabricar referencia // la página y el pensamiento / no suponen algo mejor”. Y comienzan una cartografía en la que “personas omiten otros paisajes” y remiten a una labor de “adquirir algo en cada despliegue / establecer un mapa y una espera”. Como Leibniz señalaba, nos movemos entre pliegues y la historia en su desconcierto / el primado de eventos / el fondo inicial / …/ las páginas / delimitan / y atribuyen un sitio”. La propuesta es simplemente “una pieza sellada / el trabajo de la fuga / el podía ser allí”.
El siguiente volumen, Caracteres (2009), profundiza en una poética de la discontinuidad y la reconfiguración. La escritura ya no es un simple ejercicio de representación, sino un mecanismo de generación topológica: "sumar diferencias y decidir / un itinerario y un molde menos". Aquí, la geografía poética se configura como un juego de itinerarios erráticos, en los que la ausencia de una sintaxis fija remite a la naturaleza contingente del espacio posmoderno: “el principio de la no migración / un objeto las demás veces”; “el suelo destaca siempre sobre el ojo / hace de las variaciones una unidad” o “saber ignorar un giro / armar acceso estable”. Edward J. Soja hablaría de una tercera espacialidad, un lugar donde las categorías tradicionales de lo urbano y lo rural, lo centro y lo margen, se disuelven en un sistema de referencias movedizas: “mapas de vientos sedentarios”; “no hay motivos ni bosques recientes”; “asentamientos por reasignar al paisaje”. La tensión contraria anclada en el lenguaje se desarrolla sobre lo narrativo: “el objetivo es una tipografía / pensar casos de un sueño discreto” o “el trabajo de inutilizar una palabra”. Y con una necesidad de establecer estabilidades (“considera / la aceptación de una constante / lo apto realizando una figura”), pero “no ser posible no revisar más”. el uso de infinitivos remite quizás a instrucciones del mapa.: “en geografía sola / el pulso estéril sobre una región / el acuerdo pasivo entre las cosas”.
En Líneas mediaciones (2015), la espacialidad poética se torna aún más inasible: "el problema es aplicar un paisaje / un exterior a cada punto del intervalo". En esta declaración se percibe el eco de Frederik Jameson, quien en su estudio de la posmodernidad destaca la fragmentación del espacio en una serie de nodos y discontinuidades. Lafferranderie se apropia de este problema y lo transforma en una estrategia poética: la espacialidad de sus versos no es una realidad externa a la escritura, sino un efecto de la misma: “componer una cercanía para pronunciarse / aislar un bosque y unge propiedades”. Así, cada poema funciona como un vector que articula y desarticula paisajes, un tránsito donde la materialidad de la palabra es la única cartografía disponible. “No es memoria todo eso // al respiro la falta de palabras / al venir tiene una oportunidad”, “lo concreto es un estado / un ojo cohabitando un mapa”. Es muy interesante cómo se va articulando esta geografía líquida con la imperiosa necesidad de utilizar palabras y buscar rumbos: “en palabras atadas halla lugares funcionales”; “fonemas que identifican un clima”; “acuerdas para justificar un tramo / nombre para hacer el día aparte”. El paisaje, por otra parte, se va construyendo a partir de biografías y prácticas al estilo de Michel De Certeau: “la infancia de un mínimo relieve / la figura despedida del fondo”; “el ámbito no doméstico / los dominios no adquiridos del paisaje”. En realidad, “el autómata que se afirma en la indiferencia / el porvenir que deja caer lo probable // líneas donde pensar términos”. En la propuesta de Lafferranderie, lo mudable es la clave y su resistencia a ser encerrada en palabras y conceptos: “las estaciones las pobrezas cromáticas / la poca soberanía de las palabras”; “cierra deducciones y aparta todo lo hallado”; “nada afuera de la extensión de un sonido”; “una población numerada una dividida”.
Finalmente, Modos parciales (2024) lleva esta exploración al límite. "La distribución de los cuerpos en el parque / no puede remitir a nada más". Es, sin duda, la cima poética, el volumen más logrado. La renuncia a la referencia establecida resuena con la teoría de la geografía fracturada. El espacio contemporáneo se compone de múltiples capas de significación que se superponen sin alcanzar una síntesis definitiva. Aquí, la escritura se convierte en una operación cartográfica que se define por su propio vacío, por la negativa a encuadrar un territorio en términos absolutos. “La distribución de los cuerpos en el parque / no puede remitir a nada más // una débil geometría y un anhelo pictorialmente / le aportan neutralidad a la escena /…/ pero tal vez los términos sean otros / porque rara vez conforman un espacio / si los cuerpos son puntos de saturación / pigmentos cromáticos densidad de luz / en eso se asemeja a las teorías del color” (1).
El poeta desgrana como un topógrafo los elementos esenciales: “de acuerdo con la distinción entre un accidente y una regularidad // el ámbito doméstico señala / los dominios no contractuales del paisaje” (2). Y a diferencia de éste, su misión no es constatar y fijar límites, sino indicar rumbos, como los situacionistas: “para continuar la estancia / el tiempo debe diferenciarse de una deriva /…/ el día debe ser la superficie partículas / apartada de las condiciones de una historia // y así desertan de los hábitos jurídicos / de todo aquello configurado para convertir / las práctivas los puntos los paseos / en un lenguaje de utilidad” (3). Las tensiones micro y macro geográficas se van explicitando: “la voz disiente la hegemonía del paisaje / la razón no demora en ubicarse fuera de alcance /…/ volver es un mecanismo de inmovilidad”; “hay modas estatales y no estatales / dispuestas a establecer / las líneas que desprende de los cuerpos”. Los textos toman conciencia casi política de las apropiaciones vitales y literales: “es simple esta observación civil / es una palabra cediendo releves / compuesta de vigas sin lugar”; “a través de indicios se define / para asumir serie y sequías fiables // incorpora cuerpos a filiaciones naturales / ubica pasos subordinados a la forma”. Quizás todos los pasos anteriores llevan a una programática más evidente en este último libro: “frente a la primera línea de un marco / se separa el ejercicio de escritura / deja inerme las propiedades decorativas / las figuras los cantos la biografía / aparecen entonces prácticas”; “en la región de las equivalencia / el interés se dirige a la continuidad /…/ esa es su debilidad / enlaza las partes constitutivas / en cada jornada”. La reivindicación de lo mutable y lo vital por encima de lo encorsetado, porque el intervalo posibilita que “a través de la inercia / con las cosas que parecen fósiles se balancean”. Según Lafferranderie, el lenguaje no pretende fijar coordenadas, sino sugerir trayectorias, delinear líneas de fuga en un paisaje que solo existe en la medida en que es nombrado: "De todo este ejercicio / el paisaje es la única variable que subsiste / con la boca enteramente cerrada // lo suficiente para hacer un trazo sin curvatura".
Lafferranderie propone una poética de la espacialidad y la problematiza desde su núcleo. Su sintaxis fragmentaria y la ausencia de signos de puntuación son formas de repensar la relación entre la página y el territorio, entre la palabra y el espacio, concepto y vida. Lafferranderie subvierte la espacialidad rígida del lenguaje y propone una poética de la heterogeneidad y la dispersión desde la misma elección forma, que concibe el lenguaje como una superficie dinámica, un terreno de exploración donde hay que manejarse como un cartógrafo en el desierto. El malogrado Luis Castro Nogueira argumentaba que el espacio no es una entidad fija, sino una construcción mutable que emerge de la interacción entre los cuerpos y sus trayectorias. En este sentido, Un intervalo. Un término es una exploración de esa risa del espacio, una topología que no se rige por la jerarquía ni la estructura convencional, sino por el juego, la paradoja y la indeterminación que invitan a una lectura errática y activa, en la que el lector debe construir su propia cartografía.