Imagino
que algo tendrá el agua cuando la bendicen, y que por mucho que uno tenga las
ideas claras no va a ser más listo que los demás. Mis opiniones son a veces
fruto de un pronto repentino, pero en los casos importantes procuro hacer
recuento y asimilar críticas, cambiar de punto de vista y, si es necesario,
cambiar de idea. No suele ser muy común cambiar de idea. Cambiamos de coche,
cambiamos de casa, de cepillo de dientes, de pareja incluso antes de cambiar de
idea. Por eso me pongo en guardia contra mí mismo si me aferro a una idea tan
contra viento y marea.
Ya he
dicho infinidad de veces que soy republicano. Y que me parece una opción tan
sensata que me extraña que haya quienes todavía defienden la monarquía. En este
caso me da igual que sean juancarlistas, monárquicos o defensores de la
institución. Creo que es tan de cajón que los ciudadanos tengamos la
oportunidad y el deber de elegir a nuestro jefe de estado, que difícilmente
puedo concebir argumentos en contra. Argumentos racionales, porque argumentos
pragmáticos claro que los entiendo. Imagino que todos aquellos de la camarilla
de Juan Carlos o de Felipe estarán temerosos de que se cambie el régimen, pues
perderían su vía de influencia y sus prebendas tan poco democrática ni
meritoriamente adquiridas.
Por eso
me resulta tan difícil aceptar así en seco, a la Rawls, sin saber de qué lado
te va a tocar, que defienda alguien la monarquía. Pero como tampoco entiendo el
fútbol resulta que se me caen del pedestal muchos intelectuales que pierden los
papeles con un equipo en una final. Supongo que seré yo el equivocado.
He
visto con pesar que el asunto del elefante ha hecho más por la causa
republicana que todas las manifestaciones y disertaciones. Y veo en la
abdicación de Juan Carlos muchos intereses que coinciden en la misma decisión:
la defensa de la institución monárquica, símbolo de la indisoluble unidad de la
patria española. Pasando la corona a Felipe, las infantas Elena y Cristina dejan
de serlo, así, cuando sea imputada, no se imputará a un miembro de la casa
real. Y eso es inevitable, según parece.
Podría
ser que Juan Carlos pudiera tener asuntos turbios que ocultar, por eso se le va
a brindar un aforamiento que no acierto a justificarme. ¿Es que al final hay
personas más importantes que otras? Supongo que sí. Hay que ver este Juan
Carlos, es magnífico cuando gobierna y más magnífico aún cuando abdica.
Hubiera
sido bonito poder abrir un proceso constituyente aprovechando la renuncia del
monarca. Si es verdad, como dicen, que la mayoría inmensa de los ciudadanos es
monárquica, pues que lo digan. Ahora, si es problema de la constitución, pues,
sinceramente, me hubiera gustado que se tuviera el mismo empeño en cumplir
otros artículos y no recortar tantos derechos. ¿Empezamos? Tasas en justicia,
nueva ley de seguridad ciudadana, persecución de delitos de opinión, límites al
endeudamiento del Estado… Por no hablar del derecho a un trabajo, la salud, la educación y
una vivienda digna. Hay,
sin duda, problemas políticos más importantes que la forma de estado. Pero eso
no debe callarnos cuando denunciamos otros males menores. Por supuesto que el pleno
empleo es prioritario, pero no debemos cejar en luchar contra la contaminación,
la corrupción, el lenguaje sexista.
Para
los conservadores (voten al PP, al PSOE o a UPyD) nunca es el momento ni la
forma, ni el lugar de abordar estos temas. Empiezan a utilizar la demagogia y a
clamar a las autoridades que no se rindan ante las presiones de la calle,
desprestigian a todos los grupos políticos que rechazan la monarquía, miran por
encima del hombro a quienes propugnamos que la ciudadanía debe poder elegir.
Jefferson,
el presidente norteamericano, sostenía que había que repetir el consenso
constituyente cada dos décadas. Por el simple cambio demográfico, el
envejecimiento y la llegada de nuevos jóvenes a la edad del voto, cada veinte
años se perdería la mayoría de quienes votaron y decidieron las leyes. En la
actualidad, la mayoría de los españoles con derecho a voto no pudimos votar la
constitución del 78. ¿Debemos aceptar el peso de la tradición? ¿Debemos rehacer
los votos de fidelidad a un sistema sobre el que no nos preguntaron? Es
evidente que si eres conservador tienes muy clara la respuesta a estas dos
preguntas. La monarquía es una tradición.
Yo no
quería, de verdad que no quería tocar el tema de Felipe y Juan Carlos, porque,
la verdad, tanto monta, monta tanto. Haz que algo cambie… La restauración
borbónica se parece cada vez más a la de Martínez Campos y Cánovas. Incluso en
el hecho de que tras treinta años el bipartidismo se fue quebrando. Cuando me
lo dijeron pensé que estaban de broma. Después aluciné con la “autocensura” de
la revista El Jueves. Y el médico me
recomienda, para la úlcera que no me sofoque, por eso tengo que echar fuera
todas esas tonterías que voy escuchando sobre el temita dichoso del rey, de lo
agradecidos que tenemos que estarle, de lo que significa la institución
monárquica… También veo las convocatorias de marchas, concentraciones y
recogida de firmas. No he podido evitarlo.
Y no se
trata de criticar a Juan Carlos, de acusarle de amasar una fortuna indecente,
de no respetar la fidelidad ni a los principios del movimiento, ni a su señora,
ni a los intereses de los españoles; no se trata de denunciar los manejos
financieros de toda la familia o del mantenimiento de una familia al completo.
Está muy bien preparado, pues claro, le hemos pagado entre todos los estudios,
mientras que hasta Rajoy se pagó su carrera y sus oposiciones. No es un rey
concreto, es la Monarquía. Incompatible con una democracia que se basa en la
igualdad de todos ante la ley. El soberano no debe ser un borbón, es el pueblo.
Para mí
eso es tan evidente que no entiendo la necesidad de hacer sagrada una figura,
en este caso el rey. Un rey bendecido literalmente por la Iglesia. Y, como
empezaba diciendo, algo tendrá el agua cuando la bendicen. Pero el caso es que no
me lo creo. Como soy ateo…
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