Cuando
queremos desacreditar a alguien como iluso muchas veces lo acusamos de “utópico”.
La utopía representa todo aquello que sería deseable pero imposible de
conseguir, siendo así sus perseguidores, pobres inocentes destinados al
fracaso. Y a menudo terminamos de rematar la faena recordando que “el camino
del infierno está empedrado de buenas intenciones”. Y zanjamos la cuestión.
El
estudio de la utopía representa en el pensamiento filosófico y sociológico un
campo apasionante. Confieso que fue mi primera idea para la tesis. Karl Mannheim,
Habermas, Bloch, Paul Ricoeur ya trataron el tema de una manera exhaustiva, en
especial contraponiendo el pensamiento utópico con la ideología. Es la
sociología del conocimiento que considera “ideología” como aquel pensamiento –deformado-
que contribuye a mantener el status quo,
mientras que la “utopía” es aquel pensamiento –deformado- que quiere contribuir
a conseguir un mundo mejor. Ideología y utopía son dos caras de la misma
moneda, dos lentes con las que vemos la realidad. Una realidad deformada, una
falsa conciencia.
¿Para
qué sirve, entonces, la utopía? La utopía es un horizonte, un lugar a donde
dirigirse, sabiendo que nunca se alcanza, que cuantos más pasos demos, más
pasos se aleja. La utopía nos orienta, porque no es lo mismo andar hacia el
oriente que a poniente, hacia más libertad o hacia más orden, hacia más
igualdad o hacia más clasismo. Cada persona tendrá un norte, una brújula, y
tendremos quienes nos perdemos en un bosque en el que se oculta el horizonte.
No
todos tenemos, evidentemente los mismos sueños, pero en lo que nos parecemos es
en la claridad con que los tenemos. Son tan evidentes que no podemos comprender
cómo otros pueden tener dudas, cómo pueden desear otras cosas que claramente
nos llevan al desastre. Sólo hay una explicación posible, los demás están
engañados – o tienen mala fe, pero dejemos eso al margen-. Por eso se dice que
la ideología es la de los demás. Nuestras ideas son realistas.
Podemos
sospechar que un dependiente tenderá a pensar que los clientes roban por
sistema mientras que los compradores sospechan que los tenderos engañan con el
cambio. Es decir, cada uno tiene unas ideas sobre el mundo dependiendo de su
posición, de su cultura, de sus intereses, de sus aspiraciones. Los ricos
tendrán ideas de ricos, los emigrantes tendrán ideas de emigrantes, los guapos
tendrán ideas de guapos. La “ideología” de cada persona está condicionada por
su condición material, por su vida, por la sociedad en la que vive. No creo que
esto sorprenda a nadie.
Lo
interesante de estas ideas sobre lo que sería deseable es que también están
determinadas socialmente. La utopía depende también de su época histórica, de
la clase social y la experiencia personal de cada uno. Y por supuesto, se
contagia.
Como
decía, al principio pensé en investigar la utopía. No porque estuviera
obsesionado con los cantautores ni con el mayo del 68, sino como medio de
acercarme al imaginario político de las personas corrientes. Para ello pedía a
mis alumnos que me hicieran una redacción contando cómo sería su mundo perfecto.
No el mundo al revés, sino un mundo perfecto.
Lo
primero que me llamaba y me llama la atención es que la mayoría de las frases
empezaban: “Un mundo sin”. Sin guerras, sin paro, sin dinero, sin pobres, sin
clases. No sin clases sociales, sin clases de la escuela. Lo que estaban
haciendo era un negativo fotográfico del mundo actual. Un mundo al revés, donde
se eliminaran dificultades, injusticias, sufrimientos. No todos ponen el acento
en el mismo sitio, pero la mayoría eliminaría algunos o muchos elementos que
nos alejan de la felicidad. Como en aquella canción, “si yo tuviera una escoba…”
También
se advierte la influencia de la realidad cotidiana en los deseos de los chicos
y chicas. Si estaba candente el tema del “No a la guerra” había muchos que lo
recogían. Ahora son la crisis y el paro las cosas que más eliminarían. Lo que
más me llegó al alma fue un chico, ya hace muchos años, que pedía un mundo sin
coches. Sus padres habían muerto en un accidente.
Creo
que está bastante claro que lo que deseamos está condicionado por la sociedad
en la que vivimos. Algunas utopías son muy específicas. “Que los terroristas y
violadores cumplan íntegramente sus condenas”. ¿Quién no daría la razón a estos
adolescentes? Y si no estamos de acuerdo con esa mentalidad castigadora, ¿no
nos parece comprensible esta petición?
Y ahí
quería yo llegar. Les pido que imaginen un mundo ideal, perfecto, utópico, y
aun así está poblado de criminales y violadores. Les doy el papel de dios
creador y se obstinan en introducir el mal en este mundo. ¿Por qué lo hacen?
Porque es impensable un mundo en el que no existan malvados.
Lo
impensable es imposible. No podemos realizar una utopía sin ladrones si no
somos capaces de pensarla. Si creemos que el hombre es malo por naturaleza
pelearemos por leyes que los castiguen. Si creemos que el hombre es bueno
aspiraremos a un mundo sin dolor ni injusticia que obligue robar. Si pensamos
que siempre habrá diferencias entre los hombres, habrá ricos y pobres. A los
pobres siempre los tendréis, decía Jesús. Y si fuera así, ¿cómo de pobres? ¿Cómo
de ricos?
¿Por
qué ponemos freno a nuestra imaginación política? Tenemos una visión muy
estrecha. Y lo que unos ven deseable otros ni siquiera se lo plantean. De todas
formas eso no implica que el futuro no nos depare sorpresas y que lleguen
utopías inimaginadas. Ninguno de los escritores de ciencia ficción se acercó
siquiera a internet, y aquí nos tenemos enganchados.
También
me da miedo pensar cómo estas utopías –porque de las ideologías parece que lo
tenemos claro- se contagian, cómo encontramos deseables ciertos valores,
ciertos objetivos, que se convierten en palabras mágicas que encandilan a
muchos. El deseo es el deseo del Otro, decía Lacan. La libertad podemos decir
que consiste en hacer lo que uno quiere. Y, claro está, nos resistimos si nos
obligan a “hacer”. Lo peligroso es que nos obligan a “querer” lo que no
queríamos. Querer objetos de consumo, querer prácticas sexuales, querer valores
políticos… Y esos valores se convierten en banderas en lucha. Libertad,
Igualdad, Orden, Tradición. La historia de las ideas políticas es la historia
de la hegemonía de unas frente a otras, o mejor, de cierta interpretación de
unas frente a otras. No podemos remediarlo, siempre nos obstinaremos en dar por
posible cambiar unas cosas mientras que partiremos de la base que es imposible
eliminar otras. Y creo que va más allá del refrán “cree el ladrón que todos son
de su condición”.
No
podemos obligar a las multinacionales a cumplir las leyes, pero sí obligar a
millones de personas a sufrir la austeridad. Podremos subir los impuestos a
clases medias y bajas porque es imposible obligar a las rentas altas.
Lucharemos contra el fraude a la Seguridad Social de quienes cobran el paro,
pero es imposible intentar que las grandes empresas no se vayan a paraísos
fiscales. Es imposible acabar con la codicia humana. Como era impensable que la
mujer pudiera desempeñar ciertos oficios y ocupar cargos públicos.
Quizá sea necesario revisar a Tomás Moro, como paso previo, indispensable, para poder investigar la Utopía.
ResponderEliminarPor supuesto, Tomás Moro es la clave. En muchísimos aspectos.
ResponderEliminarGracias por el comentario, Alberto.