Hay que saludar como una buena noticia la publicación de esta que es la segunda novela de Francisca Moya Pérez. Si en la primera, Perdón por el tiempo (Alhulia, 2009) se apuntaba con firmeza una narradora de grandes cualidades poéticas, en esta segunda, Las soledades son horas (united p.c., 2013) se confirma una escritora de una importante fuerza lírica y expresiva.
Francisca Moya Pérez
(Linares, Jaén) se licenció en Filología Hispánica por la Universidad de
Granada. Después de desempeñar diversos oficios temporales, actualmente trabaja
como profesora de secundaria.
La estructura de Las
soledades son horas juega precisamente con esos los conceptos de este título
de tantas resonancias místicas (San Juan de la Cruz y luego, Juan Ramón). Por
un lado, el leitmotiv de la soledad de unos personajes que van
deambulando por paisajes humanos y relaciones, crisis y tragedias. Por otro
lado, el tiempo como eje vertebrador de la narración. Francisca Moya consigue
encajar con maestría la urdimbre entre el tiempo personal, íntimo y el tiempo
universal, del calendario y los relojes. El capítulo 15, titulado precisamente
“07/07/2007” lo ejemplifica con claridad. Es el treinta cumpleaños de Luis que
coincide con una fecha especial para el calendario convencional.
Una de las herramientas
con las que se consigue esta doble incardinación es el recurso a la prensa, las
“nadacrónicas”. Estos son toques de realidad que anclan la acción en un tiempo
concreto, de la actualidad, del mismo modo que la sitúan en un futuro tan real
como el de una ciencia ficción clásica.
Los personajes tenían en
la primera novela, además de un certero retrato psicológico, una carga
simbólica y poética. En esta segunda novela, los protagonistas -femeninos-
parecen adquirir definitivamente un carácter de símbolo que se reflejaría en su
propio nombre. Peligro, Júbilo, Cádiz… Este es uno de los grandes aciertos de
la autora, que juega precisamente con la creación de estas expectativas para
presentar, sin embargo, unos personajes femeninos muy perfilados en el aspecto
humano y para nada estereotipos simplificados con un concepto.
Los personajes
masculinos, atormentados, vapuleados, muestran, en contraste con las mujeres,
una falta de decisión. Son arrastrados por las circunstancias, por las
pasiones, mientras que son las mujeres, Júbilo o Peligro, Cádiz o Micaela las
que actúan con firmeza. Incluso los animales domésticos, perros o inseparables
tienen su personalidad y su participación en la acción.
Calificar la escritura de
Francisca Moya Pérez de prosa poética nos puede llevar al equívoco. Son
pequeñas historias donde lo cotidiano es relatado desde un lenguaje tan lírico
que contrasta con la dureza de los padecimientos de los personajes. Es una
novela dura, muy dura, ya inmersa en un contexto de crisis, no sólo económica,
también emocional, psicológica, total. No habla un Platero pequeño, peludo y
suave, sino unos personajes que deambulan en un mundo de desánimo, depresión,
de carencias, de desamor y de muerte. Escenarios cotidianos que sirven de telón
para una serie de dramas personales. No es la dureza de Jesús Carrasco (Intemperie) o de Rafael Chirbes (En la orilla), más cercana al
tremendismo. Aquí el drama y la tragedia no necesitan un paisaje de páramo para
hacer sentir su impacto. Temas de fondo, la depresión económica o la violencia
machista aparecen mostrados con inteligencia y sensibilidad fuera de los
tópicos y panfletos.
De especial brillantez
son las interrupciones de la autora en la narración, encajando una
cesura más que poética en momentos clave. El capítulo 11, “Conclusiones
infantiles” es quizás el mejor ejemplo. Con el mismo aliento poético están los
conceptos que Francisca Moya nos regala, las “nadacrónicas”, o la
“semipresencia”.
Los paisajes, las casas,
los lugares son también herramientas para sintonizar los estados de ánimo de
los personajes: el piso de las chicas, la ciudad de Córdoba, la prisión, la
casa heredada... Y como también es marca de la casa, una sutil ironía aliña el
relato. No se puede evitar la sonrisa pensando la recolocación de los
profesores como agentes antidisturbios.
Nos hemos encontrado con
una novela de madurez de una autora de la que estamos impacientes por recibir
nuevas entregas. “Amores fingidos son veneno” concluimos con la novela. Amores
fingidos, decepción, soledad, muerte, pérdida... para unos personajes para los
que difícilmente encontraremos una cura a pesar de la esperanza. ¿Quién no
pediría en el herbolario una dosis de lágrimas para cuando somos incapaces de
llorar? Las soledades son horas, no sólo un espacio sin nadie más, son un
tiempo que atravesamos todos. Las soledades son horas, y son unos
personajes y una voz que difícilmente olvidaremos.
Bárbaro. Me encanta.
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