La
religión, dicen, es una parte fundamental del ser humano. Pero, ¿qué es
religión? Podríamos hacer referencia a las grandes organizaciones sacerdotales,
a la Iglesia Católica, al Islam o al budismo, con sus creencias bien
organizadas y dogmas que se transmiten por una tradición establecida, a veces,
con sangre y sufrimiento. A algunos les basta con decir que religión es cualquier
ansia trascendente del hombre, sin importar si existen seres sobrehumanos o
dioses. Es cuestión de fe.
La fe
tiene sus aspectos positivos. Nos lo recuerdan las terapias y los coachings que
insisten en que visualizar el objetivo es parte fundamental, quizás la más importante,
de conseguirlos. Tener fe en uno mismo es el pilar donde se sostiene la
autoestima y una vida plena. La enfermedad, el fracaso, la soledad son causados
directamente por esa falta de fe en las posibilidades de uno mismo. Como el
champú, porque tú lo vales.
Por
otro lado la fe es creer sin ver. Que puede ser muy útil para no tener que ir
comprobándolo todo, pero no deja de presentar una cara un poco sombría. ¿Cómo
sería el progreso humano si en lugar de la fe no hubiéramos puesto la
experimentación? La razón contra la fe, la ciencia contra la religión. Una
lucha con demasiados mártires de uno de los lados. Poca fe en la fe tienen los
creyentes cuando tuvieron que optar por silenciar a los que atacaban sus
creencias.
Me
gusta en estos momentos acordarme del gran Juan de Mairena que sentenciaba con
una lucidez extraordinaria que los griegos habían sustituido la fe en los mitos
por la fe en la razón. Y todavía seguimos viendo, con pesar en mi caso, cómo
hay apóstoles de la Ciencia, así, con mayúsculas, que santifican todo lo que
parezca venir de un científico de bata blanca. Con la misma fe del carbonero
que antiguamente se tenía en los curas de sotana negra. Dice la Ciencia que la
leche es buena, o es mala, que el colesterol, que el libre mercado… Si la
Ciencia lo dice, lo creemos. Por los siglos de los siglos, amén. Aunque cada
muy pocos años se cambie, porque una cosa es el método científico, que es de lo
mejorcito que tenemos, y otra cosa que todos los que se dediquen a esos menesteres
sean honestos, autónomos y confiables.
La fe
del carbonero, comulgar con ruedas de molino, es expresión de la candidez, de
la falta de luces del populacho manipulado por hábiles predicadores, no sólo
religiosos, también políticos, vendedores, amigos, parientes…
¿Y qué
decir de la profesión de fe? No me refiero a salmodiar que sólo dios es dios y
Mahoma su profeta, me refiero a que profesión viene de fe. Que te crees tu
profesión, ni más ni menos. Tengo que reconocer que a veces me dan miedo los
que se creen su profesión con tanta devoción.
Es
curiosa la fe. Se me vienen a la memoria muchos relatos, novelas, documentales,
películas en los que un hombre se cuestiona la fe propia. Dicen de Unamuno que
se veía a sí mismo con un ansia de fe que no le llegaba. Él imaginó a Manuel
Bueno, el sacerdote que perdió su fe. Un arquetipo de creyente que no es capaz
de mantener su confianza en Él.
La
teología católica es espinosa en este asunto. Según dicen los doctores de la
Iglesia, la fe es un don de dios, él lo otorga o lo niega. La cuestión de la fe
es crucial para poder entrar en el reino de los cielos, pero parece no depender
de la voluntad de la persona, sino del capricho divino. ¿Cómo se puede entonces
requerir la fe que Él otorga? Dejando de lado la inseguridad y vanidad de un
dios que necesita crear seres que vayan a adorarle si y sólo si Él lo permite,
castigando, para más inri, a quienes no posean la fe de un niño.
Afortunadamente
la mayoría de los creyentes no entran en disquisiciones parecidas. Ellos tienen
fe en el Nazareno, en la Divina Pastora, en la estampa de San Josemaría. Me
pregunto si esta manera de entender la relación con lo divino estará dentro de
la religión o es simple superstición y beatería. No quisiera que se entendieran
mis palabras como un ataque a las creencias íntimas de los demás. Que yo sea
ateo no implica ningún menosprecio del resto de mis congéneres, sólo menosprecio
de dios. Sin embargo esta fe concreta se parece, a mi juicio, demasiado a la
que tienen muchos con el Betis, con el Barça o con Curro Romero. La devoción tiene
muchos puntos en común con la histeria del fan adolescente con el grupo de
moda.
A lo
mejor deberíamos, y así lo hacen muchos sociólogos, entender el fútbol como una
religión al mismo nivel que las establecidas. Tienen sus sacerdotes, sus
templos, sus rituales, sus demonios, sus salmos y un enemigo poderoso que va
haciendo tretas para impedir que, aun siendo los mejores, no acumulen todos los
trofeos cada año.
En el
extremo contrario tenemos las discusiones sobre la falta de fe de los que somos
ateos o agnósticos. Algunos creyentes muy convencidos sospechan de la falta de
fe. No puede ser, dicen, en algún momento de crisis, de debilidad, seguro que
echamos mano de un amuleto, de un rezo, nos acordamos de dios implorando
suerte, clemencia, salud… Crucemos los dedos, porque parece que el lecho de
muerte es el lugar preferido para estas conversiones de última hora. Josele
Santiago, con Los Enemigos, tiene una lapidaria canción sobre este tema: Firmarás, se llamaba, en
la que un sacerdote está esperando en el lecho de muerte a que un pobre diablo
se arrepienta y vuelva al redil.
Como
plan no está mal. Puedes llevar toda una vida disoluta de pecado y vicio
mientras que un momentito antes de cruzar al otro lado te acuerdes del
santísimo y le dediques una sonrisa pícara y un arrepentimiento sincero. Él lo
perdona todo. El problema es que la mayoría de nosotros no sabemos ni el día ni
la hora de nuestro deceso. Se nos puede chafar la estrategia.
El caso
es que, según parece, no podemos dejar de tener fe en paz. Seguro que hay algo
más dentro de nosotros, los ateos, que demuestra un gramito de fe. Y así
parecen quedarse tranquilos, como si la ausencia de confianza en dios de unos
debilitara la de otros.
Uniendo
los dos puntos de este tema, la cuestión de fe es contradictoria. Para los
creyentes debe ser total y absoluta. Para los ateos, basta con una mijita. No
sé, me parece que es una cuestión de nunca estar satisfecho. O te lo crees o no
te lo crees. Cuestión de fe.
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