No me
considero experto en relaciones humanas, más bien al contrario. Normalmente me
siento como un extraterrestre que no llega a comprender bien por qué se
realizan determinados rituales y otros, en cambio, son tachados de
aberraciones. Quizás la ventaja que pueda tener, si es que tengo alguna, es la
del perplejo que se asombra de las cosas más comunes.
Tengo
la impresión de que las frases hechas tienen más verdad de lo que parecen, y
que demuestran una realidad profunda que se instala en nuestro subconsciente y
que se perpetúa mientras que la frase hecha sigue viva. Hoy me inquieta la
búsqueda de la media naranja.
Antes
de empezar, ¿por qué una media naranja? ¿Por qué no medio plátano? ¿O medio
kiwi? Es curiosa la simbología de las frutas. Dicen por ahí que si dejamos la
mente en blanco y nos preguntan por el nombre de una fruta, en un altísimo
porcentaje respondemos que “pera”. Fue una manzana la causante del pecado de
Adán y Eva, aunque se corresponda con el descubrimiento de la moral y tuviera
tantas similitudes con la revolución neolítica y el descubrimiento de la
agricultura y la ganadería. ¿Por qué, entonces, una media naranja? Lo siento,
no acierto a comprender qué tiene que ver encajar como anillo al dedo, como un
puzzle con dos partes de una naranja.
En el
sueño romántico de las medias naranjas cada ser humano tiene como misión buscar
entre sus congéneres la mitad que lo complementa, como en el relato falsamente
atribuido a Platón. En el diálogo del Banquete fue el gran Aristófanes quien habló
de esos seres de dos cabezas y cuatro piernas y brazos que desafiaron a los
dioses y fueron castigados. El caso es que hay una y sólo una media naranja que
nos comprenda y complete. Es algo más que el dicho también popular de que cada
olla tiene su tapadera. Éste incide en que los gustos son compartidos y que lo
que a uno puede disgustarle, a otro puede volverle loco. La media naranja es más potente.
Si nos
preguntan, diremos que el amor puede venir de muchas formas, y que hay
matrimonios que eran para toda la vida y que se rompen. Pero que este no es
nuestro caso, nosotros sí que hemos encontrado nuestra media naranja, estamos
hechos el uno para el otro. Somos reacios a admitir que nuestra vida en pareja
está llena de concesiones y luchas, de ajustes y desencuentros. En secreto
anhelamos la oportunidad de haber encontrado esa persona que nos complementa y
que hace que todo sea completamente fluido. Y a lo mejor es así.
El
amor, así en abstracto, puede ser maravilloso. En los aspectos concretos tiene
multitud de facetas que hace que la vida merezca la pena. Es capaz de
transformarla toda. Dos amantes se miran embelesados y cualquier cosa que uno
diga es tratada como palabra sagrada, como un poema sublime que descifrara el
universo. Y así es, cada centímetro de piel, cada molécula del aire que se
mueve al compás de los andares de la persona amada es el espectáculo más bello
que la Victoria de Samotracia. Es cierto, amar es increíble.
La
convivencia, dirán los cínicos, es otra cosa. Y también el enamoramiento. Es
curioso comprobar, como han hecho muchos sociólogos, que no sólo los usos
amorosos cambian con las sociedades, también cambia el concepto de amor y de
pasión, incluso del erotismo y la pornografía. Los de clase alta se acaban
enamorando de gentes de clase alta, los universitarios de universitarios, el
lumpen del lumpen. Y es amor sincero.
Quizás
esté equivocado, pero a lo mejor la expresión de la media naranja no es la
adecuada, que el amor carnal sea una forma de estar en el mundo, que se aprende
la pasión y se perpetúan las rutinas. Pero, ¿cómo no ilusionarse cuando la
distingues entre la multitud y te da un vuelco el corazón? ¿Cómo no perdonarle
al mundo sus crímenes si entre todos los habitantes de este planeta
superpoblado ha permitido que os encontrarais?
La
teoría de la media naranja también te hace único. Eres la media naranja de
alguien. Es el componente de orgullo narcisista de considerarte deseado, saber
que el universo tiene un hueco reservado para ti. La felicidad en gran parte no
es tanto lo que tienes, sino la sensación de que estás donde debes estar, la
sensación de encajar. Como decía Jonathan Richman, si tú eres mi reina, yo debo
de ser el rey.
Pero el
amor romántico que todo lo puede y todo lo cura puede convertirse en una
trampa. Una trampa mortal, nos advierten. Los asesinatos en el seno de la
pareja se cobran al año un trágico récord. El amor lo perdona todo, confía en
el otro, y es capaz de superar cualquier obstáculo. Esa es la teoría que
permite que seres despreciables puedan aprovecharse y torturar a quienes se
supone que tienen que cuidar.
El
problema, en realidad, cuando nos consideramos la media naranja de alguien, es
que acabemos convirtiéndonos en la materia prima para un exprimidor.
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