domingo, 4 de octubre de 2015

La liberación



La cosa se está poniendo de un gris oscuro que ciertamente asusta. La historia de la humanidad, que ha sido siempre cosa de inconscientes, está tomando una deriva abocada a un callejón sin salida. Los de arriba procuran su beneficio llevando hasta el límite sus posibilidades, independientemente de que eso les lleve a la ruina. Los de abajo pueden golpear a diestro y siniestro sin saber muy bien qué conviene a la larga.
Por poner un ejemplo antiguo, la liberación medieval de los esclavos. Uno se puede preguntar cómo fue posible que se mantuviera una civilización como la del Imperio Romano basándose en la esclavitud de cientos de miles de personas. Y cómo pudieron todos soportar las condiciones, en ocasiones, espantosas, sin rebelarse contra la esclavitud. Y así lo hicieron. Espartaco es mucho más que una película de romanos, llego a poner en jaque a todo el imperio. Fueron derrotados, pero la amenaza de una nueva insurrección, aunque fuera a escala local, se cernía sobre los grandes propietarios. Pero, según Pierre Dockés, no fue tanto el miedo a la violencia de los esclavos en una rebelión como unos sutiles cambios los que motivaron el paso de la esclavitud a la servidumbre.
Para el historiador francés, la caída del Imperio Romano no cambió sustancialmente el modo de trabajo de las grandes fincas romanas, lo que cambió fue la escala. Ya no se podían permitir manadas de cientos de esclavos hacinadas en los establos. Ya no había tantos esclavos y tampoco había fuerza a la que recurrir para reprimir un motín. Los grupos de esclavos resultaron muy poco eficientes, dejadez en el trabajo, pequeños sabotajes, desgana, escaqueo, que diríamos ahora. El dueño no podía apretar más para mejorar su producción, lo que hicieron fue darles una casa, permitir que se establecieran de una manera más independiente a cambio de una gran parte de la cosecha. El hecho de darles autonomía, aunque fuera ínfima, permitió aumentar la exacción del producto de los esclavos “casados” (esto es, que tenían casa). No fue una revuelta social organizada por un partido, fueron pequeños actos de desobediencia generalizada lo que motivó el cambio.
Esta lección la tengo muy presente cuando analizo la sociedad actual. En primer lugar porque el cambio fue muy lento, y no terminó de establecerse hasta el año mil, con sus avances y retrocesos. En segundo lugar porque me hace desconfiar de la inteligencia de las élites para planificar y advierto en la sabiduría espontánea de las personas normales una esperanza de escape. Por mucho que intenten controlar siempre queda un resquicio de desobediencia. Pero, como conclusión, como triste conclusión, llego a que no fue una gracia de los de arriba, de los amos, fue su afán desmedido de rapiñar, lo que les llevó a conceder. Igual que durante el siglo XX. La clase media no es el fruto de una generosidad de los grandes industriales, sino su forma de ganar más dinero, de hacer más efectivo su dominio pero de una forma menos evidente, más suave.
Es fundamental, y lo sabemos, el recurso a la fuerza. Y ahí está la ley mordaza, que prohíbe manifestarse si no es con diez días de antelación. Medida, al parecer, inocente, pero que procura calmar los ánimos momentáneos ante cualquier injusticia. Multar a los organizadores, independientemente de si son responsables o no, o si ha habido desmanes o no. Nadie se atreverá a plantear ningún tipo de reivindicación. Mandar a los responsables político-administrativos a amenazar a cualquiera con medidas y utilizar, como los guardianes de los campos de concentración utilizaban a los prisioneros para controlar a sus iguales….
Todas estas medidas se han tomado esta semana para calmar una serie de protestas de un instituto reclamando un profesor y personal de limpieza: se ha fichado a miembros de la directiva de la asociación de padres y madres, se ha forzado a la directiva del centro a desconvocar las protestas, como si los trabajadores, los padres o los alumnos dependieran de la autorización de un director para protestar si les pareciera conveniente… Y esto es sólo a una escala ínfima.
Pero también hay medidas mucho más sutiles, un machaqueo constante para asumir estas ideas como propias. La idea de trabajar con espíritu de empresa es una broma macabra cuando te contratan dos horas por semana, pero ahí aparece la idea de eficiencia, los coaching, la filosofía de Coelho… todo para que disfrutemos del trabajo como el que disfruta de una violación.
Los medios de comunicación tratan de imponer una visión en la guerra de Siria, sobre los partidos políticos, sobre la independencia de Cataluña… Ellos mismos se encargan de decirnos con qué debemos indignarnos y con qué no. Y si eres víctima del terrorismo y no te indignas con Guillermo Zapata, eres una mala víctima, una traidora. Y de todas formas, lo juzgamos otra vez.
Un mecanismo muy efectivo es crear nuestros propios enemigos. Los musulmanes y los chinos se están convirtiendo en los favoritos en las encuestas. Los unos porque son una especie de asesinos sádicos que pretenden que todos nos convirtamos en siervos de Alá y los otros porque nos están invadiendo.
¿Por qué nos lo creemos? ¿Cómo consiguen que nos sumemos al odio? En primer lugar porque es muy fácil despertar el odio. En segundo lugar, como dice Mercedes Márquez, porque vemos injusto su dominio. Los vemos inferiores, nos han enseñado a verlos menos que nosotros, y por eso es indignante que copen los negocios, se hagan mezquitas o sigan viendo sus propios programas de televisión. Si fueran alemanes o rusos, altos, rubios y ricos ellos, la cosa cambiaría. Si los alemanes van comprando la costa y van imponiendo su idioma en medios de comunicación o negocios, es una oportunidad de emprender. Entonces vamos todos a hacerles la pelota, como hicieron en Bienvenido Mr. Marshall con los americanos.
Con los sirios ha pasado lo mismo. Ellos no son pobretones que huyen del hambre, son personas como nosotros, de clase media, con sus trabajos y sus familias que han tenido que huir de una guerra. No como los subsaharianos, que ni siquiera tienen una calle asfaltada… Seamos solidarios con ellos, con reservas, pero solidarios.
En lugar de comprender que todos estamos en el mismo barco, contra el cambio climático, contra las injusticias de los poderosos, contra la manipulación de nuestros deseos y la frustración de la felicidad, nos enfrentamos unos con otros y atacamos a los enemigos con la misma fuerza con la que nos deberíamos oponer a lo que intentan hacer con nosotros.
Quizás no sea cuestión de una gran revolución, quizás sea cuestión de pequeños pasos, de pequeñas desobediencias intelectuales, o emocionales. El caso es que debemos plantearnos huir del pensamiento único que nos condena a seguir aguantando la tiranía que este sistema económico, social, cultural, emocional nos tiene reservados hasta que, apretando la tuerca, salte por los aires.

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