Esta
semana ha saltado a la palestra el gobierno de Cantabria porque quiere cambiar
el calendario escolar. Pretende que exista un descanso de una semana cada dos
meses de clase. Es una decisión que se toma pensando en el bienestar de los
alumnos y que se ha implantado en varios países europeos. Normalmente me
resisto a entrar en el tema de la educación, no oculto alguna anécdota de
clase, pero me da miedo abrir la caja de Pandora. Llevo más de veinte años de
profesión (¡siempre había querido decir algo así!) y, por supuesto, tengo
muchas ideas sobre lo que está bien y lo que está mal en la educación. Así que
intentaré centrarme en esta propuesta y en las reacciones que se han producido
a su alrededor.
La
medida, en principio me parece sensata. El número de días lectivos se mantiene,
pero se distribuyen de manera regular. Es un latazo estar siempre pendiente del
calendario religioso para que el segundo trimestre dure muchísimo o se haga
demasiado corto. Es preferible contar con los periodos bien estructurados y
todos salimos ganando. No lo digo porque me vaya a afectar como profesional.
Es
posible, sin embargo, que me equivoque y que haya que entrenar a los niños en
periodos más largos, porque así es la vida. En cuestiones de pedagogía pasa un
poco como con los seleccionadores nacionales. Todos tienen una opinión mucho
más eficaz que la oficial.
Lo que
me parece alarmante es la reacción que han transmitido los medios. Todos, sin
excepción, han valorado negativamente la propuesta alegando que sería difícil
la conciliación laboral. Dicho de otro modo, que con vacaciones de una semana
cada dos meses, no sabrían qué hacer con los niños. Se disfraza un poco la
expresión para dotarla de algo de respetabilidad, porque queda muy feo decir
que no pueden hacerse cargo de la prole.
Da
igual que el consejero haya explicado que se vaya a aumentar el número de horas
que los centros van a estar abiertos con comedor para actividades lúdicas. En
esas mini-vacaciones los niños estarán recogidos y alimentados. No hay
problema. Los padres pueden seguir trabajando en los horarios que tengan que no
se verá interrumpido su rendimiento por cuidar de sus hijos.
Este
debate llega cada septiembre a los medios de comunicación. No falta fin del
verano en el que se entrevisten a padres al borde de la desesperación porque no
tienen con quién dejar a los niños hasta que empiece el colegio. Entonces
llegan los super-abuelos que los recogen, los alimentan, los acompañan. Pero
abuelos, los que los tengan disponibles.
Se pide
a las administraciones una solución. ¿No es una manera de pedir ayuda a la
tribu para criar a los niños? Los educamos entre los familiares, padres y
abuelos, el sistema educativo, la televisión y las guarderías pagadas por el
Estado. El mundo laboral está tan exigente que se necesitan hacer malabares
para que los padres y las madres puedan hacer frente a todas las necesidades.
Las
vacaciones de los maestros. Esa es otra. Como si otras profesiones, las que
trabajan por turnos, por ejemplo, no tuvieran muchos y merecidos días libres.
Nunca es tarde para recordar que los profesionales de la enseñanza tenemos las
mismas vacaciones que el resto de los trabajadores con un contrato digno. Pero cobramos
sólo once meses. El resto está prorrateado, cobramos un mes menos que nuestros
equivalentes en la escala de funcionarios. Y no me parece mal, pero que quede
claro.
Lo que
me parece que hay detrás de todo esto no es un debate sobre la idoneidad pedagógica,
sino la necesidad de entender la escuela como un espacio donde dejar a los
niños. Una especie de guardería. Da igual si aprenden o están de juegos, el
caso es que la jornada laboral quede completa.
Y no es
sólo cuestión de la prensa, para la administración educativa es el único
objetivo que tiene en consideración. Las últimas reformas educativas siempre se
justifican por el altísimo nivel de abandono escolar que se da en España. Y
tienen sus razones. Un alumno que deja de estudiar es un parado, y eso es un
problema. Si además lo hacen antes de la edad, es mucho mayor. Mantener dentro
de la red es una prioridad, por eso se promociona automáticamente, por eso se
valora tanto el número de aprobados y no el conocimiento que se transmite, por
eso se inventan las famosas “competencias”, para que se pueda aprobar
matemáticas suspendiendo todos los exámenes de matemáticas.
Y los
padres, muchos padres, hacen el juego. Lo único que le piden al sistema
educativo es que su hijo no dé problemas, que traiga las notas que tenga que
traer. Unos aprobarán por los pelos y otros tendrán un sobresaliente con poco
esfuerzo, el caso es que los padres no tengan que aparecer por el centro. Esta
actitud de “defensa” de los hijos es causa principal de lo que yo llamo “pedagogía
defensiva”. Los profesores tienden a no buscar problemas, por ejemplo,
apuntando rígidamente todas las notas de exámenes, cuadernos, preguntas de
clase… para que nadie puede reclamar defecto de forma. Otras veces buscamos
miles de maneras para que aprueben los alumnos, que parece que tenemos más
interés que los susodichos en que aprendan algo de la asignatura y así poderse
ganar el aprobado. Afortunadamente no todos son as
Los
centros educativos se están convirtiendo, y llevan mucho tiempo haciéndolo, en
almacenes de niños, como las residencias lo son de los ancianos. Un lugar para
que no den batalla.
Por
eso, cuando escucho decir por ahí que en el futuro se acabarán las clases y los
chavales aprenderán desde casa con una conexión a internet, no puedo evitar reírme.
Si lo que buscan de nosotros no es el aprendizaje, sino que les evitemos el
engorro de lidiar con sus hijos. Unos porque no pueden atenderlos, otros porque
ni siquiera quieren hacerlo.
Bien dicho. Llamemos desde hoy a los institutos «jardines de adolescencia».
ResponderEliminarBueno, el nombre es muy bonito, Daniel, pero... yo le veo poco de jardín, la verdad. Aunque, mirándolo bien, decir "jardín de adolescencia" podría ser un incentivo para que todos nos sintiéramos más a gusto en los centros.
ResponderEliminarRealmente acertado, Javier.
¡Un saludo, compañeros! :)