domingo, 12 de febrero de 2017

Vientres de alquiler

Por lo visto se está debatiendo en la opinión pública la posibilidad de legislar sobre la maternidad subrogada, lo que comúnmente se denominan vientres de alquiler. Seguramente es Foucault quien más advirtió sobre el biopoder, es decir, la política sobre los cuerpos. No se trata, como en el poder más vetusto, de que el soberano tenga la vida y la muerte en sus manos: hacer morir o dejar vivir; en las nuevas formas de ejercer el poder, el soberano puede tanto hacer morir como hacer vivir, cargan sobre sus hombros la misión de velar sobre nuestra vida, mejorando nuestras condiciones biológicas o prohibiendo la muerte no autorizada. Cinturones de seguridad, excepciones al aborto, multas por alcoholemia son muestras de cómo el poder se infiltra en lo más íntimo de nuestras vidas. Desde luego no es aquello que decía Escohotado de que “de la piel para adentro, mando yo”.
                Más aún en el caso del cuerpo de la mujer. No podemos negar que se tiene un control más riguroso sobre los cuerpos femeninos que sobre los homólogos masculinos. Se legisla sobre el aborto, que para muchos será cuestión de defender o no la vida de un nuevo ser, pero para otras es sólo su propio cuerpo. Se legisla sobre la prostitución, actividad mayormente femenina. Y da la impresión de que se considera a la mujer como un menor de edad a la que hay que asesorar para que pueda decidir de manera razonable. No es que todos estos casos sean iguales, por supuesto, pero me da la sensación de que si fueran asuntos que atañeran a los cuerpos de los hombres se habría solucionado definitivamente desde hace mucho tiempo.
                En el caso de los vientres de alquiler hay varios aspectos que se entrecruzan. Por un lado, está la política reproductiva. Para muchos, cualquier decisión consciente sobre el embarazo se convierte en reprobable. Sólo dios tiene la potestad de permitir o no la perpetuación de las especies. Es casi un tabú que proscribe el preservativo antes siquiera de saber si va a evitar un embarazo. No se puede ni siquiera plantear.
                Otro prejuicio es que la maternidad subrogada es la única solución para que dos gais puedan tener descendencia genética. Si un sector importante del conservadurismo considera que nunca podrán ser una familia porque solo las parejas heterosexuales cumplen la norma, más aún estarán en contra de esta práctica reproductiva.
                Digo prejuicios porque suponen un obstáculo previo a la deliberación del caso que nos ocupa. Otras consideraciones más específicas tienen que ver con la posibilidad de que transforme a los seres humanos en fabricantes de seres humanos. Y más concretamente, que convierta a los sectores más empobrecidos de la sociedad en productores de bebés, como ya lo son en muchos países de órganos para trasplantes –legalmente o de forma mafiosa–. Es un argumento de peso. No podemos permitir que la miseria de unos los obligue a venderse y vender su cuerpo de una manera indigna.
                En España la donación de esperma y óvulos, que es secreta, contempla la posibilidad de una retribución en calidad de compensación por las molestias y nunca como un pago tan elevado que suponga una tentación para dedicarse “profesionalmente” a estos menesteres. En muchas ocasiones se trata de jóvenes de clase media que, con la compensación, pueden estudiar más desahogadas o darse un capricho. Podríamos contemplar un modelo parecido, si bien, la maternidad subrogada no podría ser secreta.
                Por lo que se ve en los documentales sobre vientres de alquiler estadounidenses, la mayoría de las mujeres que se prestan pertenecen a una clase media más o menos acomodada, sin problemas económicos, porque estos serían contraproducentes en un embarazo. Son personas comprometidas con la comunidad, madres de familia y religiosas (que no católicas) en bastantes ocasiones. Con una buena regulación y unas agencias que velaran por el proceso se podría limitar esa tentación.
                El argumento que pone de relieve que los más pudientes pudieran aprovecharse de la miseria de los demás me parece que habría que enfocarlo de una manera más amplia. Es cierto que es un tema muy delicado y diferente de otros oficios, pero hay que verlo en perspectiva. ¿No es cierto que la miseria es necesaria para el mundo actual? En ocasiones me he referido a los argumentos decimonónicos sobre la utilidad de la pobreza para que sirva de acicate a las clases inferiores. Se parte de la base de que su situación es debida a la pereza y la miseria sería el aguijón para ponerlos en marcha. Neoliberales contrarios a los subsidios y ayudas participan de este imaginario.
                La pauperización de grandes capas de la sociedad, de continentes enteros es imprescindible para la fabricación de productos a muy bajo precio. Endurecer las condiciones laborales es una forma muy efectiva de conseguir motivación para realizar trabajos peligrosos, mal pagados y con poquísima seguridad. Se podría decir que hay una conspiración mundial para empobrecer a la sociedad y que acepte que el Estado del bienestar ha terminado. ¿En qué se diferencia esta presión de la que queremos evitar a las mujeres que alquilen su útero?
                De acuerdo, no es lo mismo. Pero si consiguiéramos erradicar la miseria, si se alcanzara un sueldo digno para cualquier escala laboral, desde el reponedor hasta los profesionales cualificados, eliminaríamos definitivamente la miseria como elemento que fuerza a las personas a realizar trabajos poco dignos, y a las mujeres a vender su cuerpo o alquilar su vientre para que familias con recursos se den el capricho de tener un hijo genético. Así, quien quisiera ser altruista y colaborar en la maternidad subrogada lo haría sin sospechas.
                Lo que no termino de entender, y perdóneseme la frivolidad, es que los católicos estén en contra. A fin de cuentas, si María, la Virgen, fue la madre de dios, tal como le anunció el arcángel, fue la primera madre subrogada.

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