miércoles, 8 de marzo de 2017

Reseña de José Landi: Ya vendrán tiempos peores. Cazador de ratas. Cádiz, 2016



https://imagessl8.casadellibro.com/a/l/t1/88/9788494415388.jpgLa conexión que he sentido con este volumen de artículos va mucho más allá de los temas a los que se acerca y quizás tenga más que ver con la estricta contemporaneidad con el autor, ambos somos cosecha de 1968. Aunque, “además de las comunitarias, todos tenemos grabados escenas particulares y absurdas sobre mínimos acontecimientos cotidianos” (p. 145).

José Landi es un periodista gaditano que ha trabajado en el Periódico de la Bahía de Cádiz, Cádiz Información, El Mundo y La Voz de Cádiz. También ha colaborado en Canal Sur Radio, Radio Cádiz, Onda Cero y Cope. Una serie de importantes premios jalonan su carrera, como el Paco Navarro de la Asociación de la Prensa de Cádiz (en dos años), Premio Andalucía 2008 y el I Premio de Relatos Café de Levante, en el 2014. Este volumen, más que una recopilación de artículos de prensa, se trata de una serie de textos largos, reelaboraciones de recuerdos y de un blog que mantenía. El espíritu generacional es conscientemente buscado y la localización en Cádiz es imprescindible para comprender mucho de lo que trascurre por estas páginas, pero, afortunadamente, traspasa estas fronteras en el tiempo y en el espacio. Comprensible, aunque no se haya vivido en ese Cádiz. Y es lo que más me ha conmovido de las páginas.

“Así que cuando aparece la complicidad entre dos personas que se leen y se escriben, que se comunican en pelota por mucha ropa que lleven, que comparten textos y letras sin conocerse física ni previamente, irrumpe una fuerza sorprendente, de una calidez duradera. Es otro tipo de vínculo amistoso. En ningún caso peor” (p. 154)

Es un retrato crítico del Cádiz de su juventud y puede entenderse, aunque no se conozcan las referencias, aunque se desconozca el idioma secreto de los gaditanos, y sus dialectos, el del carnaval, la playa, el fútbol… Más allá de los tópicos por los que se nos conocen, como le sentenciaba una alemana:

“Por eso tenéis esa fama de alegres, de gente feliz y despreocupada. Si los críos crecen en la playa, jugando con la arena, bañándose y con los amigos mientras los padres les miran, cuadro meses al año, ¡qué se puede esperar…!” (p. 21).

Podrían pasar por artículos costumbristas, pero lo que realmente hay detrás es una reflexión, siempre personal, con un universo denso lleno de referencias literarias, culturales más allá de los propios personajes de la ciudad. Muchas referencias, muchos sobreentendidos, muchas resonancias. La historia personal es un símbolo de una historia, de una generación.

“– Habla por ti, dirá alguno.
Bueno, vale, hablo por mí” (p. 144)

No deja de tener José Landi una mirada de sociólogo, que es capaz de resaltar los cambios en la socialidad en los bares, sobre los estilos de paternidad, calibrándolo con algo de melancolía y de lucidez, sin sumergirse en nostalgias: “Mejor será evitar la beatificación del recuerdo” (p. 92). Aprecia con buen tino la transformación que supuso la aparición de los móviles e internet, la posibilidad de leer correos de otros hablando de uno, conocerse por internet (p. 155). Uno de los cambios esenciales de este nuevo milenio que ha permitido, como dijo Luis Miguel Dominguín después de estar con Ava Gadner, “¡Qué dices feo ni feo, contarlo es lo mejor, es como hacerlo dos veces. Es volver a disfrutarlo!” (p. 150).

Comparte la experiencia de los hijos del baby boom, sin traumas de la infancia. ¿Hasta qué punto es necesario el dolor para madurar?, se pregunta de una generación que parecemos incapaces de mejorar a nuestros padres. A través de su prosa afloran también las contradicciones, cuando se tiene muy claro que lo personal no deja de ser político y lo local es universal, con olas luchas de los astilleros, o la llegada de la heroína, o los pequeños delincuentes, que, igual que pueblan Cádiz, pueden habitar los films de Ken Loach. Echa una mirada descarnada a la educación frente a esos blasones educativos que diría el sociólogo P. Bourdieu, de pijos y carajotes.

“Entre nosotros, entre los progenitores de los chinorris nacidos a principios del XXI, descubrimos que abunda la gente capaz de falsear censos, alterar el domicilio por un tiempo, incluso presentar una solicitud falsa de divorcio con tal de que su hijo fuese a “ese” colegio (llámese por aquí San Felipe Neri, Salesianos, Argantonio, Carmelitas o Las Esclavas…). Por lo visto, en esos centros garantizan la vida (laboral) eterna, el paraíso (social) y la prosperidad de comprador despreocupado a través de la cooperación masónica, casi sectaria. En definitiva: la felicidad, la larga y gorda para los vástagos y progenitores (…). Querían la presunta y aleatoria) mejor formación para sus hijos incluso a costa de mentir y estafar (…). ¿Cómo le van a explicar a sus hijos, cuando tengan dieciséis años, que hicieron todo tipo de fullerías para encontrarles sitio en un centro que les enseñara a no hacerlas, que les inculcara eso de la meritocracia, de conseguir los objetivos con esfuerzo, de ser honestamente mejores que uno mismo, que otros?” (p. 68-69)

Recuerda en algunos momentos a la narrativa de José Manuel Benítez Ariza cuando echa la vista atrás. Desconcierto es uno de los sentimientos que más afloran, no sólo en el artículo que lleva ese nombre (p. 65). La poesía y la crítica están de la mano de la ironía, que es una de las bazas de José Landi: “Ha llamado Freud. Bueno, ha enviado un WhatsApp. Dice que toca matar al padre” (p. 51). Luego vienen esos perdigones, esas frases cortas como ráfagas: “Me gusta. Lo adoro. Te jodes” (p. 23) con retranca y desparpajo. Los diálogos, las reflexiones, como esa voz en off de las películas.

Habla un apasionado, alguien que se entusiasma, como en el fútbol. Se complace en retratar los entreactos, las bambalinas, las pequeñas y grandes miserias. El periodismo, como muchos otros temas, está visto desde dentro, con intención de desacralizarlo, viendo sus miserias y sus pequeñas victorias, sus anécdotas surrealistas, como la de la famosa “Muffi”.

“Entendí bien pronto, y no ha llegado el momento de revisar la conclusión, que el periodismo era una de las mayores estafas de la humanidad. Solo superada por la religión y el poder afrodisíaco de las ostras” (p. 38).

El capítulo sobre el cine vende sueños y nostalgia, “la melancolía de los cuarentones” (p. 143). El arte redime, como el gol de Jorge Alberto González (p. 135). La identificación que consigue conmigo es muy grande, aunque José Landi sea aficionado al fútbol y yo en absoluto. Yo adoro la música y él al revés. La música, como los objetos, nos dice, también, son los recuerdos de las personas: “Un viejo CD recopilatorio puede doler más que una caja de fotos antiguas” (p. 162)

Sospecha Landi que la sociedad nos impone unos compromisos que detestamos: “Será que siempre quisimos estar sin compañía, que el saludo y la convivencia están sobrevalorados” (p. 143), pero yo, a su lectura me tengo que declarar, parodiando un grupo de los 80, José Landi's Fan.

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