Este es el primer libro de Mª
Dolores Galán después de haber participado en diversas revistas literarias y en
publicaciones colectivas. Se pone bajo la atenta mirada de José Mateos
(editor), Javier Salvago y Manuel Altolaguirre en las citas iniciales. Comienza
con una celebración de la palabra, que recoge las ilusiones nunca cumplidas (La danza, Todos los cuentos: “Podrán
cambiar los nombres de los libros, / pero no nuestros sueños) en una revisión
de las mitologías infantiles (Espejo
mágico): “Despertaba con gritos cada día / y salía de casa con mis libros,
/ complejos y amarguras / al lugar donde estaban mis amigos, al cielo del
colegio. / Hoy no tengo en mi casa espejo alguno. / Aunque dentro de mí, / mi
madre se recrea borrando mi sonrisa”.
Es
un libro muy duro de ajuste de cuentas con la vida, con la figura de la madre
como principio de realidad y frustración de los sueños y la persistencia de
estos a pesar de todo: “Y aunque no pueda ser, algunas noches / camino por la
calle / con una estrella dentro del bolsillo / y la luna girando entre los
dedos” (Sueños cumplidos).
Sin
embargo, el hogar era confortable con los hermanos (Un mundo de colores) y la figura de un padre benévolo: “Mi padre
suavizaba mi temor / diciéndome al oído: Tú
nunca tengas miedos, / nadie ha muerto. Los hombres son actores, / y la sangre
que ves, pintura roja /…/ ahora veo cómo mueren en los informativos // No
puedo desviar la mirada a otro lado” (Pintura
roja). Este es, sin duda, una carta de amor al padre, a quien está dedicado
el libro: “Quiero que sepas / que me acuerdo de todos tus consejos: / Si no
tienes motivos para sentirte alegre, / invéntate una historia // En mi cuento
estás tú y yo soy una niña / a la que siempre escuchas con paciencia” (Reflejo).
En la carta se amontonan, cómo
no, recuerdos: María Inmaculada, La partida… A su vez, los papeles se
invierten y se habla desde la maternidad: Preguntas:
“–Aún no sé qué es la vida / pero sé bien que tú / le diste algún sentido /
cuando yo te la daba”. Las relaciones cotidianas entre generaciones, de ser la
hija a ser la madre, de aprender a enseñar: “Me preguntas porqué siempre estoy
triste. /Pero tú nunca estás cuando me siento triste” (Nuestro paseo).
Hay mucho
sufrimiento condensado en la historia que pesa sobre los versos: “Si la muerte
es no ser, yo ya nada tengo / Tantas veces no he sido (Súplica); “Yo sé que hay infierno porque he vivido en él” (Una flor entre las llamas); “Entre mis
manos iba / la vida. Y lo demás / me parecía muerto” (Feria del libro); “Si me regalas algo, solo quiero tu tiempo” (Tu tiempo). Desdoblándose en el Suicida: “Aunque hayas conseguido lo
mejor para ti / sigo viendo colgada tu amargura, / meciéndose en la cuerda,
donde ahogaste tus miedos”. Y con el compromiso social en Bajo las ramas verdes y Ciudad
Juárez.
Una notable
puesta de largo que se beneficia de la sabiduría de quien ha vivido y ha
aprendido las lecciones que una vida, por muy corta que siempre resulte. Un
posicionamiento que pivota entre los recuerdos del pasado, que pesan y
condicionan, pero también forjan y liberan; y el presente que abre las
posibilidades para revivir en carne propia lo que el recuerdo nos trae.
“He destrozado todos mis espejos.
Y sin embargo, pese a las
heridas,
he recogido algunos de sus
trozos.
Quién sabe si en alguno aún encuentre
un poco de verdad” (La búsqueda)
Muy interesante reseña que ofrece la posibilidad de conocer un poco esta obra de María Dolores. Por su especial temática me interesa y mucho, así que tomo debida nota.
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