El llamado procés nos está brindando la oportunidad de constatar la mayoría de
las inconsistencias que tenemos como sociedad. Prefiero hablar de
inconsistencias en lugar de referirme a ellas como cinismo por hacer un
esfuerzo en no alterarme demasiado. Ninguna de las partes puede hacer gala de
coherencia política. No sólo el presidente Sánchez que veía la rebelión donde
ahora sólo ve sedición.
La
diferencia entre los dos delitos es discutible. Así lo han visto algunos jueces
europeos. La violencia es, quizás, el punto clave. Y ahí parece que la cúpula
independentista jugó bien sus cartas procurando que las escenas de violencia
cayeran del bando del Estado. Quizás éstos también estuvieron orgullosos de
hacerlo así. Que no se recurra a la violencia física no significa que sus actos
no deban quedar impunes. Quien desafía a un Estado es consciente de los
recursos que éste puede movilizar, que son muchos y variados.
Sostenían
los independentistas que el acto básico de autodeterminación no se puede
asentar en la legislación del Estado matriz. Supone una nueva fundación. Se
requiere un gran paso en la desobediencia civil. Lo que no parece muy honroso
es querer evitar las sanciones del Estado si la declaración de independencia no
triunfa. Poco decoroso es que seas el principal abanderado y huyas a otro país
para evitar la acción de la justicia. Aunque parece que la estrategia está
dando mejor resultado que si se hubiera quedado.
No
veo tampoco muy coherente declarar la independencia cuando, al menos, la mitad
de la población no te apoya. Aunque este obstáculo se sobrepasa rápidamente
descalificando a esa mitad de la población y excluyéndolas del sujeto político.
En
cuanto a la ciudadanía, para alguien que ve los nacionalismos como algo ajeno y
se siente un poco extranjero en cualquier sitio, sorprende ver la agresividad
con la que se agarran las banderas y la indignación que resulta de su afrenta.
Da igual que sean esteladas o rojigualdas. Si alguien retira lazos amarillos se
convierte en un fascista de manera tan inmediata como quien se suena los mocos
en la bandera de España. Y el caso es que todos invocan la libertad de
expresión para su caso a la vez que alzan el grito como si les arrancaran el
corazón en vivo cuando son los contrarios. Quienes defienden un Estado grande y
quienes un Estado pequeñito, a fin de cuentas, están utilizando los mismos
recursos retóricos y emocionales. No deberían extrañarse.
El
diálogo, palabra fetiche para unos y para otros, sólo consiste en una manera
elegante de decir que el Otro acepte nuestros presupuestos sin chistar. Unos
amenazan con la fiscalía, otros, con la DUI. Se dialogan los presupuestos
siempre que nos otorguen la libre absolución. Eso no es diálogo, eso es chantaje.
Se ha conseguido la paradoja de vender España a la vez que se hace frente común
con el 155. Es la aplicación política del gato de Schrödinger.
Romper España es uno de las acusaciones
estrella del Partido Popular y Ciudadanos hacia el PSOE por aceptar los votos
de los implicados en el “procés”. Yo, que soy historiador a veces, me ha dado
por recordar otra España, la del Sáhara, el Sidi-Ifni o Guinea. Todos esos
territorios eran tan España como Canarias o Cuenca y se abandonaron, en muchos
casos, de una manera vergonzosa, dejando a sus habitantes sin protección contra
los Estados vecinos que quisieron aprovechar para repartírselo, o en manos de
autócratas que siguieran manteniendo los negocios que los patrios quisieran
mantener en el continente africano. Los países no son eternos, cambian las
fronteras, se reagrupan y se transforman. No creo en las esencias de los
países, creo que son paparruchas que sólo sirven para hacer chistes de va un alemán,
un francés y un español.
Solo
se quiere ver las tergiversaciones en la Historia en los libros de texto de los
Países Catalanes. Y realmente las hay. Y muy burdas. Pero no nos vayamos a
creer que somos inmunes cuando damos temas como España en la Edad Media o la
prehistoria de España. Gracias, entre otros vicios, a la enseñanza de la
historia, creamos y creemos en un sujeto inmanente que va sobreviviendo siglo
tras siglo, al que le damos un barniz musulmán.
El
Partido Popular y Ciudadanos puede repetir hasta la saciedad que es un golpe de
Estado, apelando al sentimiento contrario de la población mientras que se niega
a condenar el franquismo, que nació de un golpe de Estado y una guerra civil.
Ni siquiera considerando que la Declaración Unilateral sea un golpe de Estado
frustrado.
Tanto
el PSOE como el PP, estando en el gobierno, ponen la mano en el fuego sobre la
separación de poderes. Los jueces y la fiscalía son independientes. Cuando
pasan a la oposición, todo está clarísimamente orquestado desde Moncloa. Por
eso no es de extrañar que los independentistas asuman que el Presidente del
Gobierno de España dé instrucciones a los jueces para que dicten sentencias
absolutorias.
Inconsistente
es ser presidente de una Comunidad Autónoma y decir a boca llena que no vas a
aceptar otra resolución que la inocencia. ¿Quiere decir que sólo hay que
obedecer a la autoridad pública cuando dicta normas que nos agraden? ¿Cómo
puede ejercer el President su autoridad si sus ciudadanos actuaran con su mismo
criterio?
La
postura de otros actores, como Podemos, es el paradigma de la contradicción. Al
menos es la imagen que ofrecen, por mucho que ellos se vean muy coherentes en
el derecho a la autodeterminación. Plantear un referéndum no suele acabar con
la cuestión nacionalista, porque siempre queda repetirlo hasta que se gane.
Proponerlo para pedir el voto para el “no” tampoco suena coherente con el
Internacionalismo. La postura contraria, es decir, hacer de la negación del
nacionalismo catalán la esencia de un partido, por su parte, lleva a las
inconsistencias en todos los demás asuntos. A veces liberales, a veces
socialdemócratas, a veces nostálgicos, a veces muy modernos…
No
estoy diciendo que todos los actores sean igual de injustos, no va por ahí.
Simplemente pensaba en las inconsistencias de unos y otros.
Lo
único que me parece consistente es el ideal que el Partido Popular y el Partido
Socialista tienen en mente. Me refiero al que George Lakoff, en No pienses en un elefante, describía. El
teórico distinguía a los seguidores del Partido Republicano como asumiendo el
papel de “padre autoritario”. Por eso defienden portar armas y está en contra
de la intromisión del Estado en sus asuntos. El Partido Demócrata debía, pues,
tomar el rol de padre comprensivo y conciliador. El Partido Popular y su
amenaza permanente al 155 se encuentra cómodo en el papel de “padre
autoritario”, aunque sus argumentos para defender un nacionalismo sean los
mismos que tienen los independentistas catalanes. El PSOE intenta parecer un
“padre conciliador”, pero que no se note demasiado, no vayan a pensar que está
vendiendo su presidencia a cambio de perdonar a los “golpistas”.
Apañados
estamos.
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