La gracia de las libertades, y en
especial, de la libertad de expresión consiste en ser tolerante con los que no
opinan como tú, sobre todo, con los que se expresan radicalmente distinto, con
un tono que parezca soez, fuera de lugar, insultante. Lo demás es más bien
hipocresía o tener una banda de aceptación de opiniones ajenas más o menos
amplia. Sin embargo, hay que asumir que la libertad de expresión conlleva el
compromiso de aceptar que a los demás les disgusten tus ideas. Si no aceptas
una crítica, en realidad, no estás defendiendo la libertad de expresión.
La
libertad de expresión se recorta mediante la censura judicial, con cárcel o
multas. Se recorta con amenazas en el trabajo, con presiones para que digas o
dejes de decir. Funciona como resorte de poder, de arriba abajo. En cambio, la
protesta social no posee la capacidad de castigar, de imponer sanciones y sus
presiones no tienen más fuerza que la unión de muchas individualidades. Me
resisto a llamar censura a la manifestación masiva de la crítica hacia algo.
Si
aceptamos acríticamente los discursos o las acciones de las demás, la
consecuencia sería un barullo en el que no tendríamos defensa y se acabarían
imponiendo las decisiones de quienes más griten (metafóricamente). Es decir,
que estaremos a merced de quienes controlen los medios de comunicación. Ya casi
lo estamos.
Dos
casos últimamente están en la palestra de la libertad de expresión y sus
límites. Uno es el enjuiciamiento de Camilo de Ory a cuenta de sus chistes
sobre la muerte de Julen. Otro es el que hay alrededor de Arcadi Espada y sus
declaraciones sobre el síndrome de Down. Ambos están en el punto de mira de la
justicia por delitos de odio. Y parece justificado que se estudien estos casos
porque los que han recibido los comentarios no representan el poder
precisamente.
Como
he repetido en varias ocasiones prefiero una justicia que tolere hasta el grado
más amplio que se pueda. Pero no más. Tolerar significa permitir que el otro
tenga opiniones equivocadas –según el criterio propio, claro está–. Esto no
significa que no esté a favor de la crítica a las posiciones de ambos. Sobre
Camilo de Ory estuve hablando hace poco. Pasemos a reflexionar sobre las
declaraciones de Espada.
Además
de que la fiscalía esté pensando acusarlo de delitos de odio, se ha puesto en
marcha un manifiesto en defensa de la libertad de expresión que han firmado
muchos que detestan las declaraciones del columnista, pero defienden su derecho
a decirlas. Esto también ha provocado un revuelo mediático y la descalificación
de muchos de los firmantes.
Creo
que las declaraciones de Espada son muy graves. Ni siquiera hay que llevar a
las máximas consecuencias, la eugenesia, son graves por la consideración que
asume de las personas con síndrome de Down. Según lo que se deduce de sus
palabras, hay que desincentivar que los padres que conozcan los problemas de su
hijo lleven el embarazo a término. Si deciden tener el niño, que paguen los
gastos que ocasionen. Lo grave es la consideración de que no merezca la pena
tener hijos con síndrome de Down, porque estos no pueden tener una vida digna. Traerlos
al mundo es algo indeseable y el Estado no puede cargar con los gastos que esto
ocasiona.
Con
su propuesta se trata de “castigar” al padre por tener un hijo que necesita
muchas ayudas. Hacerse cargo de sus gastos como una multa –que, por supuesto,
no afectaría a los más pudientes que podrían contratar todos los servicios
necesarios. Habría que recordarle a Arcadi Espada que las ayudas no se reciben porque
el padre las necesite, sino porque las necesita su hijo. Al pasar por alto las
necesidades de los hijos les está arrebatando su humanidad. Aquí no hablamos de
alguien que arruina su vida y con su pan se la coma, es otro el sujeto de las
ayudas y la solidaridad de la sociedad. Ya es bastante preocupante la tendencia
a culpar a los obesos o los adictos a la nicotina y hacerles pagar los
tratamientos. Esta propuesta es aún más canalla.
Es
la identidad de la derecha liberal: “como no es mi culpa, yo no pago”. Los
progresistas pensamos más bien, “como no es culpa del hijo, lo intentamos
solucionar entre todos”. Una concepción totalmente atómica de la sociedad en la
que el egoísmo es la única medida y los seres humanos actuamos dirigidos por el
conductismo, premios y castigos, más allá de la libertad y la dignidad.
No
sé si sus palabras se podrán entender como un delito de odio, no me corresponde
a mí decidirlo, pero ahí queda mi censura moral a un personaje cuya arrogancia
le priva de cualquier empatía con el sufrimiento ajeno. Su libertad de
expresión me importa porque así se conocen cómo piensan estos supuestos “liberales”. Con sus ideas pretenden imponer y reprimir otras maneras de entender la humanidad. Luego se quejan de que no les dejan expresarse. Si debemos respetar su libertad de expresión, ellos deben permitir la nuestra. Y mi libertad de expresión es la crítica.
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