miércoles, 23 de junio de 2021

Reseña de Ana Pérez Cañamares: ‘La senda del cimarrón’. Ya lo dijo Casimiro Parker. 2020

LA SENDA DEL CIMARRÓN, nuevo libro de Ana Pérez Cañamares


“Todo lo hacía mío por miedo al hueco”

Esta nueva entrega de Ana Pérez Cañamares se encomienda con dos citas, la de un partisano antifascista y una de Italo Calvino de Las Ciudades Invisibles y comparte imaginario poético con Maribel Andrés Llamero (La lentitud del liberto, MacLein y Parker, 2018). El poemario está dividido en tres partes siguiendo las tres acepciones del diccionario de María Moliner: 1) animal o planta salvaje o animal que ha huido y se ha asalvajado, 2) esclavo que huía y vivía por el campo y 3) holgazán, dentro del argot marinero.

La dicotomía entre lo doméstico y lo salvaje  domina la primera parte. La poeta parte de la contemplación procurando leer en la naturaleza circundante: “Asomada al futuro como a un pozo /…/ todo es otra manera de decirme”. Uno de los primeros seres con los que se topa es precisamente con su perro, “Recuerda, tú, recuerda: un día fuiste ángel. / Ser perro es ser memoria de ese tiempo”. La relación afectiva entre ambos es un ejemplo muy evidente de esta tensión entre lo salvaje y lo domesticado. Otros seres sobre los que sobreviene la reflexión son los pájaros (“Me enjaularon los pájaros y ahora / se me ha llenado el cielo de palabras /…/ Cómo cuida lo humilde en los milagros / que se camuflan de normalidad”; “Un pájaro aparece por una esquina de la nada. / Quizá por eso vuela, porque la conocen. /…/ Lo intuye el poeta cuando rompe el verso: / sin la nada, no hay cielo que cruzar”), animales más salvajes (“Dentro de mí se esconde una osa: / yo soy su cordillera y ella es mi alma /…/ Pero Dios, en el bosque, solo es rumor: / él pertenece a las ruinas estériles / y entre árboles la utilidad es una cuestión de vital elegancia”) o incluso un árbol (“Crecí al querer elevarme / sobre mi propio horizonte. / Pero por qué elegí ser un árbol / caminar con dolor en las raíces / si puede ser agua y su deriva / río que humilde desemboca”).

“Soy la culpable red de lo que hago.

soy la presa inocente de mis presas.

Soy la luz, el veneno y el temblor”

En un poema aspira a “Lo que sea que me saque de mi monoteísmo”. Y es cierto, advertimos un panteísmo que se encarna en los elementos naturales –incluso objetos–: “Y ahora soy como el perro hecho de trapos / que no distingue sopor de placer / que come de la mano equivocada / y ladra a todo aquel que no comprende”; “cuando dejen de fingir, los narcisos / se enfrentarán al desorden del calendario: / la cortesía ha pasado de moda / y la primavera solo vive en los refranes”. Refiere por su parte a la voluntad de permanencia (“Amamos la inmortalidad más que a la vida”) y de trascendencia en un momento de desencantamiento del mundo (“Ya no hay misterios / ni jeroglíficos ni incógnitas. / Al desierto no le crecen espejismos”). Ana Pérez Cañamares, cargada de lucidez y de realismo, no decae en la inacción, objetivos, aspiraciones, luchas deben seguir en la escritura como en la vida: “Una mujer camina sobre la nieve /… / Escribió poemas de alegría y triunfo. / No vino a atestiguar ningún vacío / y ahora su discurso será elegía / y duda entre el silencio y la palabra / porque habla demasiado tarde / es otra manera de matar la inocencia / es otra forma de hacerse cómplice”.

La segunda parte gira alrededor de la definición de esclavo fugado centra su atención en la realidad de la experiencia de ser mujer: “Y si mujer es la grieta en mi escudo / la cicatriz ensangrentada, los pueblos en llamas / que ilumina la aurora en mis tendones”; “Lo mejor de mí fue una vez bruja /…/ Pero volar es justo y necesario / si en el pecho os dejáis crea un cielo. / Seré ala y mediora para el vértigo”. Es un paso del yo particular al nosotras: “Nosotras que intuimos el patíbulo / a la vuelta de todas las esquinas /…/ Nosotras somos las supervivientes”, aunque no necesariamente utilice el número gramatical para tomar la voz: “Soy el esclavo arrancado a su paisaje”; “No hubo posguerra, solo evoluciona / las mil formas de crear dolor y muerte”. Esta sección recoge una de las facetas más interesantes de la poesía de Ana Pérez Cañamares, la que predominaba en Economía de guerra y no ha dejado de estar presente en el resto de poemarios, una voz que se alza, que denuncia, que señala, que combate: “Quien quiere matar encuentra ayudantes”. Una perspectiva social, una reivindicación de la memoria como pasado común: “Monumento a la ausencia y al silencio / que parecen desastres naturales / pero son atentado a la memoria”;  “Prefiero la memoria a la fantasía / lo posible se oculta a la Historia / o en lo frondoso del bosque común”; “Soy lo que fuimos / sois los que seríamos / somos los que somos / los que todo somos / si llegásemos a ser”. Es importante en esta encrucijada revindicar la palaba no solo como expresión de un yo pensante y sintiente, sino como eslabón de una cadena que ancla al pasado y conecta el nosotras (tanto como el nosotros):  “Las palabras son bajas de una guerra / que perdemos cada día contra el mundo / Que no se deja contar, solo se canta”;  “La soledad se sabe las canciones / de estribillos insistentes que se pegan a tu cerebro como un chicle a un zapato”. La dualidad entre el yo (de la vivencia) y el colectivo (de la experiencia compartida) lo tenemos en un verso: “Vivir una ciudad que solo agota / es como aborrecer el propio cuerpo”. Aquí identificamos la ciudad con el cuerpo de una manera muy explícita.

La cuestión de la articulación cuerpo individual, paisaje social es también una cuestión intergeneracional, el tesoro que pasa de madres a hijas, pero sobre todo, aparece como una incógnita referente a la fe. Las dudas, la sensación de precariedad frente al futuro, a la posibilidad, a la existencia de una continuidad. “Me debato entre la fe sin paracaídas / que me diga que hay un pueblo tras la curva / o rodar cuenta abajo la pendiente / en un vértigo de eras pasando ante mis ojos” dice en un poema, mientras que en otro procura busca un refugio,  “Pero me esfuerzo para tener lista / mi habitación del pánico secreta”. En otras, directamente, se actúa sin enemigo: “Por no tener, no tengo ni dios al que matar”.

La tercera parte se abre con un poema dedicado a la fibromialgia (“Al principio fue el verbo y el dolor”) y en ella se encuentran los poemas más relacionados con el dolor, con el sufrimiento. Sobre ellos, anuncia, “No hablo de tragedias sino de inutilidad”. Porque, a menudo, el poeta, como el místico, ha considerado el dolor como un aprendizaje, lo que le da sentido. Ana Pérez Cañamares lo asume de manera diferente: “El aprendizaje más largo –casi científico– / es no dejar que los ojos se cierren. / Ni al duradero dolor ni a la belleza efímera”. Su punto de partida es el reconocimiento de las condiciones concretas y partir de esa condición, como cuando se ofrece: “Ten mis ojos; están contaminados”. La condición puede ser de radical biológica, pero también lo biológico tiene un correlato social (“Resucitar resuelta extenuante / cuando quien lo hace es solo una mujer. /…/ En una de mis vidas aprendí el secreto: / si eres constante al fingir la alegría / ella te guardará fidelidad”) igual que identitario (“No la desprecies, diría / recuerda que yo fui la Gran Triste”). Una relación, quizás no problemática, pero sí en continuo cuestionamiento, del mundo y de las reacciones ante él: “Si la serenidad de hoy fuera un virus / saldría con mis dientes a la calle”;  “No me conozcas tanto, mejor huéleme”.

Algunos poemas abundan en el tema de la escritura, como oficio, como escape, como esencia: “Es panegírico siempre el poema / como mínimo llora el instante”; “La poesía es mi pancarta / es mi celda y es mi procesión”; “Esta es la gran tragedia del poeta: / el poema es el fósil de la poesía /…/ Aunque luego seamos poeta y lector / de esos desagradecidos que usan paraguas”; “Publicaré un cuaderno en blando /…/ Lo van a leer y me van a desear / igual que quise abrazare y no puedas”. Por último, una vuelta a la condición inicial, a lo más básico (“Vivo apartando las moscas del deseo”), a lo más evidente (“De mi perro soy la niña feliz”), a los recuerdos (“Mi madre enciende el fuego por mi mano / Y las ascuas hacen nido en los pulmones. / El mejor combustible es la nostalgia”), a la rueda cíclica del mundo:

“Las sábanas que tapan a niños

las sábanas que envuelven cadáveres.

Las sábanas que son las alas

con las que Amor levanta vuelo.”

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