El seudónimo, Koroa Batekin, proviene de un poema de Gabriel Aresti. Este es el tercer libro de poemas y cuenta con el prólogo de Joaquín Zapata Pintero. 2014. La carta de la luna (Ediciones Azorín, 2015). En 2016 publicó una antología, Poemas encontrados (Ringo Rango). Al año siguiente Cuaderno de viaje (Ringo Rango, 2017), Posiblemente aire (JMD, 2018) y en este año La alegría de los solitarios (Olé Libros, 2022), estos últimos ya sin seudónimo.
Entre los poemas de Helena Vilella se mezclan referencias de todo tipo, desde Lope de Vega a Bukowski. Hay momentos para la tristeza (“El olvido acomete recuerdos corrompidos”, Rencor); para el amor (“Si no marcas una leve sonrisa / por los versos amante en tus ojos / (por la espera frente a su ventana…/ Si esto no es amor… / ¡que baje Dios y lo vea!”, Sagrada Canción), advertencias (“Asómate a la hondura de su silencio / en perder el móvil reflejo de un rostro no olvidado”, Libradme del silencio) y recuerdos (“De él quedó la irredenta oscuridad de su boca / y unas iniciales tatuadas de humo. / Es canción derrotada en participio pasado / el placer de haberle conocido”, Última promesa). La poesía de carácter amoroso ocupa un lugar importante: “Un polizón tatuó coordenadas en sus retinas /para no perder alguna vez su norte” (Lapso momentáneo de razón); “sabe que ningún crepitar te salvará / de un final despiadado de acero y por la espalda” (Equidistancia).
El volumen está dividido en numerosos apartados, como pequeños libros incorporados. Creando caminos en el desierto es el primero. Son poemas en los que la reflexión personal bascula entre la introspección y la mirada personal al mundo que nos rodea: “¡Cuarenta años!” / Es demasiada muerte cruzando un desierto / imaginando la miel y la leche de una promesa” (Nana absoluta). La decepción amorosa, los sufrimientos del amor han acabado con el momento dulce de la promesa (“El alma gozosa avanza a la belleza de una promesa” (La reina sueña caminos): “Una palabra trabada entre cuerdas vocales / copió cien veces con la punta de su rabia” (Aceptación); “Tiene todo el universo, pero él ya no está” (Letanía inconclusa); “El cálido beso se tornó en hielo de ausencias / y el dedo acusador es inflexible juez que no razona” (No basta decir); “Comprende al instante la mediocridad / de las palabras sin luz” (Entre soledad y otras conquistas); “Cuando llegue la vejez prematura / de los días en que se ama, / madrugará el temor y se alzará de mi lecho” (Sepultura al amor).
Metáforas que somos analiza la función del lenguaje y la escritura en este proceso –y en la vida en general–: “Palabras mojadas de dolor resurgen disidentes / ajusticiando su territorio libertario. / Otras veces tranquilas florecen en perfecta armonía / tras una ventana abierta a la primavera” (De plata sobre negro); “Has creído que el invierno es tan hermoso / como el resto de las estaciones / cuando se mira con el amor a la libertad verdadera” (Y tú te lo preguntas).
La poeta vuelve a confiar y los poemas hablan de la esperanza: “Desplegó las velas a merced de los vientos / favorables de las certidumbres. / Llevando así, a la niña de sus ojos / hacia un horizonte prometedor” (La memoria de las olas); “Te busco sobre las ruinas de mi ayer / y entre los árboles milenarios de un otoño olvidado” (El asombro que me encontró). Y un deseo de sobreponerse y de alzarse frente al amor, al mundo y a la nada: “El aire del sueño me ha raptado /../ He gritado: ‘¡vivo!’. / Ya no quiero desvelarme jamás” (Hacia otros espacios).
MMXV Otoño cubre poemas donde el vaivén del amor y sus desdichas se visten de nostalgia: “Tu mirada, absoluta mañana otoñal / de paseos por jardines plagados / de transparentes álamos inalcanzables” (Eres alegoría); “Te vuelves efigie en un mundo idealizado, / una vehemente maga que sabe volar / más allá del séptimo cielo” (Polifonía de otros días); “Eres pájaro taciturno que llora a escondidas” (Tocado y sin espada); “No encuentro en mi memoria / peores minutos fúnebres / ni en un camino de regreso mayor desolación” (Ubérrima aversión). Acertadamente traslada esos sentimientos para tomar distancia lúcida: “Puede que nada de lo narrado haya sucedido, / y si fueran retazos de un mundo por desear…” (El aire trae magnolias).
Y, con un homenaje a Gabriel Aresti, reivindica la esencia salvaje que todavía pervive en nuestro interior: “Un primitivo ser salió de madrugada /…/ Desnudo, pero victorioso, / ceñía a sus sienes la belleza de su nombre” (Desde otro confín). Noviembre, en cambio se vuelve aún más sombrío: “Anochece en compañía del silencio (Evocación a la muy placentera musa); “Cuando ya no esté / una orquídea brotará entre toda la maleza” (Réquiem); “Vienes de existir… / Conectada a un invisible fuerte como el acero /…/ No hay camino más hermoso que un poema, / amiga mía” (Un firmamento te ofrenda). Y, como en otros momentos del poemario, Helena Vilella se revuelve hacia el deseo: “Tengo ganas de llover sobre la dureza de su piel / y reconstruir milímetro a milímetro / las profundas grietas de su aspecto /…/ Tengo ganas de llover / y mis lágrimas son demasiado saladas / para saciar la sed de esta tierra que agoniza” (Tierra); “Te convertirás en sirena sin maleficio, / mecida por las olas y bañada por el sol” (Rasgas levemente el horizonte)
“Sálvame de este incierto minuto.
Sálvate tú de mí también” (Viaje lunar)
La dialéctica entre la tristeza y la alegría, la decepción y el deseo queda muy clara en algunos poemas: “El llanto subterráneo quiebra la risa. / La razón de su partida es un sinsentido / y tu pena sigue intacta / con la misma intensidad que fue servida / en un plato frío y sin color” (Estalla en el viento). Y, sobre todo en un verso: “Y mañana será otro poema” (Aprendí a besar a la luna). El siguiente capítulo, Indicios, es quizás, más carnal, más apegado a lo sensorial: “Si desnudas el vientre de la noche / me dejo trepar desde la raíz hasta la copa” (Naufragio); “La gracia que te envuelve / es un sudario de poemas, / una elegía que traspasa sin dolor / la oración de una madre, / del soldado la furtiva promesa” (Me lo dijo un poema). Las referencias a los olores, a lo táctil, a la temperatura contribuyen al clima: “Ninguna estación pasa por la vida en vano. / Ni una gota de rocío cae en la flor equivocada” (No existe una noche tan oscura que nos aniquile).
Y si amenaza la pesadumbre (“No es la tarde. / Entristece tanta lentitud en la luz y su silencio. /…/ Asusta la amenaza de matar un divino descanso. / Como todos los domingos de la vida”, Séptimo día), queda constancia de que posee…”un corazón / que aún no se dio por vencido” (Tiene firma), que “Ya no puedo dejar de remar” (Palabra al vuelo). Así, con simplicidad y elegancia:
“Posiblemente aire
sea todo cuanto necesite” (Gratitud)
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