El director de Boria Ediciones vuelve al territorio del relato tras Sin anestesia (Hades, 2014), Bebob Café (Boria, 2016) y la poesía en Carrera con el Diablo (Lastura, 2019). Son historias que cuentan situaciones crueles, a veces extremadamente sangrientas, pero en las que sentimos la malsana comprensión del protagonista. Los referentes más inmediatos que se me vienen a la cabeza son cinematográficos, porque Luis Sánchez Martín tiene esa cualidad de narrativa visual. Dogville, de Lars Von Triers; Funny games, de Michel Haneke; o la patria Magical girl, de Carlos Vermut. Los ambientes en los que el autor coloca a los personajes no son tan diferentes a los que nos rodean, por los que transitamos. Las motivaciones de los personajes tampoco son tan diferentes ni su background tan distinto del que pudiéramos tener cualquiera. Más allá de la precariedad laboral, de la insustancialidad de la vida, de las heridas del pasado, del estrés, la soledad y el sufrimiento, las condiciones objetivas de estos relatos son demasiado comunes como para no sentir un escalofrío. Como el protagonista de Un día de furia, de Joel Schumacher, hay un instante en el que el protagonista –nosotros mismos– decidimos poner “todo en orden”.
–– Voy a escribir, Es lo que siempre he querido. Y ahora voy a hacerlo bien, aquí, en mi hogar (…) Ahora tengo este rincón que me pertenece, me inspira, me relaja y me ayuda a centrarme (…)
–– ¿No estarás insinuando –María palidecía un frío sudor surcaba sus cejas– que vas a dejarlo todo por ese delirio? (…)
La pesadilla que María intuyó desde el principio comenzó a hacerse latente: su empresa se retrasó ene l pago de la nómina y no pudieron hacer frente al recibo de la hipoteca, con el consiguiente recargo; el mes siguiente cubrieron dicho recibo por los pelos, pero hubieron de devolver el del seguro del coche unos días después. Si les entraba algún recibo de electricidad antes de fin de mes lo iban a tener muy difícil para comer (aunque la realidad era que Mateo apenas probaba bocado). María estaba de más de dos meses y Mateo aún no sabía nada (Páginas en blanco)
La sensación de no ser los protagonistas de nuestra propia historia, sino sentirnos manejados como marionetas del destino y, sobre todo, de la voluntad ajena de otros, que se aprovechan y nos exprimen, es quizás la condición de ser adulto. Y, a lo mejor, tras muchísimos años de costumbre y habituación, o tras muchísimos años de psicoanálisis, sobrellevemos esta ira y esta frustración sin volcarlas hacia dentro de manera autodestructiva –y a la vez creativa, como Bukowski, ese referente habitual para referirse a Luis Sánchez Martín–, y sin esparcirla hacia afuera como muchos protagonistas de estos relatos. La venganza es una manera creativa y cruel de meterle prisa al karma. Pero hay más, hay una denuncia de la situación socioeconómica, de las condiciones materiales de la violencia de género, de las miserias concretas de la lucha de clases. No tenemos que ver una complacencia estética en la belleza al estilo de Tarantino, hay gran dosis de crítica social, como podía leerse en las películas de Sam Peckinpah tras el aura poética de sus matanzas. Edgar Cabanas nos ha puesto en guardia frente a la literatura de autoayuda y el pensamiento positivo de la felicidad, Ramón Nogueras, psicólogo, nos advierte de que las soluciones no vienen de un cambio de mentalidad, sino de la lucha sindical. Luis Sánchez Martín reivindica la ira como respuesta frente al mundo Mr. Wonderful.
Todas las historias tienen algo de realidad concreta, algo de ficción para asegurar la coherencia, pero sobre todo una constancia de que podría habernos pasado a nosotros o a nuestros vecinos, como en el caso de Siempre a tu lado, donde se relata de manera fidedigna un caso de maltrato psicológico, de gran dureza y sufrimiento. Hay historias de rebeldía adolescente (Doscientas cincuenta pesetas); pesadillas donde todo se enreda y la atmósfera es asfixiante (El graznido), momentos más fantásticos (Páginas en blanco o El del gato). Hay momentos de intriga y de humor que resaltan el sinsentido de la vida, lo que hace más insoportable que haya quienes se empeñen en hacer la vida aún más dura para los demás.
Luis Sánchez Martín es un escritor y activista, y activista como escritor. Pero no es un panfletario en modo alguno, son relatos y como tales, literatura, esencialmente literatura. La ficción es un método, eso sí, para denunciar no solo las situaciones de injusticia, también las maneras en las que las personas corrientes pueden enfrentarse a ellas. El contenido es de combate y la forma se pone al servicio de una literatura de combate social, poniendo de relieve que no se subordina la forma a una consigna, sino que es la selección de historias como ejemplo de lo que pasa en la calle la fuerza de su activismo. La incomodidad que transmite es parte del mensaje.
Todos los relatos son duros, pero lo es especialmente el último, en el que el personaje principal, Gregorio, que no tiene nada que perder, emprende una cruzada para deshacer muchas de las injusticias con las que se ha ido topando. Una serie de venganzas relatadas con su tiempo, sin tanta parsimonia como American Psycho, de Bret Easton Ellis, pero con la misma contundencia. Y lo peor es que, además de dejarnos un mal cuerpo, sentimos la total empatía con Gregorio. Quizás sea porque cuenta con el nervio narrativo de quien ha bajado a los infiernos y conoce de primera fila el espectáculo, de los que están siempre abajo. Sin victimismos, reivindicando la ira y la acción. Realismo sucio porque la vida es sucia y nos impone el realismo.
No sé qué clase de problema pudo hacer huir de la ciudad al hombre que hizo a un policía venir a mi casa a pedir disculpas por una sanción improcedente; aquel cuyo nombre me hizo andar como Pedro por su casa tras los muros de una prisión; el único hombre al que el Lagarto fiaba su mercancía y que cuando salí de cumplir su pena dejó el alquiler del local de mi negocio pagado durante seis meses; seis meses en los que no me faltó trabajo; trabajo que siempre cobré al contado, los clientes tenían el dinero preparado mucho antes de que les pasara la factura. (…)
¿Qué cojones habría pasado? ¿Lo sabré algún día? (En doble fila)
No hay comentarios:
Publicar un comentario