jueves, 27 de abril de 2023

Reseña de Alicia Párraga: ‘Lengua madre’. Ediciones en Huida, 2022.

5 POEMAS de LENGUA MADRE por ALICIA PÁRRAGA – Blogs de Culturamas


Si en Kairós (Boria, 2020), Alicia Párraga se detenía ante los distintos ritmos en el paso del tiempo, ahora presta atención a la simultaneidad de los acontecimientos vitales extremos pero inevitables, la vida y la muerte: “Nacer: rayo / Vivir: relámpago / Morir: trueno” (Fenómenos cotidianos). Lo que plantea es la separación y asimilación de estas realidades, “Intento buscar sitio en mi cabeza / para tantas preguntas estériles / que me piden a gritos la vez” (9999). Una felicidad por mucha responsabilidad que incluya y un sufrimiento básico: “Dolores que / –a fin de cuentas– recuerdan que, incluso, / las cuatro extremidades de un inocente folio / son afiladas” (9 semanas).

La experiencia de la maternidad ha sido pintada como un destino inexorable para la mujer, un cuento de hadas idílico donde el amor lo puede todo y el dolor se olvida, donde lo importante está fuera del ego de la madre, que se desvive y que obvia todo lo que hay alrededor. Sin embargo, esto no son sino unas cadenas como cuando “mientras la matrona sigue / ejerciendo su férrea dictadura / mi memoria invoca la última vez / que hice cinco comidas al día, / y solo entonces mi madre regresa a la verja de la escuela / con el trozo de bizcocho que / olvidé en la encimera” (Dietas) o “El metal de las grapas que zurcen / el vientre del que te han desahuciado / es tan frío como el quirófano / en el que tuvimos nuestra primera cita” (1ª cita); “No hubo cena. / Tampoco uvas ni brindis. / Solo goteros, anestesia y aturdimiento” (Nochevieja). Son palabras certeras, dolientes, expresivas como sólo en un poema se puede.

La mirada de Alicia Párraga incluye la trascendencia (“Observo el momento exacto / en el que se deshace el abrazo / entre la última hoja y la rama desnuda”, Estado de alarma), pero también y la ironía: “Mi hija y yo somos hoy protagonistas / del documental de La 2 / que se puede observar / antes de que la siesta gane la partida” (Siestas). La poeta se encarna en una nueva personalidad, la de madre abnegada: “Ya no esbozo intentar de poema / ahora compro pañales / vocalizo de manera teatral / palabras sencillas / –papá, mamá, agua, pan– / sano heridas / con el agua bendita / que fabrica mi boca agnóstica” (Persona, animal, cosa). Precisamente esta triada describe el ejercicio de memorización que se sugiere a los enfermos de Alzheimer como gimnasia y también como testigo de la fortaleza o el deterioro.

La tragedia es la otra cara del envés. Clama la autora: “¿Por qué embriagas mi calma con tu olor a muerte?” (Deja vu). Y descubrimos cómo se solapan los sucesos vitales: “La mujer que me inculcó / la limpieza absoluta / para cruzar las puertas de la vida y la muerte / se moría, / y yo cumplí sus recados / hasta que la máquina de coser / se quedó sin hijo” (Síndrome del nido). El dolor se solapa también y confiesa que “No fue fácil el trago, / pero quien se alimentó / de hambre murió tranquila / porque su cocina / seguía oliendo a comida” (Paz). Los siguientes poemas insisten en esta ausencia radical: “Si el frío es la firma de la muerte / en las yemas de mis dedos / reposa su funesta tinta” (Puerta entornada); “Diez días de su muerte / y la penumbra sigue en el cuarto” (La inmovilidad no tiene ropero).

Alicia Párraga sabe de las tradiciones literarias y de cómo a nuestras espaldas están las generaciones anteriores, las propias y las de toda la humanidad: “Quisiera llamarse Pandora / romper las tinajas / que guardan tus dones / y arropar con ellas / la soledad de un cabezal / huérfano de somier articulado / y de colchón antiescamas” (Ubi sunt?). Buscando refugio, la voz poética se trasmuta: “Yo, que cierro mis ojos / ante brillo de cualquier alhaja, / apuesto las ruinas que me sostienen / por cegarme con tu luz” (Abril).  Y la razón es que las generaciones seguirán la cadena: “Cuando el espectáculo acaba, / mis lágrimas limpian los restos / del tinte de sangre y vermir / que ensucia el pelo de mi hija” (Estratos). Sentencia Alicia Párraga: “La noche exige lucidez, / la factura llega a cualquier madre” (Factura).

La dualidad de la bisagra entre ser hija que pierde y madre que gana implica la angustia, el sufrimiento, las dudas y el amor: “La culpa es uno de ellos, / y vive salvaje en el laberinto / que construyen las yemas de mis dedos” (Las hijas de Ícaro). Ícaro, en este caso, recubre la piel de su pareja.

El recuerdo, la memoria es el mecanismo que nos identifica y nos mantiene encadenados a los que ya no están: “Quisiera guardar el timbre de tu voz / en el hueco que, cada noche, / dejar libre mis pendientes” (Quisiera); “Te alimentan mis ausencias. / Las palabras que te digo en su nombre. / Los besos que lacran tus pies / con mi saliva que es la suya. / Porque donde hoy hay huecos / ayer hubo carne y una lengua propia” (Emmental).

“Dices que lo que no se nombra

no existe.

Sin embargo, tú existes

aunque se ahoguen en mi garganta

las tres sílabas a las que siempre respondes” (Existencia)

El cierre de ese intenso poemario  pasa por asumir el estoicismo y la resignación: “Nadie puede guiar el devenir de esas huellas. / Confórmate con tender tus brazos / y ser sostén cuando sea preciso” (Pasos). Seguir acostumbrándonos a lo más esencial, a lo que permanece, porque “A la vida y a la muerte / se llega desnudo / y con barro en los pulmones” (Prohibido olvidar). Un ejercicio de esperanza agridulce y una fortaleza lírica que corona un rosario de emociones tan difíciles de contener entre las sílabas de un verso.

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