sábado, 22 de abril de 2023

Reseña de Laura Fjäder: ‘Los insectos perfectos’. Torremozas, 2019

Los insectos perfectos : Fjäder, Laura: Amazon.es: Libros


Laura Fjäder desarrolla el proyecto feminista Musas Disidentes que, desde la poética, el feminismo, las artes visuales y escénicas, busca generar discursos artísticos no-normativos. Es colaboradora habitual en publicaciones de actualidad, radio y revistas culturales. Desde 2017 forma parte de Local, iniciativa crítica cultural de la asociación Laboca. Coordina Leemos Autoras y la cita anual de poesía feminista Lóbulo y Sentido. Escritora y trabajadora social, su escritura es una prolongación de su compromiso, especialmente con el feminismo: “El espaciohueco es cuestión de márgenes, de mujeres, y éstas, atravesadas. /…/ A veces, en las márgenes, las mujeres atravesadas se encuentran solo un momento. // Y continúan” (Cáscara). El título proviene de un manual de zoología leído en la niñez que denominaba a los grillos con trompa eran los “insectos perfectos”. Con una variedad formal y libérrima, Laura Fjäder, aborda este leitmotiv como eje temático y metafórico: “La mujer se acercó al animal apático, acarició sus orejas de bestia domesticada. Entonces el asno sacudió la cabeza como queriendo espantar toda aquella humanidad que se le había posado de repente en la testuz” (La indulgente).

La primera parte describe los llamados Lugares anfibios: “No sabes nada del olor de la tormenta / nosotras sí. // Las lombrices y los ciervos voladores, / las pequeñas y antiguas criaturas, / nosotras, / sí.” Una conexión con la naturaleza más esencial. Los verbos hacen referencia a esa esencia biológica y casi cruel: “Hundir las manos para arrancarse el huevo: // adueñarse de lo posible”. Los paisajes liminares están entre la crueldad y el cuidado: “Cree firmemente que el agua lavará las manchas y busca un arroyo. /…/ Entretanto, esas aguas le comen las manos y descubre blanca ósea manifiesta /…/ Así en tu mesa el olor a algas, a escamas de pez antiguo”; “Se le ocurre entonces que quizás lamer con cuidado la superficie húmeda y salobre de las rocas le ayude a distraer el hambre. Pero el oleaje es fuerte. La arrastra”. Los pequeños animales que habitan estos paisajes comulgan con la existencia humana: “Quien recuerda ahora la proeza de gusanos y medusas”; “Que ninguna extremidad alcance la marca. / Que no levante cresta la ola. / Que la carne dispersa vuelva a su sitio”.

Por un lado se glosa el abrigo frente a la intemperie (“En rigor, nadie podría haber construido refugio bajo esta lluvia. Nadie. / Sin embargo, te mortifica pensar que para ti también ha sido imposible y tiemblas bajo el aguacero”), la voluntad de construir este santuario (“Tuvieron todo / menos el miedo”) y por otro se recupera la ausencia de imposiciones normativas, glorificando las disidencias: “Las que habitaron el agua exhiben profundas diferencias. / Han pasado su existencia en los límites de los mares. / Ninguna ha sido escrita”.

Los insectos son un ejemplo de lo imperceptible, como metáfora de la invisibilización de las mujeres. La segunda parte se titula apropiadamente, Hábitos crepusculares, relacionados tanto con los modos de vida de los insectos como los espacios de cobijo y trabajo de reproducción propios del estamento femenino: “Animalflor. / De semillas ocultas germino”. Son, en este caso, espacios a la intemperie para los que difícilmente hay cobijo: “Podría acoger al sueño si viniera. / Si, / lo acogería dulcemente”; “Tosca, masa desnuda casi informe, aterradora. Toda ella dispuesta para el fracaso. /…/ A veces sus hijas corretean entre hojarasca sujetas al ombligo materno por finísimos hilos. Así saben cómo volver al fabuloso abdomen del que se alimentan”.

La necesidad de compartir espacios y tareas se afronta desde la metáfora en la escritura poética de Laura Fjäder: “El gato ha engullido con deleite la melena de la mujer dormida. / El gato blanco ahora sobre una bandeja de horno. /…/ Así fue el sueño”. O más directamente: “Algunos hombres santificados salieron en defensa del murmullo. / El murmullo era oblicuo, crujiente era un querer ser chillido sin serlo. // Ellas resistieron la embestida, / untada de aceite, / las alas negras pegadas al cuerpo”.

Otro de los temas que subrayan la tarea de los insectos es la posibilidad de que un esfuerzo mínimo, repetido tenazmente es capaz de vaciar un tronco o un océano: “Aún sentada en el suelo, mido el océano con una pequeña cuchara. /…/ Entierro la cuchara bajo brotes de helecho, cerca de mi asiento. // No he dejado seña. // Será para quien la encuentre, / será mi herencia”. En contraposición a la solidez decimonónica del sujeto, se reivindica la transformación: “Y en el balanceo de la cuerda, ser, / a la vez, // agua / tierra / pálido reflejo”; “De sus cuerpos tiernos se ha dicho que pueden tomar apariencia nebulosa / como de vapor fosforescente, / que pueden aspirarse o ser ingeridos // suavemente”; “Traicionaré todo para lo que fui pensada”. La significación plural de la propia identidad: “Veréis: // estoy llena de tierra. // Garganta / Estómago // Intestino // Ilenos”.

Este es un libro combativo (“Y nuestros gritos de terror / se oirán en cocinas, jardines y desierto. / Y el hambre no será nunca comparable / a tal estropicio de belleza”), lleno de furia y de urgencia: “Esperas que el sol respete los límites. Esperar por tanto en vano. // El cuerpo apremia, exige envoltura líquida: húndete /…/ y en qué momento me diré es hora ya de sacudir las algas secas de la espalda, / vete / y vístete”. Pero sobre todo es un libro de esperanza:

“De lo profundo respiro”

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