Nadie dijo nunca que el tono confesional en un poema debiera ser lastimero, igual que no tenga que caer en la ñoñería lo que pretende ser un desgarro, pero tampoco es habitual usar un tono de desvergüenza y provocación en los poemarios de amores perdidos y tristeza. No solo Bukowski y sus émulos están autorizados a usar el estilo áspero. Ya teníamos a Ballerina Vargas Tinajero (María Hidalgo) o a Eva Vaz y ahora sumamos a Alexandra Peraza Marchese.
Nacida en Tenerife (1991), trabaja como profesora de secundaria y se define como “Tauro, adora las charlas interminables con sus amigos, bailar reguetón y drum, los días de playa y el vino tinto y el café a partes iguales”. El título puede ser un homenaje a Las babas del diablo, el relato Cortázar que inspiró Blow up de Antonioni. Este poemario es una muestra elocuente de la hibridación entre la poesía y la música. Cada poema se titula como una canción que define el mood sentimental. En la playlist se combinan todo tipo de canciones y autores: Rosalía, Sabina, Extremoduro, Kase.O, De Pedro, Ozuna, Bad Bunny, Chris Brown… El pasado y sobre todo el presente de quienes disfrutan la música con el cuerpo.
La primera sección está dedicada a N, mi amor sabinero. Son poemas de amor perdido: “Si yo hubiera sabido / que me ibas a doler / en el alma, / que me harías pernoctar entre tantas camas / y que, después de ti, nada volvería a ser igual” (Love). Alexandra Peraza va exponiendo de manera casi impúdica los sentimientos contradictorios de este desengaño. Así confiesa que “No tengo una dignidad de esas de / feme fatal sofisticada” (Como el sol 2011), y luego que “Estoy triste y estoy cachonda, / lloro por todos lados /…/. Riégame la boca / con palabras de esperanza, / méteme los dedos / en las heridas / muérdeme la carne / donde está más viva” (Segundo movimiento: lo de fuera). En su poesía hay mucho de sexo descarnado: “Rescatada, encantada, soy tu puta / de guarda. La que anda persiguiendo / tus sueños húmedos” (Veneno); “Pornhub es mi pastor, soy yo ganado. / Los besos son tanques de mi batalla, / unas bragas en llamas mi estandarte, / tetas al aire sin cota de mallas” (Dream days). Pero, sobre todo, hay en las entrañas un deseo y una pasión con ánimos cambiantes: “Corazón becario, amor precario /…/ Mi deseo se pavonea al final del verso, / esperando abierto a ser besado” (Otra cama). Tampoco tiene ninguna compasión contra ella misma: “Confieso, in media res, que soy cabra loca” (Afterglow); “Soy un remake de bajo presupuesto” (Pienso en tu mirá).
La segunda parte funciona como una especie de interludio y es un homenaje a Nacha Pop, Lucha de gigantes. Se reconoce una voz poética muy consistente, que no duda en aprovechar la sorpresa de utilizar un lenguaje casi obsceno: “Este miércoles sabe mucho a domingo, / a semen seco, cerveza y nostalgia; / las paredes pesan y me fuma el hastío. // Esta vez, cielito mío, estoy centrada” (Journée de merde). No hay mejor resumen que confesar que “Leo a Kundera, escucho a Robe” (La corriente). Esa es una de las claves del estilo, la mezcla de la cultura más convencional con el desgarro lírico de Extremoduro.
A, mi alumno aventajado es la última sección. Los momentos de diálogos con sí misma con las quejas a ese Él: “A ver cómo te explico. / En mi cabeza hay otra cabeza, dando cabezazos. / Mi versión beta está corrupta. /…/ Ya no quiero guerras ni bailar con fantasmas, / quiero que temas mi ausencia, / que te pongas triste y cachondo / leyendo esta mierda” (Mixed emotions); “Confieso, / no tengo la garganta más profunda que el alma, / me daban arcadas su polla gorda y sus dramas” (El sueño). La poeta reelabora la rabia y el resentimiento en beneficio del poema: “Pero era también un recuerdo edulcorado / que me hace escribir más y mejor” (La jodiste); “Me paso la poesía por las bragas / y, agazapada, relamo los pomos de tus puertas. / En mis sueños más oscuros, me abres / los cerrojos y las piernas, derrumbas / mis cimentadas penas y, embriagada, / cierro los ojos, aprieto un botón / y me duermo en la cama” (Under the influence).
Este es un amor que se resiste a desaparecer, el vínculo tóxico resurge y se sumerge: “Tengo dos certezas: mañana abriré ocho veces / tu chat y, por suerte, no estoy embarazada. Siempre te escribo / cuando empiezo a sangrar” (Enseñar a bailar). Alternan los momentos de hundimiento con aquellos en los que parece alzarse, pero no: “Las cosas que hacemos en nombre del amor / son francamente vergonzosas /…/ Un plan perfecto, sin fisuras, / salvo / que no estabas” (Hey mor). Como admite en el último poema, no hay solución posible: “Malas noticias: el doctor me dijo que moriría / de amor” (Vértigo).
Publicado en Diario de Avisos: El perseguidor. 18, junio 2023
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