La madrileña Carmen Palomo Pinel ejerce de profesora de Derecho Romano. Ha publicado, encadenando premios, Glosas al fuego (Hebel, 2016, I Premio Internacional de Poesía «Francisco de Aldana»); Un silencio habitado (Diputación de Salamanca, 2021, accésit del VIII Premio Internacional de «Poesía Pilar Fernández Labrador»), DIDO (Universidad Popular José Hierro, 2021, XXXII Premio Nacional de poesía José Hierro), Madre de cenizas (Gravitaciones, 2022, I Premio de poesía «Gravitaciones»), En tu espalda el desierto, (Diputación de Soria, 2023, XLI Premio Leonor de Poesía) y Ser mirada (Pre-Textos, 2024), Premio Ciutat de València - Juan Gil-Albert. Las costuras del hambre fue su segundo poemario y consiguió el II Premio Esdrújula de Poesía.
Carmen Palomo Pinel nos ofrece un viaje lírico por las grietas de la existencia humana, una obra que destila una mezcla de hambre, dolor y búsqueda de sentido. Su poesía es un ejercicio de introspección y denuncia, un tejido de imágenes que desafían la pasividad del lector. Desde los primeros versos, se establece un tono que oscila entre lo cotidiano y lo trascendental: “Mi hijo más pequeño no comprende la muerte. /…/ Pienso en lo que significa adiós / y en lo que significa para siempre” (I). Este inicio íntimo y desgarrador sirve de umbral para una obra que interroga constantemente la fragilidad de la vida y la inevitabilidad de la pérdida. La poeta no se conforma con registrar el dolor; lo disecciona, lo amplifica y lo transforma en un canto universal: “El tiempo es la rama / pájaro / que tri tri que tri trina” (II) parecen balbuceos para, inmediatamente después situarnos en la filosofía: “Cuando las rocas tapan la entrada a la caverna / devoraremos los restos de Platón / lisérgico letargo de la des-es-cultura desteñida” (III); “Qué puedo esperar, maldito Kant, qué podemos todos /…/ Estamos hiperconectados / 4G 5G / pero nos sigue destrozando / la incomunicación de los muertos” (XXXI).
Uno de los ejes centrales es la vida emocional, incluido el sufrimiento (“Como si el dolor no tuviera grandes ojos anime. / Como si el dolor fuera tan solo una casualidad”, V); “Tuve tristeza. Tuve también amor. /…/ Hoy elijo vivir de otra manera / palpar en el abrazo la pérdida / abrazar en el hijo tu vida ya quebrada” (VII). El otro eje es el hambre, que se convierte en una metáfora omnipresente que trasciende lo físico para adentrarse en el ámbito emocional, existencial y cultural. En el poema XII, la autora escribe: “Tengo hambre. / Hambre de todo. Hambre del hombre. / Hambre de mi estómago. /…/ Querría que hoy alguien me pidiera mi hambre y poder estrellarla”. Este fragmento encapsula la voracidad de una humanidad que busca sentido en un mundo cada vez más desconectado. Palomo Pinel utiliza el hambre como símbolo de carencias múltiples: amor, comprensión, justicia.
La obra está impregnada de una tensión constante entre el sufrimiento y la belleza. En el poema XIV, Palomo Pinel reflexiona: “¿Has descubierto acaso la dulzura terrible / que a veces se degusta al fracasar, / cuando el dolor se curva y un abanico muestra / las cien declinaciones de la noche”, XIV Aproximación al miedo. Aquí, el fracaso y el dolor no son meramente experiencias negativas; son también catalizadores de comprensión y transformación. Este contraste alcanza su clímax en el poema XXX: “Descálzate antes de entrar en el dolor humano”. La poeta nos invita a un respeto reverencial hacia el sufrimiento ajeno, sugiriendo que solo desde la humildad es posible comprender la magnitud de la experiencia humana. Con una intención claramente incardinada en la sucesión de generaciones, como una obligación de no apropiación: “Y el mundo que tomáis con vuestros ojos únicos / y devolvédselo al mundo: / tan solo os fue prestado. / Retornad con largueza y será todo vuestro. / Seréis reyes y dueños, mas no ahora” (XV, Hijos). Aborda una poética de la fisura y lo incompleto: “Vale cada palabra pronunciado / lo que miden sus grietas” (XVII).
Propone que la dialéctica entre los contrarios se base en el amor: “Porque al final de todo / solo importa que estemos / y nos reconozcamos” (XX); “Oponte a tu camino / como el amor se opone a las mareas” (XXI). Es la única manera de oponerse a la muerte: “No porque a la muerte venza / en fuerte el amor como la muerte / sino porque te hace morir” (XXIV); “Dame solo un segundo con los hombres: / me bastará para fundar una ciudad de árboles pontífices / entre el barro y el cielo” (XXVI). Y es que el amor es otro de los grandes temas del libro, abordado desde una perspectiva que rechaza el sentimentalismo para abrazar la complejidad. En el poema XXVIII, leemos: “La belleza precisa de fronteras, / el amor se demora en los contornos / precisos del amado”. Este enfoque resalta la paradoja de que el amor, en su necesidad de límites, también crea una apertura hacia lo infinito.
Considerando el sufrimiento como uno de los pilares de la existencia, Palomo Pinel lo aborda desde la compasión: “Descálzate antes de entrar en el dolor humano / en el palacio hueco del hombre / sin vísceras” (XXX); “Y sigo pensando que Dios es un infinito de madres” (XXXII, De cuando no cambia nada nada nada [o casi nada]). Palomo Pinel no se limita a explorar los abismos individuales; también extiende su mirada crítica hacia la sociedad contemporánea. En el poema XXXI, escribe, decíamos: “Estamos hiperconectados / 4G 5G / pero nos sigue destrozando / la incomunicación de los muertos”. Señala la ironía de una era tecnológica que, pese a sus avances, no logra mitigar las distancias esenciales entre los seres humanos. La poeta denuncia una desconexión que no es solo interpersonal, sino también espiritual: “Aférrate. Atesora / las cosas más preciadas: / ni todas juntas lograrán salvarte, / pero ellas te hablarán de lo que salva / con la lengua salvaje del silencio” (XXXVII).
A lo largo del poemario, el lenguaje emerge como redención, un protagonista en sí mismo. Palomo Pinel reflexiona sobre su poder y sus limitaciones: “busco entender / y busco no entender / La vida es todos los tropos / porque decir es decir siempre de menos / y decir es decir siempre / de más” (XXXIII). Esta conciencia metapoética atraviesa toda la obra, subrayando la imposibilidad de capturar plenamente la experiencia humana en palabras, pero también celebrando el intento de hacerlo: “Lo escrito no es rastrojo para la comprensión” (XLI); “Y cómo ser / tanto en tan poco, cómo andar / a paso breve / entre las zarzas del lenguaje” (XLII). No pretende ofrecer respuestas definitivas, sino una invitación a la resistencia y la creación: “Y cuando venga –porque al final vendrán– / tus pesadillas, hazte digno de ellas” (XXXIV). Aquí, la poeta nos deja con un llamado a enfrentar la vida con valentía, a abrazar las sombras como parte integral de la luz.
Las costuras del hambre es una obra que exige ser leída con atención y paciencia. Su riqueza radica en su capacidad para entrelazar lo personal y lo universal, lo íntimo y lo político, lo concreto y lo abstracto. Carmen Palomo Pinel ha tejido un poemario que no solo habla de hambre, sino que también sacia, aunque sea momentáneamente, el deseo de comprender lo incomprensible. Su poesía, a la vez dura y luminosa, nos recuerda que en las grietas de la existencia también puede florecer la belleza.
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