domingo, 10 de junio de 2018

La personalidad de las máquinas


La invención de las máquinas es para el hombre algo tan extraordinario que no es de extrañar que se le tenga una reverencia religiosa. Las primeras tecnologías parecían estar en el nivel humano, como prolongaciones muy básicas de las capacidades humanas. Esta idea es de Marshall McLuhan, quien también vio en los ordenadores una prolongación del cerebro humano. Sócrates advirtió de los peligros de la escritura por mucho que Platón se tomara la molestia de transcribir sus diálogos de forma tan favorable al maestro. La relación del hombre con su creación era casi intuitiva, especialmente cuando el mismo sujeto fabrica y usa la herramienta, son los artesanos que apenas si tenían otra fuente de energía que su propio cuerpo o el de los animales, algo del viento y el agua.
            A medida que se van haciendo más complejas las máquinas comenzamos a saber de sus inventores, de los Arquímides su tornillo, de los cachivaches de Leonardo, del telescopio de Galileo. Una feroz lucha entre la natural disposición a compartir el conocimiento (no sabemos quién descubrió la forma de hacer fuego), y la necesidad de conservar el control (y las ganancias) de esos inventos marcó durante siglos y aún perdura la relación del hombre de a pie y las máquinas inventados por otros.
            Estos hombres de a pie, aunque no fabricaran los artilugios sí que terminaban por adaptarlos a su uso. La huella del hombre sobre la máquina se produce en dos fases. En la invención y fabricación y luego en el uso. El homo faber del primer marxismo dio cuenta de la problemática relación del ser humano y la producción. En la medida en que la relación se mantenía en un estado, podríamos decir, humano, o natural si se quiere, no se producía una alienación, es decir, el hombre mantiene su humanidad mientras controla el proceso y recibe íntegro el fruto de su trabajo. La transferencia del alma humana, permítaseme el término, hacia el objeto no supone un peligro de cosificación, al contrario, lo que demuestra es la progresiva humanización de lo no-humano.
            El sistema fabril, en especial la producción en serie, termina por desmontar la unidad orgánica del hombre, la máquina y su producto. Una especie de Edén perdido. Sin embargo, vuelve ha hacerse humana la relación con los objetos fabricados a través del uso. Una forma muy evidente es el desgaste típicamente personal que tienen los zapatos, o el brillo que tiene la barra espaciadora de mi ordenador justo en el lugar donde apoyo el pulgar derecho. Por eso se renegaba de prestar una pluma. Se había hecho a la mano. Más interesante resulta las transformaciones que sufren las máquinas más complejas. Hay muchos conductores que se quejan –con razón– cuando prestan su automóvil. Ya no responde igual al cambio de marchas, el embrague está más suelto… Parece poco creíble que sea consecuencia de un uso, además, poco prolongado, por parte de un tercero. La cuestión se asemeja casi a una infidelidad y su perdón, casi imposible.
            En otras ocasiones otorgamos a las máquinas, máxime si son ordenadores o aplicaciones informáticas una capacidad de agencia rayana en lo mágico. Cuando un administrativo nos espeta, “el ordenador no me deja” está invocando casi la prohibición de una divinidad antigua cuya ira caerá sobre el contribuyente o el peticionario. Una rama de la sociología explora, tomándose muy en serio, esta posibilidad. Bruno Latour se inventa un nombre para designar la capacidad de agencia, si los humanos son actores, los objetos son actantes.
            Sin necesidad de conocimientos sociológicos las personas sabemos que hay cacharros que se atrancan si no los tratas con cuidado, otros que nos tienen manía y nunca responden y los que tienen sus días. Nos pueden hacer más fáciles los días o imponernos un veto suspensivo que dure un mes. Y no digamos de los ordenadores, repletos de caprichos y melindres.
            Heidegger planteó el problema de la técnica y Habermas descubrió la ideología que se esconde detrás de las tecnologías. Por eso celebramos que el ferrocarril aboliera las distancias y decimos, casi como un lugar común, que desde el walkman la música, en lugar de socializar, nos aísla. Se puede rastrear la historia de la humanidad fijándose en los avances técnicos como motor básico de los vaivenes sociales –y se puede también cuestionar seriamente esta concepción mecanicista–. Es indudable el papel preponderante que le damos que santificamos su inclusión en la política, limpiando de suciedad ideológica a lo que llamamos gobierno de técnicos (evitando el término tecnócratas por estar asociado a un pasado que pretendemos no remover). El mágico poder de los objetos sobre el hombre es lo que llamamos fetichismo.
            Un caso de inversión de valores. Creamos máquinas como creamos los dioses para que luego, en nuestros relatos, sean ellos los que nos dan la vida, los que nos prohíban y nos permitan saltarnos las leyes de la naturaleza. Cada vez somos más dependientes de los artilugios y cada vez surgen más voces alertando de la dependencia y desconfiando de las máquinas como de la tentación del mismo demonio.

miércoles, 6 de junio de 2018

El arte de la prudencia. Reseña de José Luis Morante: ‘Pulsaciones”. Takara Editorial. Col. Wasabi. 2017. Prólogo de Rosario Troncoso.


Pulsaciones es una antología personal con prólogo de Rosario Troncoso quien, acertadamente, resalta los elementos esenciales de la poesía de José Luis Morante: la identidad, el tiempo (que también marca su otra faceta de historiador), y las presencia del Otro. Como nos confiesa en la nota final el propio Morante: “Las hebras habituales de mi trabajo poético: la temporalidad, las verdades cotidianas del clima relacional, el sujeto en su búsqueda de señales identitarias o las pérdidas que alumbran la evocación elegíaca”.
El volumen está ordenado según la aparición de los poemarios, desde Rotonda con estatuas (1990) y Enemigo Leal (1999) hasta Ninguna parte (2013). Además, se completa con una serie de inéditos escritos desde 2012 al verano de 2016. Las cualidades y la influencia de Morante como crítico y como poeta están fuera de toda duda. Un poeta meticuloso y certero, que duda con prudencia de las apariencias y advierte que la complejidad de lo real comienza con uno mismo, que se mira en un espejo poliédrico y ofrece una serie de Heterónimos, una inmensa multitud, como diría Whitman. “Aun generalizando, todos cabemos dentro / de la especie enemigo” (Tipología).
            Frente a los falsos profetas que prometen el conocimiento sin dudas, y los sociólogos que admiran Manhattan desde lo alto del World Trade Center, mirando lo cotidiano como quien tiene la certeza hacia las hormigas,
“Prácticos en las aguas de la sabiduría,
sortean los escollos del vivir cotidiano
con pericia admirable
y su certero rumbo siempre describe puerto” (El reino de los mansos)
            Frente a quienes saben nadar y guardar la ropa: “porque limpios de culpa / hacen posible / que otros arrojen la primera piedra” (El reino de los mansos).
            Cuando subtitula el volumen ‘una antología personal’, efectivamente ese es el tono básico que predomina en el periplo. Abundan, especialmente en la primera parte, los poemas personales, que no necesariamente biográficos. Es indudable que hay algunas ocasiones en las que la autobiografía inicia un poema y es su trasfondo, que quizás nos perdamos la anécdota explicativa, José Luis Morante es un poeta pudoroso y, para hablar de sí mismo –que es hablar de cada uno de nosotros–, toma la máscara y aparenta la primera persona (Heterónimos): “También soy yo / por la fidelidad a sus contradicciones / … / Tanta dulce mentira esconde a otro” (Autobiografía). Siempre encontramos el sabio discurrir de quien sabe alzarse por encima de las rencillas con lo cotidiano y ofrecernos en sus versos un escaparate de belleza y buen tino.
“El arte de vivir los lunes
requiere cierta práctica y algo de teoría,
saber de estrategias y confabulaciones
y adjetivar la prosa cotidiana
con una terca voluntad de estilo” (El arte de vivir los lunes)
            Necesario es el ingenio de quien sabe que se debe vivir entre los inhóspito y los enemigos, y sabe cómo el río fluye sigiloso por el llano, evitando las rocas, “el aliento feliz de lo caduco” (Una calle vacía), manteniendo la coherencia y la cordura. Aunque no es el único enfoque (Postal nocturna) y se posa su mirada por otros lugares y personajes (extranjeros, nómadas, francotiradores). Una mirada al pasado “en turbadoras noches de andar lento / que perdonaban los confesionarios” (Vita nuova), o en el magnífico Pabellón de usos múltiples. Centra la mirada Morante en un objeto, un edificio, una fotografía entendiéndolos como artefactos para revisar la memoria, adivinar el porvenir, acallar una ilusión, lamentar un fracaso, admirar la eternidad de la belleza: “Aceptar como un juego que la vida / es una sucesión aleatoria de cusas y efectos / sobre las dunas de la realidad” (Causas y efectos).
Los poemas escogidos de cada libro traducen una coherencia temática y estilística y se recrean en los elementos preferidos del autor, como el viaje (en tiempo y espacio), el tren, lo que sugiere: “Estoy tranquilo. Leo. Guardo fuerzas. / Reclino certidumbres en silencio. / Prolongamos un viaje circular, / peregrinajes que nunca terminan.” (Viaje circular), para “Celebrar el momento del regreso” (Propósitos). Entre sus referencias está muy presente la luz: “el peso de la luz” (Teoría del sueño), “el temblor de la luz” (Aquí), el insomnio (“deshabitar insomnios”, Insomnio). Cierra e volumen con un poema, España, tema inusual hasta cierto punto en la poética de José Luis Morante.
Uno de los asuntos que aparecen de vez en cuando entre sus poemas –como en sus diarios, sus aforismos o sus críticas–, es la actividad poética misma: “el martirio feliz de otro poema” (Funcionario poeta). En este sentido, se advierten influencias del Felipe Benítez Reyes más borgiano (Homenajes, Un país lejano). Igual que homenajes a Luis García Montero (Vista cansada): “No sé cuánto de mí le pertenece” (Sujeto escindido).
En algunos versos se trasluce su oficio de aforista, poemas cortos, versos certeros, que no lacónicos: “Sé que soy mientras busco” (Alcantarillas).  Una de sus investigaciones incide en la propia identidad, no exenta de ironía y distanciamiento, “Soy un tedio vulgar lleno de libros” (Resaca), una especie de autobiografía machadiana, “soy un muerto ejemplar / no merece la pena suicidarse” (Resaca), “Mi reclusión carece de secretos” (Aquí); “Soy un tronco reseco / sin frágil despertar del brote nuevo. / Pertenezco al incendio y a las termitas, / al callado lenguaje / de la disolución” (Al margen), como el olmo seco de Machado. La presencia del miedo también es patente, como en el poema de ese título, El miedo, o en otros: “Soy de nuevo la ruta imprevisible / el vuelo migratorio / de otros miedos (Dejo el miedo), “Que tu miedo y tu frío / –falsos techos de niebla– / sean leve rumor desdibujado / que se gestó una noche; / nunca fue fácil conciliar el sueño” (Pacto); como también la nueva situación referida a la jubilación: “Quedó el tiempo, / migajas de otro pan que huele a moho” (Jubilación). Púdico a la hora de mostrar sentimientos, mucho más que la poesía llamada de la experiencia –por mucho que estos se escondieran bajo un disfraz poético–, tenemos aquí otra excelente manera de recrearnos en los versos de un poeta esencial.
“No sé nada de ti, pero me absorbe
este juego inocente de modelar tu ser.
Transmigro cualidades y actitudes,
deposito palabras
que te definen cuando las pronuncias,
condescendiendo con algunas manías;
respeto los precintos
que deciden el paso a tus zonas ocultas;
te dejo los sentidos en alerta;
me hago y deshago en ti.
Me siento un dios menor
que en esta creación cobra sentido.
Es urgente que tú pongas el soplo” (Identidad)

lunes, 4 de junio de 2018

Pedro I el Cruel (o el Justiciero)


Chascarrillo más o menos ocurrente este de comparar a Pedro Sánchez Castejón con el rey castellano que perdió la corona frente a su hermanastro Enrique de Trastámara. En la guerra civil, Pedro I apenas si contaba con apoyos. Aparte de esa dualidad, pocos paralelismos se me ocurren. A Enrique lo aupó un vasallo Bertrand Du Guesclin en los campos de Montiel con aquello de “ni quito ni pongo rey”. Según parece, a Pedro Sánchez lo ha aupado un asesor, Ivan Redondo, que ha trabajado para el PP, como por ejemplo, en la campaña de García Albiol. Este sí quita y pone rey.
            No pretendo aportar mucho de novedoso, creo que las grandes mentes de este país ya han explicado todo lo que había que explicar de la moción de censura. Lo que sucedió, lo que había por detrás y lo que podía haber sucedido. Algunas cosas han llamado la atención, como la insolente cerrazón del presidente saliente, ausentándose del Congreso, lugar de la soberanía popular. El estilo mesurado de unos frente al bronco de otros. Las consignas. La más chocante, sin duda, el concepto de “gobierno Frankenstein”, que pretende desacreditar a Pedro Sánchez por los variopintos apoyos que ha tenido en la moción de censura.
            Son muchas las falsedades vertidas en el debate, pero es sorprendente el cuestionamiento del procedimiento de moción de censura, que, por otra parte, ha sido utilizado por muchas fuerzas políticas a escala autonómica y municipal. Hay que tener en cuenta, además, que la moción de censura constructiva que se establece en España es muy conservadora y otorga muchas facilidades al presidente vigente. Es fundamental la existencia de esta figura jurídica para que se lleve a cabo un efectivo control del poder ejecutivo por parte del parlamento, pero parece que estamos tan acostumbrados a las mayorías arrolladoras que no somos capaces de concebir que el gobierno no tenga un cheque en blanco. Por eso, cualquier negociación con otros grupos políticos sea tenida por una afrenta o por una rendición. Además, si los grupos minoritarios no pudieran ejercer presión o favorecer a unos grupos políticos frente a otros, ¿qué quedaría de la democracia? Un turno de partidos mayoritarios que ignore a una gran parte de la población que prefiere votar a los nacionalistas, grupos más a la derecha o a la izquierda de los dos grandes. El juego democrático se basa en aceptar lo que dice la mayoría, pero teniendo en cuenta las minorías.
            Por cierto, la supuesta mayoría del PP se basaba en un 33% de los votos, con una participación de un 70% más o menos, lo que hace que aproximadamente un cuarto de los votantes españoles hayan apoyado manifiestamente a Mariano Rajoy como presidente.  Que tiene también la lectura de que tres cuartas partes de los ciudadanos españoles no querían al PP en el gobierno. Es tradición en Europa los gobiernos de coalición y los apoyos parlamentarios. En este caso, Pedro Sánchez ha obtenido 180 votos de parlamentarios que representaban aproximadamente algo menos de la mitad de los votos, es decir, cerca del 35% de los votantes. ¿Quién tiene mayor legitimidad?
            Ahora recuerdo que, tras la investidura de Rajoy, los partidarios de Ciudadanos estaban orgullosos porque moderarían las acciones del gobierno pensando en los eosdem, y propiciando la regeneración política frente a los corruptos. No hemos visto nada de eso, han apoyado todas las políticas austericidas del partido popular y han terminado dando su apoyo para la moción de censura en la que se podían haber abstenido. Rafael Hernando les ha agradecido el favor insultándolos desde la tribuna. No lo digo irónicamente, creo que es un guiño que les regala para que los votantes de Ciudadanos se sientan distintos a los del PP y que no piensen que votar a unos o a otros da exactamente lo mismo. Un poco, salvando las distancias, como cuando Carrillo ponía a caldo a Suárez para que ninguno de los dos perdiera credibilidad ante los suyos.
            Ha estado bien ver a los líderes de Podemos y el PSOE ser amables y comedidos. No lo ha estado el gesto de Monedero –aunque personalmente lo veo más como un maleducado exceso de confianza– y por él ha pedido disculpas. Es raro en política española ver este tipo de expresiones. Mucho más elegantes que comerse los presupuestos con patatas, aunque ahora digan de quitarles la salsa PNV en el senado. La incoherencia del PP en grado sumo. Todo por el poder y nada más que el poder. Podían haber tenido otra estrategia, sacrificar a Rajoy y ponderar un nuevo gobierno del PP, retrasando las elecciones en el ínterin, mientras siguieran en funciones, sin control del parlamento y desgastando mientras a Ciudadanos. Ahora pretenderán obstaculizar todas las medidas a través del control de la mesa del parlamento y su mayoría en el Senado. Mucha soberbia para quienes se creen en la posesión de la verdad y que sólo ellos pueden gobernar legítimamente el país. Una mentalidad muy caciquil en todos los sentidos.
            Sigo preguntándome por qué los votantes del PP –y Ciudadanos– siguen apoyando a un partido que ha sido condenado por corrupción. Se obstinan en creerse las tergiversaciones de los portavoces que los toman por tontos. Ahora toca ver cómo aguanta el tipo Pedro Sánchez, cómo gestiona la confianza y cómo convoca elecciones, y si es verdad que puede subvertir las políticas del Partido Popular y descongestionar los vetos del ejecutivo a las iniciativas que se estaban tramitando. Quizás sean muchas esperanzas puestas en tan poco apoyo. Por lo menos, espero, habrá unos cuantos corruptos menos en las instituciones. Esto marcaría el camino que seguir en Andalucía con la corrupción. Lo mismo habrá que llamarlo Pedro I el Breve.

Nota: he corregido un error histórico indigno de alguien con esa especialidad. Gracias, Nora.