Hace algunos años entrevistaban por televisión a un viejo
cubano sobre el régimen castrista. El anciano no parecía muy entusiasmado, así
que el entrevistador insistía en los logros del sistema, la educación y la
sanidad. El hombre respondió, “es que no siempre uno está enfermo y hace tiempo
que dejamos la escuela”. Tengo la impresión, sin embargo, que el resto del
mundo pretende que sigamos dentro. ¡Con lo criticada que está la escuela!
Susan Robertson, socióloga de la educación de la universidad
de Bristol, denuncia cómo son los empresarios quienes están dictando los
estándares y los objetivos de la educación. Las famosas pruebas del informa
PISA están diseñadas por organismos al servicio de los intereses del
empresariado, como la OCDE. Ellos deciden qué enseñar, cómo enseñar y qué es un
buen profesor. Desde que empecé a dar clases hace ya veinte años se nos empezó
a decir que transmitiéramos a los alumnos que se había acabado la era de un
trabajo para toda la vida y que habría que ser flexible y multitarea,
trabajando en grupo y subordinándose a los intereses generales. Bien dichas estas
consignas pueden parecer razonables. Que la escuela sirva para encontrar un
puesto de trabajo parece también un objetivo realista. Pero, ¿debe ser sólo
eso? Nada de educar para ser críticos o para cambiar el mundo. Hay que educar
para adecuarnos al mundo que existe.
Y no sólo durante los años escolares, se ha puesto de moda
la long-life learning. Estar
aprendiendo durante toda la vida, la educación permanente (¡qué lejos de la
revolución permanente de Mao!). Siempre formándonos, siempre aprendiendo,
siempre adaptándonos a un mundo cambiante. La formación en los centros de
trabajo no se reduce sólo a una necesaria actualización de los equipos y técnicas,
se está imponiendo un sistema de formación continua, de reciclaje.
Nunca dejaremos de ser niños de escuela, aprendiendo cosas
necesarias para nuestra vida que alguien con más experiencia y más conciencia
nos ofrece. El modelo de aprendizaje siempre nos mantiene en un nivel inferior,
de aprendiz, nunca de maestro, de control, de decisión.
Y lo más sorprendente es que no sólo se reduce al ámbito
académico o laboral. Es una metáfora global. Los gobiernos se plantean educar a
los votantes para explicar sus políticas. Del paradigma de la comunicación se
ha deslizado casi sin percibirse al paradigma de la educación. Todo se
soluciona con la educación. El problema de las drogas es un problema de
educación, los problemas de pareja son problemas de educación, el problema de
la violencia machista es un problema de educación, el problema del
endeudamiento y la crisis es un problema de educación. A todos nos falta
educación. Curiosamente todo menos la falta de educación, que es una cuestión
de autenticidad y sinceridad.
La cultura de los expertos forma parte también de este
dispositivo (mira por donde nos sale ahora Foucault) de poder y saber. Para
cualquier programa –de televisión, de radio, de un partido político- es
necesario contar un experto que aclare la cuestión. ¿Cómo solucionar el
problema de la pesca? Llamemos a un experto. ¿Cómo abordar la educación de los
hijos? Una escuela de padres con un experto. Así nos damos cuenta que no
sabemos educar a los hijos, que no sabemos comer y nos tienen que orientar. Que
no sabemos hacer el amor y tendremos que buscar un experto. Que no sabemos
vivir ni querernos así que debemos buscar un libro de autoestima.
Por si fuera poco están los programas de televisión. Ya no son aquellos que te muestran nuevas recetas de cocina o bricolage, ahora tenemos para ser buenos padres, para bailar, para educar niños rebeldes, para perder peso, para emprender un negocio, para buscar esposa... No sabemos hacer nada bien.
Cuando surge un nuevo movimiento político lo primero que hay
que hacer es una pedagogía de las ideas. Incluso la ley penal es en gran manera
una pedagogía. Los castigos enseñan. La propia reforma del aborto incide en la misma línea. Las mujeres no pueden decidir por sí mismas. Si una joven se ve embarazada hay que ayudar a que tome una decisión madura. ¿Sólo es un problema de embarazos adolescentes? ¿Es que no hay mujeres adultas que abortan?
Y es que no somos adultos ni los padres, no enseñamos bien ni los maestros ¿Por qué nos consideran como niños? Porque ellos son
nuestros padres, los que saben lo que nos conviene, aunque no nos guste, aunque
sea doloroso. La letra, con sangre entra y quien bien te quiere, te hará
llorar. Ese es nuestro gobierno, el que hace, no lo que promete, pero sí lo que
tiene que hacer.
La pena es que no es una suerte de platonismo up-dated, no es cuestión de poner al
frente del gobierno a los sabios, a los filósofos que conocen la verdad, la
belleza y el bien. En el fondo, ni siquiera saben hacer nada. Por eso necesitan
asesores. Dieciséis asesores para el presidente. Asesores para la imagen, asesores
para la economía, asesores para bomberos, asesores para elegir asesores. Con la
patente falta de carisma de nuestros políticos deberíamos elegir a un asesor de
algo, así, al menos nos ahorraríamos uno y sólo pagaríamos a quince.
Deberíamos rebelarnos ante esta inmadurez impuesta, para que
no la convirtamos en nuestra esencia. Recordemos a Kant y salgamos de la
escuela eterna. Decidamos por nosotros mismos. Dejemos la minoría de edad y no
permitamos a quienes nos dirijan que actúen como nuestros padres.
La democracia consiste en suponer que cada uno es capaz de
decidir lo que le conviene, independientemente de su nivel cultural o su grado
de estudios. Ricos y pobres, académicos y analfabetos, lumbreras y límites
todos tienen un voto con el mismo valor para decidir. Pero, como no sabemos lo
que nos conviene, hay que hacer caso a nuestro padre. Que nos castiga con una
crisis si nos portamos mal y vivimos por encima de nuestras posibilidades.
Lo único que falta es decir, “Esto me duele a mí, más que a
ti.”
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