domingo, 22 de junio de 2014

Fragmentos para una teoría política (2). Lo imposible y lo impensable



Cuando queremos desacreditar a alguien como iluso muchas veces lo acusamos de “utópico”. La utopía representa todo aquello que sería deseable pero imposible de conseguir, siendo así sus perseguidores, pobres inocentes destinados al fracaso. Y a menudo terminamos de rematar la faena recordando que “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. Y zanjamos la cuestión.
El estudio de la utopía representa en el pensamiento filosófico y sociológico un campo apasionante. Confieso que fue mi primera idea para la tesis. Karl Mannheim, Habermas, Bloch, Paul Ricoeur ya trataron el tema de una manera exhaustiva, en especial contraponiendo el pensamiento utópico con la ideología. Es la sociología del conocimiento que considera “ideología” como aquel pensamiento –deformado- que contribuye a mantener el status quo, mientras que la “utopía” es aquel pensamiento –deformado- que quiere contribuir a conseguir un mundo mejor. Ideología y utopía son dos caras de la misma moneda, dos lentes con las que vemos la realidad. Una realidad deformada, una falsa conciencia.
¿Para qué sirve, entonces, la utopía? La utopía es un horizonte, un lugar a donde dirigirse, sabiendo que nunca se alcanza, que cuantos más pasos demos, más pasos se aleja. La utopía nos orienta, porque no es lo mismo andar hacia el oriente que a poniente, hacia más libertad o hacia más orden, hacia más igualdad o hacia más clasismo. Cada persona tendrá un norte, una brújula, y tendremos quienes nos perdemos en un bosque en el que se oculta el horizonte.
No todos tenemos, evidentemente los mismos sueños, pero en lo que nos parecemos es en la claridad con que los tenemos. Son tan evidentes que no podemos comprender cómo otros pueden tener dudas, cómo pueden desear otras cosas que claramente nos llevan al desastre. Sólo hay una explicación posible, los demás están engañados – o tienen mala fe, pero dejemos eso al margen-. Por eso se dice que la ideología es la de los demás. Nuestras ideas son realistas.
Podemos sospechar que un dependiente tenderá a pensar que los clientes roban por sistema mientras que los compradores sospechan que los tenderos engañan con el cambio. Es decir, cada uno tiene unas ideas sobre el mundo dependiendo de su posición, de su cultura, de sus intereses, de sus aspiraciones. Los ricos tendrán ideas de ricos, los emigrantes tendrán ideas de emigrantes, los guapos tendrán ideas de guapos. La “ideología” de cada persona está condicionada por su condición material, por su vida, por la sociedad en la que vive. No creo que esto sorprenda a nadie.
Lo interesante de estas ideas sobre lo que sería deseable es que también están determinadas socialmente. La utopía depende también de su época histórica, de la clase social y la experiencia personal de cada uno. Y por supuesto, se contagia.
Como decía, al principio pensé en investigar la utopía. No porque estuviera obsesionado con los cantautores ni con el mayo del 68, sino como medio de acercarme al imaginario político de las personas corrientes. Para ello pedía a mis alumnos que me hicieran una redacción contando cómo sería su mundo perfecto. No el mundo al revés, sino un mundo perfecto.
Lo primero que me llamaba y me llama la atención es que la mayoría de las frases empezaban: “Un mundo sin”. Sin guerras, sin paro, sin dinero, sin pobres, sin clases. No sin clases sociales, sin clases de la escuela. Lo que estaban haciendo era un negativo fotográfico del mundo actual. Un mundo al revés, donde se eliminaran dificultades, injusticias, sufrimientos. No todos ponen el acento en el mismo sitio, pero la mayoría eliminaría algunos o muchos elementos que nos alejan de la felicidad. Como en aquella canción, “si yo tuviera una escoba…”
También se advierte la influencia de la realidad cotidiana en los deseos de los chicos y chicas. Si estaba candente el tema del “No a la guerra” había muchos que lo recogían. Ahora son la crisis y el paro las cosas que más eliminarían. Lo que más me llegó al alma fue un chico, ya hace muchos años, que pedía un mundo sin coches. Sus padres habían muerto en un accidente.
Creo que está bastante claro que lo que deseamos está condicionado por la sociedad en la que vivimos. Algunas utopías son muy específicas. “Que los terroristas y violadores cumplan íntegramente sus condenas”. ¿Quién no daría la razón a estos adolescentes? Y si no estamos de acuerdo con esa mentalidad castigadora, ¿no nos parece comprensible esta petición?
Y ahí quería yo llegar. Les pido que imaginen un mundo ideal, perfecto, utópico, y aun así está poblado de criminales y violadores. Les doy el papel de dios creador y se obstinan en introducir el mal en este mundo. ¿Por qué lo hacen? Porque es impensable un mundo en el que no existan malvados.
Lo impensable es imposible. No podemos realizar una utopía sin ladrones si no somos capaces de pensarla. Si creemos que el hombre es malo por naturaleza pelearemos por leyes que los castiguen. Si creemos que el hombre es bueno aspiraremos a un mundo sin dolor ni injusticia que obligue robar. Si pensamos que siempre habrá diferencias entre los hombres, habrá ricos y pobres. A los pobres siempre los tendréis, decía Jesús. Y si fuera así, ¿cómo de pobres? ¿Cómo de ricos?
¿Por qué ponemos freno a nuestra imaginación política? Tenemos una visión muy estrecha. Y lo que unos ven deseable otros ni siquiera se lo plantean. De todas formas eso no implica que el futuro no nos depare sorpresas y que lleguen utopías inimaginadas. Ninguno de los escritores de ciencia ficción se acercó siquiera a internet, y aquí nos tenemos enganchados.
También me da miedo pensar cómo estas utopías –porque de las ideologías parece que lo tenemos claro- se contagian, cómo encontramos deseables ciertos valores, ciertos objetivos, que se convierten en palabras mágicas que encandilan a muchos. El deseo es el deseo del Otro, decía Lacan. La libertad podemos decir que consiste en hacer lo que uno quiere. Y, claro está, nos resistimos si nos obligan a “hacer”. Lo peligroso es que nos obligan a “querer” lo que no queríamos. Querer objetos de consumo, querer prácticas sexuales, querer valores políticos… Y esos valores se convierten en banderas en lucha. Libertad, Igualdad, Orden, Tradición. La historia de las ideas políticas es la historia de la hegemonía de unas frente a otras, o mejor, de cierta interpretación de unas frente a otras. No podemos remediarlo, siempre nos obstinaremos en dar por posible cambiar unas cosas mientras que partiremos de la base que es imposible eliminar otras. Y creo que va más allá del refrán “cree el ladrón que todos son de su condición”.
No podemos obligar a las multinacionales a cumplir las leyes, pero sí obligar a millones de personas a sufrir la austeridad. Podremos subir los impuestos a clases medias y bajas porque es imposible obligar a las rentas altas. Lucharemos contra el fraude a la Seguridad Social de quienes cobran el paro, pero es imposible intentar que las grandes empresas no se vayan a paraísos fiscales. Es imposible acabar con la codicia humana. Como era impensable que la mujer pudiera desempeñar ciertos oficios y ocupar cargos públicos.

2 comentarios:

  1. Quizá sea necesario revisar a Tomás Moro, como paso previo, indispensable, para poder investigar la Utopía.

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  2. Por supuesto, Tomás Moro es la clave. En muchísimos aspectos.
    Gracias por el comentario, Alberto.

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