Una de las consecuencias de los atentados del pasado 13 de
noviembre en París, como casi siempre sucede, es el rearme de la sociedad. Rearme
en el sentido más bélico de la palabra. No sólo el de aquellos que piensan en
venganzas, también en los que, de una manera más prudente, pero muy
explícitamente, piden mayor seguridad. Es necesaria la unidad contra el
terrorismo, dicen, nos están atacando. No es un plural inclusivo, es bastante
excluyente. Nosotros somos atacados por vosotros, marcando una tajante
diferencia entre un bando y otro.
Las Patriot Acts
que el gobierno de Bush pudo sacar adelante tras los atentados del 11S pueden
ser ejemplificadoras. Preferimos sacrificar una gran parte de nuestras
libertades, dejando al Padre Estado que se ocupe de nuestra seguridad. Las
declaraciones de Hollande en lenguaje totalmente bélico van en el mismo
sentido. La Asamblea Nacional Francesa ha aprobado la prórroga del estado de emergencia
tres meses. Se piden más controles en los aeropuertos y en las fronteras, y de
paso, se contribuye a la sospecha de los refugiados.
En el fondo da igual, los terroristas que atentaron en
Francia no eran extranjeros, ni refugiados, eran europeos, vivían en Francia o
Bélgica, conocidos por la policía. ¿Qué se pretende con aumentar la vigilancia?
Como tristemente comprobamos a menudo, las cámaras de vigilancia, o no graban
con nitidez o sólo las utilizamos a
posteriori, para que los programas regurgiten repetidamente esas imágenes
aumentando la audiencia con cargo a la indignación y el sufrimiento.
No lo digo sólo por las conversaciones de cafetería, de Facebook o de la calle, son los
creadores de opinión pública, aquellos que con sus discursos en tertulias o en
sus columnas acaban creando un estado de opinión. Son los que ofrecen los
pensamientos ya precocinados, listos para calentar y servir. Que si estamos en
una guerra y hay que defenderse, que si ya está bien de paños calientes, que
hay que ser contundentes en la respuesta, que si ya está bien de buenismo…
Estos opinadores hablan, copiando la pueril jerga
conservadora americana, de los chicos buenos incapaces de defender a los suyos
de los chicos malos. Todos estos tienen un complejo de Harry, el Sucio que,
sinceramente, me asusta.
Yo quiero romper una lanza por el buenismo. Rompería todas las lanzas si fuera posible. A efectos
tácticos, el terrorismo lo que busca es acrecentar la espiral de odio hacia los
musulmanes. No están intentando hacer respetable su lucha en la sociedad
internacional, al contrario, lo que están consiguiendo es quebrar la unidad de
convivencia, hacerse odiosos, provocar. Por eso, seguirles el juego no me
parece buena idea a no ser que estemos tan interesados como ellos en un
conflicto armado sin fin.
Resulta más efectivo, por comprobado, que acabando con la
financiación se acaba con el problema. Creo firmemente que lo que ha dado la
puntilla a ETA no ha sido simplemente la lucha antiterrorista, la colaboración
de Francia y la respuesta social. Tristemente sostengo que la crisis ha acabado
con sus fuentes de ingresos y me extraña que nadie más haya apuntado en esa
dirección. Al menos que yo conozca.
El buenismo tiene
tan mala fama como eso del multiculturalismo, como dice García Albiol, que es
uno de los principales problemas de Europa. No sólo es malo el buenismo en cuestiones de terrorismo, en
todo el aparato judicial es una especie de cáncer que impide el correcto
funcionamiento del sistema, que se acabe averiguando los culpables y
castigándolos con la severidad necesaria para que no se les ocurra volver a
delinquir.
Demasiada laxitud en las penas, y lo sé porque trabajo en un
instituto, no es buena política, pero tampoco lo es tener a todos firmes como
en los cuarteles de las películas. Un país no es como una clase, por supuesto,
pero permite distinguir algunas cosas. También está últimamente muy mal visto
tener buenas intenciones o tener una opinión positiva a priori.
Por supuesto que hay que pensar más en las cosas malas de
los buenos que en las cosas buenas de los malos, porque te causan más dolor de
cabeza una pequeña traición de alguien cercano que lo que te pueda aliviar un
beso en la frente que un asesino pueda darle a sus hijos. Lo malo es malo. Pero
no se puede vivir en un mundo desconfiando de todos. No se llega a ninguna
parte que me interese, porque, si activamos todas las reservas, suspendemos
todas las libertades y permitimos todo tipo de abusos por parte de la
autoridad, ¿qué civilización estamos defendiendo?
El sistema penal español es, por lo visto, muy garantista.
Lo dicen como el que se compra un turbodiésel con todos los accesorios para
llevar a los niños al colegio. Al buenismo
se le acusa de permitir que los acusados mientan, de que no se puedan conseguir
confesiones ni pruebas, de atar las manos a la policía… No quiero ni imaginar
cómo se sentirán todos estos que pretendían condenar a la mínima sospecha si
tuvieran una denuncia falsa. Pero claro, entonces sería problema del sistema
que permite denuncias falsas… Y así un no parar. Y mira que lo vemos en las
películas cuando condenan a un inocente, pero no nos acordamos de Santa Bárbara
hasta que truena.
Un sistema garantista está para que el ciudadano normal se
pueda defender y cosa muy distinta es que los aprovechados utilicen las grietas
del sistema, que las hay y puestas adrede, para salir airosos. Que se invalide
una prueba básica a un juez o se pierdan unos documentos en el caso de un
exministro no es por ser un sistema garantista, es por pura corrupción del
sistema.
Hay que cambiar muchas leyes, y hay que hacer un gran
esfuerzo para salvaguardar lo que de humano tiene nuestro mundo. Atacar el buenismo como el que ataca una pintura
rosa en las paredes por ser demasiado ñoña nos lleva a una sociedad en guerra
de todos contra todos, en la que será imposible cualquier colaboración,
interesada o no. No nos dejemos convencer por quienes tienen esa visión del
mundo y aprovechan los momentos de crisis para imponerla. Porque ni siquiera es
por su bien. El rearme, incluso el rearme moral, sólo hace subir en bolsa a las
empresas de armamento.
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