lunes, 4 de enero de 2016

Gente con clase II



Es curioso que se vaya desvaneciendo la idea de clase social cuando precisamente están aumentando la distancia entre ambas. Hasta la llegada de la “revolución conservadora” de Thatcher y Reagan los niveles de desigualdad, lentamente, habían ido descendiendo. Después de las políticas liberales de los Chicago Boys y, especialmente, en la última gran crisis, los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres. Sin embargo, la conciencia de clase ha desparecido.
Las diferencias de clase afectan a todos los niveles de capital, el económico, el cultural, el simbólico, incluso el estético. No en vano son la beautiful people que puede recurrir a inyecciones de botox las veces que se requiera, a los retoques para desafiar la vejez, las liposucciones para encarnar esa eterna juventud que les abre puertas, giratorias o no. Por eso sabemos que la riqueza, la formación, los contactos, la belleza física son, en cierta forma, capitales que se transfieren entre sí. La riqueza posibilita la educación, ofrece los contactos, que a su vez proveen de puestos de trabajo bien pagados para poder costear las operaciones, and so on
¿Qué factores han participado en esta disolución del concepto de clase social? Como en tantos casos, se trata de las sinergias entre varias dinámicas, hasta cierto punto independientes entre sí. Se me ocurren varios:
Por un lado está la trampa genética, es decir, la fe en que los talentos están desigualmente repartidos y una sociedad justa consiste en recompensar desigualmente atendiendo a dichos talentos. No es la clase social la que te da la riqueza por herencia, es tu capacidad para liderar un grupo empresarial. Es la genética también la que te coloca como conservador en política, emprendedor en la actividad económica, liberal en las costumbres o revolucionario.
La aparición de las democracias representativas occidentales trajo consigo la transformación de los partidos políticos de clase en partidos de masas, que procuran atraer cuantos más votantes, mejor. Por eso tienen que diluir las diferencias de clase, todos tienen las mismas aspiraciones, aunque estén en clara contradicción, a todos hay que contentar, a cada votante de cada barrio, de cada ocupación, de cada situación social.
Distintas ideologías políticas fuera del tradicional eje izquierda-derecha hacen hincapié en objetivos comunes, como el ecologismo, o en melancólicos recuerdos, como el nacionalismo. El Manifiesto Comunista clamaba por la unión de los obreros de mundo, porque nos parecemos más a nuestros iguales allende de las fronteras que a los de nuestra nación, pero de barrios más pijos. El triunfo del rap, permítaseme aventurar, tiene tanto que ver con la publicidad como con la identificación de clase.
La filosofía que decretó el fin de los grandes relatos no hizo sino sacralizar la derrota de uno de ellos, la liberación del hombre de la esclavitud. Una renuncia de grandes teorías, de grandes luchas por una política de partisanos, en plan guerrilla, con objetivos más alcanzables, renunciando a las necesidades de clase. Es más probable, sin embargo, que se terminen los problemas de atentados ecológicos con el fin de las clases sociales que mediante legislación en países de libre mercado.
No podemos olvidar los medios de comunicación, que unifican modos de vida. Defender unos colores en los deportes distrae, ya lo decía Santiago Bernabeu. Aunque siempre habrá clases. Lo vemos en los anuncios, dirigidos a clases bajas, a medias. Las clases altas no necesitan anuncios para saber qué deben comprar.
El desprestigio académico hacia lo marxista después de la caída de los regímenes del Este termina de poner la puntilla. El comunismo no funciona, se ha comprobado. Hablan como si el capitalismo funcionara y los excluidos a nivel global no fueran la famélica legión. Hace veinte años, un compañero de estudios ya me recomendaba seguir usando las herramientas marxistas de análisis pero cambiando su nomenclatura para disimular. En lugar de modo de producción, utilizar sistema de organización de la economía, por ejemplo. Pero, ¿cómo no utilizar el utillaje clásico? Es como renunciar a la ley de la gravedad para resolver problemas de planos inclinados porque Einstein postulara la curvatura del espacio-tiempo.
En la película Sospechosos Habituales (Bryan Singer, 1995), Roger Verbal King (Kevin Spacey) lo decía sabiamente: “La mejor treta que pudo idearse el Diablo fue la de hacerle creer al mundo que no existía.”

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