martes, 12 de enero de 2016

Los reyes son los padres (sobre las tradiciones)


En estos tiempos inciertos las fechas señaladas por la tradición ofrecen una seguridad propia de otras épocas. Parece como si necesitáramos el apoyo de una regularidad en los ciclos vitales para sentirnos cómodos, para identificarnos personalmente y como grupo. Quizás por eso los cambios en las tradiciones suponen tanto desconcierto e intranquilidad.

La navidad es una de esas fechas tan propias para los ritos. Unos ritos que se van superponiendo, que se apropian de significado, que, en suma, son una amalgama de materiales que, como los grandes ríos, entremezclan elementos antiquísimos y barnices muy modernos. Para empezar el origen del riachuelo de la navidad está en las fiestas saturnales romanas, y éstas, a su vez, del manantial del solsticio de invierno. La noche más larga siempre es un motivo propicio para magias y celebraciones. No es de extrañar que ocupara un lugar importante en el imaginario festivo de los pueblos desde la antigüedad. Tampoco es de extrañar que la Iglesia se lo apropiara, transformando todo lo transformable, traicionando su propia evidencia para hacer cristiana una fiesta, a todas luces, pagana. Muy raro me ha parecido que los pastorcillos durmieran al raso con el fresquito de las noches invernales.

Tampoco se libra la hegemonía cristiana de sus propias contradicciones. Superponiendo en el tiempo acontecimientos, condensando y estirando los eventos para ocupar dos semanas alrededor del cambio de año. La fiesta de la Epifanía, representada por los Reyes Magos, es quizás un ejemplo muy llamativo de sincretismo. Sabemos de sobra que en los evangelios no se habla de reyes, sino de magos, y se ha querido ver en ellos a unos astrólogos en pos de una estrella. Si provenían de Oriente debieron ponerse en camino bastante antes del nacimiento del niño, pero lo extraño es que ninguno de ellos haya tenido aspecto de oriental, ni árabe, ni indio, ni chino, ni vietnamita. Muy rara la brújula que utilizaron, o muy chapucero el apaño para dar la significación de un cristianismo abierto a todas las razas.  A los alumnos les sorprende sobremanera que, en las representaciones medievales de los Reyes Magos, no aparezca Baltasar como hombre de color. Tengo que aclarar que la costumbre se impuso tiempo después.

Tampoco tienen origen religioso las cabalgatas, sino militar. Los paseos religiosos son las procesiones; la fiesta, la algarabía es más un desfile de victoria.

Así que, teniendo en cuenta todas las tergiversaciones de las fiestas navideñas, es muy sorprendente el revuelo mediático que han tenido los cambios en ciertas ciudades españolas. Son, como todos sabemos, excusas de la derecha para atacar a los partidos del ámbito de Podemos. No hay más vuelta de hoja. Pero el caso es que esta clarísima intención política se utiliza porque se sabe, o se supone, que va a tener audiencia. Es decir, que se sospecha que mucha gente va a ponerse de su lado diciendo, es verdad, es verdad. Y ahí voy yo.

Situemos los cambios en su contexto. Las tradiciones, nos recuerda Sloterdijk, no son meramente un rito que se repite, sino que, al contrario, toleran un cierto grado de cambio. El cambio y la transformación de las tradiciones forman parte de su esencia. Las cenas de navidad son casi las mismas: quizás se cambien las fechas, los menús, siempre las vestimentas... Es la receta de mi bisabuela, pero yo le he añadido una pizquita de comino.

No conviene tampoco rasgarnos las vestiduras. Cambiar el itinerario de una cabalgata, procesión o desfile es siempre enfrentarse a una facción de cofrades, asociaciones, poderes fácticos. Y ahí está la clave, en los poderes fácticos, muy poco democráticos, que se arrogan en estandartes del sentir común. Ellos son el recto camino, la sensatez, el siempre se ha hecho así... aunque se haya cambiado el manto de la Virgen, o se haya sustituido el tractor del Ambrosio por un modelo menos agrícola. Hay cambios que se aceptan, como que las carrozas tengan personajes distintos, o que aparezcan las novedades televisivas en forma de muñecos animados. Otras, parece que ofenden.

El hecho de cambiar por cambiar no debe ser motivo alguno de queja. Ni cambiarlo todo debe ser una obligación. La cuestión es ver qué cambios son más pertinentes, y cuáles son las resistencias y por qué. Por ejemplo, el hecho de tener reinas en vez de reyes ha sido una de las incongruencias de las críticas. En muchos lugares son mujeres las que ocupan el disfraz de Rey Mago, incluso aparecen reinas. Por ejemplo, el papa Francisco ha hecho uso de ellas.

Muy ridícula es la acusación contra los trajes de los reyes. Ridícula y significativa de una gran estrechez de mente, con una imagen de rey propia de los estereotipos de base absolutista. Como si el único rey fuera el que se viste como Luis XIV, versión Disney. Que un niño se pueda sentir defraudado por que el rey no viste como este canon dice mucho de lo poco imaginativo que son los niños en realidad y mucho de unos padres poco flexibles.

También es muy significativo el ataque furibundo a las reinas del ayuntamiento de Valencia. Furibundo y machista, atacando el aspecto de la mujer como mujer que no se ajusta a un canon muy ridículo de belleza, esbelta, delgada, joven... No hay ni que entrar en si es algo de la República o laico, son cambios que se introducen. También se cambió la cabalgata cuando se mecanizó con tractores, cada año se rehacen las carrozas, se intenta poner música acorde con los tiempos… Creo que no han criticado las músicas por desconocimiento, porque seguro que no son las “tradicionales”.

Los niños no sufren con estas cosas más que con la cutrez de los disfraces de Bob Esponja de las cabalgatas. Son los padres los que toman a los niños como excusas para defender su propia tradición mental. Es muy difícil en esta sociedad mediática la lucha cultural sin el escenario de la imagen. Por eso son tan importantes.

Lo desestabilizador de esta actualización de las tradiciones no es que hayan querido suprimir la navidad, como muchos quieren ver, sino que se haya logrado dotarla de un contenido más ecuménico, más cercano a la realidad de un mundo globalizado, donde todos somos emigrantes, donde se puede disfrutar sin utilizar animales. Por eso la acusan de étnica. Y es paradójico, porque precisamente la Epifanía es celebrar lo diferente.

Que no te ha gustado la cabalgata, estás en tu derecho a discrepar, de decir que ha sido un churro, que te gusta con más glamour... Pero como si habláramos de la ceremonia de los Goya: cuestión de gusto. Dotar la crítica de contenido político es hacer política. Y es legítimo también, pero es otra cosa. Y dice más del que la hace que del criticado.

Y es que es obvio. Los reyes no son de verdad, son los padres. Los únicos reyes de verdad son los que pretenden fingir una actualización al ritmo de los tiempos. Los que se casan con periodistas o modelos, los que se visten de diario y se pasean entre las multitudes.

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