Se
preguntaba el Marqués de Sade cómo podían encarcelar a alguien por sus
pensamientos si éstos quedan dentro de nuestro interior. La cuestión, claro
está, se presenta precisamente cuando los comunicamos. Dicen por ahí que las palabras
no duelen, el código penal, sin embargo, contempla como delito la amenaza, por
ejemplo, que es un típico acto de habla (speech
act, según los lingüistas). Añaden también el delito de incitación al odio
o de ensalzamiento de terrorismo, que básicamente consisten en palabras, que no
meras palabras, hay mucho detrás. Se
considera punible ofrecer una publicidad engañosa o atentar contra el honor de
una persona a través de información falsa. Los jueces procuran hacer un uso
razonado de los límites de estos derechos.
Es
posible que alguien quiera ver un acto de censura en estas precauciones
penales, dando por sentado que cualquier censura es condenable por sí misma. La
libertad de expresión es uno de los pilares básicos de cualquier estado
democrático. La crítica al poder sustenta la resistencia a la opresión, la
única escapatoria a un gobierno totalitario que pretenda –y con los medios con
los que dispone, consiga– tergiversar la realidad como pronosticaba Orwell en 1984.
En
general, parece que las grandes corporaciones que manejan la prensa y los otros
medios de comunicación pueden tratar de igual a igual a los gobiernos. Ellos
disputan en su terreno de juego y pueden movilizar tantos recursos y abogados como
sea necesario. Las redes sociales son otra liga.
Cada
vez que aparece un tema polémico, la celebración de un festivo o la concesión
de un premio, legiones de internautas se enfrascan en auténticas batallas. Lo
malo es que no utilizan razonamientos ingeniosos ni datos contrastables, se
trata de la descalificación y el insulto. A veces, le da a uno reparo expresar
sus opiniones si no quiere acabar enredado en un hilo sin fin.
Recuerdo
cuando se estrenó la película La pelota
vasca, de Julio Medem, un documental arriesgado que trataba de acercarse al
sufrimiento de todas las partes en lo que se daba en llamar “conflicto vasco”.
La supuesta equidistancia del director molestó muchísimo a las asociaciones de
víctimas del terrorismo que se manifestaban repetidamente contra el film. Por
ejemplo, durante la gala de los premios de la Academia. Algunos actores pidieron
respeto al director aludiendo a la libertad de expresión. Pensé y todavía
pienso que los manifestantes estaban también ejerciendo su mismo derecho.
Libertad de expresión no es que tú puedas decir lo que te dé la gana sin consecuencias,
sino que puedes decirlas sin consecuencias penales. Si molestas a otras persona,s
no te puedes quejar de que expresen libremente su disgusto.
La
censura no es que alguien borre del muro o se queje, la censura es que te
demanden, te impongan una multa o te encarcelen por lo que has publicado. Creo
que es excesivo hablar de nueva censura cuando alguien pide que se suprima el término
“negro” o “subnormal” de un artículo. El lenguaje políticamente correcto no es
censura mientras que no haya una decisión judicial penal detrás. Unos se quejan
de que no se usa el lenguaje inclusivo mientras que otros protestan de la
tiranía de la repetición del masculino y el femenino.
Las
redes sociales se manejan con otros códigos. Para muchos es un gallinero donde
pueden opinar todos. Y lo dicen como algo problemático. Precisamente es este
acceso lo que ofrece como ventaja, no pasa por el filtro de un consejo
editorial, de una línea política o de una moda impuesta. Las modas, las líneas
políticas y las opiniones estéticas pueden ser reflejo de tendencias
organizadas, pero son individuos los que se expresan. De todas formas, no
podemos desechar la organización de legiones de trolls, de usuarios con diversas cuentas, malpagados, para que se
enfrenten en todos los foros posibles a las tendencias adversas. Igual que una
agresión no es un maltrato, un pelmazo opinando y sentenciando no da los mismos
problemas que una estrategia organizada para boicotear una cuenta a través de
mensajes xenófobos, machistas o amenazas.
Me temo
que muchos de los llamados activistas no son sino empleados de los grandes
partidos, como se ha demostrado en la filtración de los correos que daban
instrucciones para intervenir en las redes sociales. No se conforman con tener
detrás grandes grupos de comunicación, tienen que bajar a la arena microsocial
y al combate cuerpo a cuerpo, foro a foro, perfil a perfil. A estos mercenarios
hay que sumar, evidentemente, los que se apuntan a ciertas causas motu proprio, esos machistas sin cobrar
que tienen que dejar a las mujeres en su sitio, los xenófobos que se ven en la
obligación de poner a los musulmanes en su sitio –el yihadismo– y los forofos
de partidos y equipos de fútbol a los que le va la vida en soltarle cuatro
frescas a quien sea. Y no descartemos la creación de cuentas falsas para
desacreditar a los partidarios de una posición, como ecologistas o animalistas.
Lo
bueno de las redes es que interaccionan personas con diferentes opiniones y
diversas sensibilidades, así podemos, de alguna forma, no encerrarnos en
nuestro cascarón ideológico sin escuchar nunca la voz del contrario. Ninguna posición
se libra de tener esos equipos de maledicentes, de profesionales de la
descalificación y el insulto. Y solemos ver sólo las que denigran a los propios,
mientras pasan desapercibidas las de tu bando.
Creo
que las mangas deben ser, en lo posible, muy anchas. Cuanto menos
judicialización, mejor, aunque haya momentos en los que sea imprescindible
defenderse acudiendo a los tribunales. Tener alguien que siempre te critique es
pesado, pero tener una legión que vaya a por ti puede requerir intervención de
las autoridades.
Puede
un gobierno satanizar la protesta, penalizar las críticas a la corona,
perseguir judicialmente a quien amenace a los políticos de su partido e ignorar
a los que amenazan a los de la competencia… pero siempre es posible buscar
medios de información alternativos. Si está en tu condición y tienes esa
voluntad.
Pero
hay una censura verdaderamente efectiva, la que imponen con batallones de
abogados las corporaciones de las marcas comerciales. No puedes citar el nombre
de un refresco para asociarlo a algo negativo, no puedes siquiera bromear con
ellas. Y ellos sí que consiguen un mandamiento judicial para que le cambies el
nombre a tu grupo de música, a tu página de internet o para que retires un
comentario en un blog. Son capaces de paralizar campañas de rechazo de un
producto a base de denunciar a particulares. En ellos sí que está la auténtica
censura de estos tiempos.
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